“¿Que Él es bueno y omnipotente? ¡Vaya idea absurda! Si Él es, de verdad, bueno y omnipotente, como pretende la Biblia, ¿por qué razón permite la existencia del mal? ¿Por qué razón ha permitido que se produjese el Holocausto, por ejemplo? Si lo piensa mejor los dos conceptos son contradictorios, ¿no? Si Dios es bueno no puede ser omnipotente, ya que no logra acabar con el mal. Si Él es omnipotente no puede ser bueno, ya que permite la existencia del mal. Un concepto excluye al otro, ¿cuál prefiere?”
Estas son las palabras que el autor José Rodriguez Dos Santos pone en boca de Albert Einstein en su libro “La fórmula de Dios”. Desconozco si esta era la manera de pensar de Einstein respecto a este tema, pero lo que sí que sé es que es la de mucha gente, al menos de varios con los que he hablado de este tema.
Y la verdad es que es un razonamiento mucho más que lógico y que, seguramente más de un dolor de cabeza ha traído a mucha gente que cree en el Dios de la Biblia. Yo quiero rebatirlo desde mi humilde opinión y conocimiento.
Es cierto que Dios es omnipotente, es decir que puede hacer cualquier cosa que quiera. Esta idea es muy difícil de comprender, porque nuestra mente, aunque es asombrosa, tiene ciertos límites, por lo tanto se nos escapa la idea de algo eterno, de algo infinito. Pero aquí no creo que resida el problema de esta afirmación. Según mi opinión el problema reside en el concepto de que “Dios es bueno”.
Es complicado explicar la bondad de Dios en medio del mundo en que nos ha tocado vivir, en el que vemos a diario tantas maldades, en que fue posible algo tan atroz como lo que menciona Albert, el Holocausto. Aquí me gustaría hacer una diferencia entre dos conceptos: lo bueno y lo mejor.
Lo bueno sería que Dios, al ser omnipotente, no hubiera permitido que el hombre hiciera nada malo, que todos fuéramos felices cumpliendo la voluntad del Creador y que nadie sufriera. Seguiríamos viviendo en el paraíso y ni siquiera habríamos sido conscientes aún de nuestra desnudez. Nuestra ingenuidad e inocencia nos habrían impedido hacer algo que contradijese las órdenes que vienen de arriba.
Pero, curiosamente, así no es como esto funciona. Por alguna razón, Dios, aun teniendo todo el poder y deseando nuestro bien, ha permitido que seamos malos, que nos insultemos, que nos peguemos, que nos matemos entre nosotros. Esto puede chocar e incluso puede llegar a ser una barrera para creer en lo que dice la Biblia. Pero Dios no quería autómatas que le sirvieran como esclavos ciegos. Cuando Adán y Eva comieron de aquel fruto en el Edén, eligieron salir del paraíso. A partir de entonces, sabemos perfectamente lo que es el mal, y de hecho, normalmente es nuestra primera opción para casi todo. Pero ahora sucede algo mucho más increíble, mucho más bonito. Ahora tenemos la opción de fallar, pero al mismo tiempo tenemos la opción de amar. Ya no servimos a Dios por imposición o por desconocimiento, ahora podemos tener el placer de seguirle, de servirle por amor, porque somos conscientes de quién es Él y de quiénes somos nosotros. Lo bueno es la obediencia ciega, lo mejor es el amor.
Todos somos conscientes de lo malos que somos, comenzando por un servidor. Diariamente me sorprendo a mi mismo pensando cosas que me dan miedo. Hay mucha gente sufriendo e incluso muriendo a diario por todo el mundo por la maldad de los hombres, incluso hay gente que sufre por mi maldad. Y eso no es porque Dios no sea bueno, eso es porque nosotros somos malos. Y si Dios permite semejante cuadro, insisto, según mi opinión, es porque tiene un camino mejor, uno auténtico. Porque, a pesar de nuestra maldad, a pesar de todo lo que somos y lo que Él es, vino al mundo a pagar la pena, para que ni tú ni yo tuviéramos que hacerlo.
Es algo extraño, es difícil de explicar y mucho más de comprender. Pero Dios no quiso lo bueno para el hombre, Él no se quedó con ganarse nuestra obediencia, Él fue mucho más adentro, el prefirió ganar nuestro corazón. Eso es algo que ha traído consecuencias, algunas de ellas terribles, pero la recompensa es mucho mayor; la recompensa es el amor. El amor es la clave de esta ecuación, con el amor no tenemos que excluir ninguno de los dos conceptos de Dios.
Durante muchos años ese selecto club de países fue el espejo donde tantos otros querían mirarse, incluido España por supuesto, aunque bien conscientes éramos de que ese círculo nos resultaba inalcanzable por dos razones primordiales: nuestra falta de democracia y nuestra precariedad económica.
Mediante sucesivas ampliaciones de socios, finalmente la CEE se convirtió en la UE (Unión Europea) en 1992. Ahora no solamente importaba el aspecto económico, sino también el político, el social y el ideológico. Es decir, que ya no solo se trataba de una Europa de las mercancías sino también de una Europa de las ideas. Eso quería decir mucho, porque significaba que cuestiones de orden capital, que van más allá del bolsillo y afectan a la conciencia y al espíritu de las personas, estaban siendo delineadas y establecidas. Conceptos sobre el individuo, el matrimonio, la familia, la justicia o la moral, podían ser reevaluados, redefinidos y trastocados, como así ocurrió.
Junto con ese impulso en la esfera de la ideología no se dejó a un lado el ámbito económico, que había sido el origen de todo el proyecto, y de esta manera el 1 de enero de 2002 el euro se convirtió en la moneda única y común de doce de los miembros de la UE. Paralos países en los que su moneda anterior había sido de tan escaso valor, como el caso de España, el ascenso a la categoría del euro les fue una catapulta que les impulsó al reino de la euforia y las posibilidades sin límite.
Estábamos en buenas manos, dado que los expertos que habían diseñado este ambicioso proyecto eran especialistas en finanzas y economía. Además se contaba con la larga trayectoria de las décadas previas del viejo Mercado Común, que había puesto sólidas bases en todo lo referente a lo que tuviera que ver con el dinero. Que temblara el dólar, el yen y cualquiera que se atreviera a ponerse por delante. El euro era la maravilla del mundo.
Pero en cuestión de poco tiempo aquella escena idílica ha dado paso a una especie de montaña rusa , donde el vértigo, los mareos, los sobresaltos y la respiración contenida se han hecho hegemónicos, hasta el punto de que nadie sabe muy bien adónde irá a parar o cómo terminará todo esto.
De pronto, varios países, en sucesión ininterrumpida, comienzan a dar síntomas de colapso. Los médicos acuden en tropel para tratar de recuperar a los pacientes del infarto que han sufrido; se usan todos los medios al alcance, respiración boca a boca, masajes cardíacos y desfibriladores, pero los males, lejos de ser conjurados, se agravan y extienden por momentos.
Y entonces nos empezamos a dar cuenta de que aquellos magos de la economía y las finanzas, en los que pusimos nuestra confianza, no lo debían ser tanto , porque antes de cumplirse una década de su entrada en vigor, el sistema de moneda única tiene varias vías de agua abiertas que amenazan con hacer naufragar la nave entera.
Ahora bien, si a estos expertos se les ha ido de las manos algo en lo que eran especialistas y para lo cual parecían estar sobrados de recursos y conocimientos, como es el terreno de la economía, ¿quién nos asegura que las líneas maestras ideológicas que diseñaron para la construcción de la nueva Europa están cimentadas sobre bases sólidas?
Si en algo tangible, como es el dinero, han fallado estrepitosamente ¿qué sucederá con lo intangible? ¿Quién se atreverá a poner la confianza en ellos para asuntos de calado que tienen que ver con el ser humano y su proyección en todas las facetas de la vida?
¿Cómo esperar que sus oráculos de más alcance sean verdaderos, cuando no han acertado en los de menor alcance? El sentido común y la lógica indican que la desconfianza aquí está más que justificada.
Si perdemos el dinero o el estado del bienestar será un quebranto, si bien relativo, como lo son todas las pérdidas materiales. Pero el verdadero problema es que perdamos algo mucho más importante, esto es, que nos perdamos a nosotros mismos, por seguir a quienes están perdidos y pretenden ser guías de los demás. Ésa sí será una pérdida absoluta.
Por eso yo voy en pos de quien dijo: ‘Yo soy el camino’ . Por eso me quedo con el oráculo que dice: ‘Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino.’ Un camino y una palabra que los expertos de la Unión Europea harían bien en tener en cuenta, en vista del caos en el que andan sumidos.
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