El río estaba calmado. Un día
apacible se abría paso entre las quietas aguas del Nilo, el
sofocante sol y la refrescante sombra de las palmeras del Palacio
Real. Faraón disfrutaba de una mañana de descanso después de haber
tenido una semana de vértigo por un problema con unas revueltas en
el sur, en las tierras de los nubios. El aire soplaba dulce y
levantaba los frescos aromas de las flores que le rodeaban, una
cerveza refrescaba su garganta, las suaves notas de los cantos de las
sacerdotisas alegraban sus oídos y parecía que ya nada podía ser
mejor.
Pero algo se removió en el agua, algo
muy extraño comenzó a chapotear. Faraón conocía perfectamente los
movimientos de los cocodrilos que poblaban el Nilo, y aquello tan
torpe y grande no podía ser uno de esos depredadores acuáticos. Se
levantó preocupado de la tumbona donde estaba reclinado. 7 animales
enormes salían de las aguas tranquilas del Río Madre, tan grandes
como vacas. Faraón, asustado, miró a su alrededor. No había nadie,
ni guardias, ni sacerdotisas, ni siquiera sus mujeres ni ninguno de
sus hijos correteaban por el lugar donde hacía unos segundos
estaban. Alarmado, retrocedió unos pasos para ver que,
efectivamente, aquellos animales eran vacas. 7 hermosas y gordas
vacas. Todo parecía demasiado extraño. Las vacas, una vez hubieron
salido del río, tranquilamente, se pusieron a pastar enfrente suyo,
devorando la hierba. Faraón, un poco más tranquilo, se sentó de
nuevo en la tumbona.
Y fue al hacerlo, que se volvió a
remover el agua. Faraón saltó como un resorte y se volvió a
refugiar detrás del diván. 7 nuevas formas salieron del río.
Parecían vacas también, aunque solamente fuera por el pelaje. La
verdad es que eran monstruosas. Se les notaban todos los huesos de lo
famélicas que estaban, tenían los ojos hundidos y estaban
totalmente demacradas, hasta les costaba andar de su extrema
delgadez, parecía extraño que aquellos animales cadavéricos
pudieran moverse. Ante la atenta mirada de Faraón, aquellas vacas
rodearon a las otras, las gordas.
De repente, abrieron sus bocas las
vacas famélicas y asomaron varias hileras de monstruosos dientes,
afilados como cuchillos. Se lanzaron sobre las otras vacas y
comenzaron a devorarlas, arrancando piel, carne y huesos con una
facilidad pasmosa. Faraón echó a correr hacia la seguridad de su
palacio. Y fue en un momento en que se dio la vuelta para echar un
último vistazo a la carnicería, que vio cómo una de las vacas, que
ya había terminado con la res que se estaba comiendo, le miró con
la mirada más aterradora que había recibido en su vida.
Despertó, asustado, atemorizado. Aquel
sueño había sido simplemente demasiado real para dejarlo pasar. Con
la mano temblorosa, agarró la copa con agua que tenía al lado de su
cama. Bebió un sorbo, que más bien se le cayó a las sábanas de
lino por el nerviosismo. Esa mañana, sin falta, convocaría a sus
magos y videntes para que le interpretaran ese sueño, era
simplemente demasiado profundo como para dejarlo pasar.
Y se volvió a dormir, y volvió a
soñar.
En este sueño, de una sola caña
crecían 7 espigas hermosas y gordas. Y después de ellas, crecieron
7 espigas menudas y abatidas. Fue en un momento que las 7 espigas
pequeñas y menudas abrieron unas fauces tan terroríficas como las
vacas del otro sueño, y devoraron completamente a las espigas
gordas.
A la mañana siguiente, Faraón reunió
a todos los magos, los adivinos y los videntes. Les contó los dos
sueños. Todos los sabios se reunieron para intentar lograr una
interpretación de los inquietantes sueños que había tenido Faraón,
desde luego que si lo conseguían, el premio iba a ser muy grande,
Faraón nunca se había caracterizado por ser tacaño. Pero durante
horas estuvieron divagando y nadie fue capaz de dar una respuesta
satisfactoria a los sueños del rey. Al día siguiente, el faraón,
frustrado, contempló como todos los, supuestamente, entendidos de su
país, el gran imperio del mundo, solamente encontraban disculpas. Se
cabreó como nunca antes lo había hecho, y los expulsó a todos
entre gritos y maldiciones. Aquello era realmente importante para él,
tenía la impresión de que le iba la vida, el reino, en aquellos
sueños. Tenía la firme convicción de que todo lo que conocía
dependía de que fuera capaz de interpretar correctamente aquellos
sueños.
- Mi señor faraón. - El jefe
de los coperos se acercó con la cabeza agachada. Sabía lo que
estaba en juego, si no le caía en gracia al Gran Rey al atreverse a
hablarse sin ser invitado, su cabeza correría. Y no estaba de muy
buen humor precisamente. - Cuando Su Majestad pensó que yo había
estado entre los que buscaron su muerte, me echó a la prisión.
Estando allí, conocí a un varón hebreo, de muy hermoso semblante y
mejor conocimiento que interpretó correctamente mi sueño y el del
panadero que condenaste definitivamente por aquella traición. Le
prometí hablar a Su Majestad de él, pero lo olvidé, espero que
Faraón perdone mis faltas. También le prometí decirte que él está
encerrado por una injusticia, y no por falta alguna suya.
El Gran Rey del mundo mandó llamar a
José. Habían pasado 2 años desde que el copero prometió ayudarle.
Ahora aquel joven de 30 años fue sacado de la prisión para ser
llevado ante Faraón, ante el hombre más poderoso de la Tierra.
Acostumbrado a que todo había ido a
peor desde que salió de la tienda de su padre destino a Dotán para
ver a sus hermanos 13 años atrás, así que cuando José fue sacado
de la cloaca en que vivía, se repitió a sí mismo aquello que tanto
le había ayudado a lo largo de esos años. “Dios
tiene un plan “. Aún conservaba
aquel tesoro que se prometió guardar. Aún guardaba sus sueños en
lo profundo de su corazón.
Fue lavado, afeitado y preparado para
presentarse ante el monarca, le vistieron con los mejores linos y le
afeitaron la cabeza al estilo egipcio. Cuando estuvo en condiciones,
fue llevado ante Faraón.
- Mi copero me ha hablado de ti, hebreo.
- Fue lo primero que le dijo al asustado joven. - Me ha dicho que
tienes el poder de interpretar los sueños. - El joven ni se movió,
tenía los músculos agarrotados por el nerviosismo, sabía que este
era el momento en que se lo jugaba todo. - He tenido un sueño, un
sueño que me ha perturbado en gran manera, hebreo. Y ninguno de los
sabios, ni de los videntes, ni de los sabios, ni de los sacerdotes de
todo Egipto ha sido capaz de decirme qué significa. Quiero que tú
me interpretes este sueño.
Las palabras costaban como nunca, la
boca seca, la garganta agarrotada. Pero aún así, José comenzó a
hablar. - Yo no tengo el poder de interpretar sueños, mi faraón. -
Continuaba sin subir la cabeza, solamente mirando los pies del
monarca. - Pero mi Dios tiene ese poder, y Él puede decirme la
respuesta a tu sueño, para que yo pueda darle lo que busca a Su
Majestad.
Faraón, sorprendido por la humildad y
la educación del hebreo, le contó los dos sueños que tuvo, con
todo el lujo de detalles que pudo.
- El sueño de las 7 vacas hermosas
y las 7 vacas famélicas y el de las 7 espigas gordas y las 7 espigas
apagadas son el mismo sueño, mi rey. Dios ha mostrado a Faraón lo
que piensa hacer para que se prepare. Las 7 espigas y las 7 vacas
gordas son 7 años de prosperidad como jamás ha tenido la tierra de
Egipto. En estos años los graneros no serán suficientes para
guardar las enormes cosechas que habrá. Toda la tierra será bañada
con la bendición divina durante estos 7 años como jamás pasó en
la historia. Pero después llegarán 7 años, que son las 7 vacas
flacas y las 7 espigas delgadas, en que la abundancia se acabará, y
el hambre en la Tierra será desastrosa, como jamás se ha visto en
el mundo. Gentes y ganados morirán de hambre, y no habrá quien
pueda sobrevivir a esta escasez. - El
faraón escuchaba atentamente a José. - Así que lo que
debe hacer Faraón es poner a un varón prudente y sabio sobre la
tierra de Egipto, y poner por sobre las provincias varones capaces,
para que guarden diligentemente los alimentos en los años de
abundancia, para que la muerte lo asole Egipto en los años de
escasez.
Lo había hecho, Dios le había dado la
respuesta a José para que se la trasmitiera a Faraón. Aunque por
fuera, el hebreo mantenía la compostura, estaba radiante en su
interior, sabiendo que Dios continuaba estando con él.
Faraón miraba a José, pensando,
mientras afirmaba con la cabeza. - Sé que esto que me has dicho
es cierto, sé que has sido enviado por Dios para esta tarea, y me
parece prudente el consejo que me has dado para que mi tierra no
perezca. Pero, ¿a quién encontraremos en la tierra de Egipto, que
sea sabio, prudente, inteligente, diligente y que el espíritu de
Dios esté sobre él? - Faraón hizo una pausa, pero nadie dijo
nada. - Creo que lo tengo ante mí, hebreo, tú eres el varón que
debo poner por sobre mi reino para que salves a toda mi gente, a
todos mis ganados, para que salves al mundo de perecer.
Y Faraón puso una
capa de lino finísimo a José, y se quitó el anillo de su mano y se
lo puso al hebreo. Le puso sobre un carro, y pregonó que todo el
mundo doblase la rodilla delante de este hebreo, enviado por el Dios
Altísimo para salvarlos en los peores tiempos.
Y fue en ese
momento, cuando José vio que todos se arrodillaban ante él, cuando
contempló que tenía un propósito en su vida más grande e
impresionante de lo que nunca soñó, cuando recordó su largo
peregrinaje hasta aquel momento, en que todas las piezas encajaron
por primera vez en su vida.
José
fue puesto por sobre toda la tierra de Egipto, con solo Faraón por
encima de él. Le puso por nombre
Zafnat-panea,
y le dio por mujer a Asenat, hija de Potifera, sacerdote de On. Y
gobernó José sobre Egipto diligentemente durante 7 años, y la
tierra produjo a montones, hasta tal punto que uno de las principales
trabajos de José fue el de ordenar la construcción de graneros. Y
la riqueza de Egipto creció mucho durante estos 7 años.
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