El trigo de Egipto era tanto que no
había ya ni un lugar donde guardarlo. La eficiente gestión de José
había hecho que no se perdiera nada, que no se malgastara, que no se
consumiera más de lo necesario, porque sabía lo que iba a venir
después.
Durante estos 7 años de ingente
prosperidad, José tuvo 2 hijos, Manasés y Efraín. Todo Egipto le
apreciaba, le respetaba. Nadie había sobre él salvo el rey. Estos 7
años consiguieron que José se olvidara de las penurias pasadas en
aquella cisterna, en su periodo de esclavo y en prisión, cada una
más injusta que la anterior. Pero todo le había llevado hasta allí.
Tenía todo lo que siempre soñó, sus sueños se estaban cumpliendo,
y lo mejor de todo, tenía un propósito. Y no era menos que el de
salvar la vida de miles y miles de personas. Para eso estaba allí.
Era consciente y trabajaba para ello.
Pero la prosperidad pasó. José
cumplió sus 7 años como gobernador de Egipto. Y las vacas flacas
comenzaron a devorar a las gordas, despiadadamente. El primer año de
escasez llegó, llegó con toda su furia. El sol fue más abrasador
de lo que nunca fue, el cielo no regaló una gota, la tierra se secó
y se agrietó. Ni un grano de trigo produjo toda la tierra. Hasta tal
punto que el grano faltó por todo Egipto, y la gente tenía hambre.
Entonces, viendo la escasez de su
pueblo, Faraón proclamó un edicto para que todo el que quisiera
trigo, que acudiera a José, y que hiciesen todo lo que él les
dijere. Y José comenzó a administrar el grano que había guardado
durante los años en los que el campo produjo de sobra.
Y así estuvo atareado José
administrando el grano que habían guardado, para que no faltase para
los 6 años que aún quedaban por llegar. Cada día eren miles los
que se presentaban para comprar algo que comer.
Y llegó un día en que le dijeron a
José que un grupo de hebreos habían venido para comprar comida,
pues el hambre había llegado hasta allí, así como las noticias de
que en Egipto había pan. No podía ser. ¿Sería posible que entre
aquellos hombres hubiera alguno de sus hermanos? ¿Quizá hasta su
padre? No, no podía ser, su padre, si es que aún vivía, sería muy
anciano ya para bajar a Egipto a comprar comida. Ordenó que se
presentaran personalmente ante él y que viniera un traductor para
hablarles en Egipcio y que el traductor se lo tradujera a hebreo,
para que no le reconocieran.
10 hombres, vestidos de aquella forma
que tanto recordaba José por su niñez, entraron al patio donde José
les iba a recibir. Fue reconociendo las caras. Todos sus hermanos
estaban allí, todos. Tragó saliva. Estaba preparado para salvar la
vida de miles, pero no estaba preparado para afrontar aquello. Le temblaban las manos, le temblaba hasta la voz.
- ¿De dónde habéis venido,
extranjeros? - José intentó mantener toda la dignidad que pudo,
hasta le pareció que les habló demasiado severamente.
Fue entonces cuando casi se cae para
atrás. Uno tras otro, antes de abrir la boca, sus hermanos se
arrodillaron ante él, exactamente de la misma manera en que lo
habían hecho en su sueño tantos años atrás.
Rubén habló – Mi señor, hemos
venido desde la tierra de Canaán, hemos oído que en Egipto había
alimentos para comprar, así que para eso hemos venido. - En ningún
momento alzó la vista, permanecían arrodillados, humillados ante
él, y ni siquiera sabían quién era.
- Desde que habéis entrado por esa
puerta, he sabido lo que erais. - José alzó la voz tratando de
disimular el temblor. - ¡Espías! Habéis venido desde otras tierras
para reconocernos y ver de qué manera podréis robar las riquezas de
Egipto.
- ¡Pero mi señor! - Rubén alzó por un
segundo los ojos y su mirada se chocó con la de José por un
instante. - ¡Tiene que creer a sus siervos! Hemos venido a comprar
alimentos, de verdad. Todos nosotros somos hijos de un varón hebreo,
de muy buen nombre. Somos 12 hermanos, aunque uno desapareció hace
ya mucho, y el otro es demasiado joven, y nuestro padre no le ha
dejado venir.
José volvió a dar un paso atrás, le
había dado otro vuelvo al corazón, ¡tenía un hermano pequeño
más! - Está bien. De acuerdo. - José comenzó a tramar un plan
para conocer a su hermano pequeño. - Podréis llevar el alimento a
vuestro padre y a vuestro hermano, pero con una condición. Solamente
irá uno, el resto quedará aquí preso, hasta que ese vuelva con
vuestro hermano pequeño, así sabré que estáis diciendo la verdad
y que no estáis mintiendo.
Los hebreos se levantaron indignados,
no podían creerse que se les estuviera tratando así. José los hizo
encarcelar por 3 días. Al cabo de ese tiempo, fue a verlos a la
celda donde estaban presosacompañados del traductor.
- Os dejaré que vayáis todos menos uno,
y que llevéis los alimentos. Pero tenéis que traerme a vuestro
hermano menor. Escuchadme, yo soy un hombre temeroso de Dios, podéis
fiaros de mí. Cuando volváis con vuestro hermano pequeño, no
sufriréis mal alguno, ni vosotros ni él, os doy mi palabra.
Entonces José ordenó que saliese el
traductor para que se quedara solo con ellos. En ese momento aprovecharon
sus hermanos para hablar entre ellos, pensando que Zafnat-Panea no
conocía su lengua.
“Esta es la paga por lo que le
hicimos a José.” “¿Os acordáis cuando gritaba y lloraba para
que le ayudásemos, cuando le dejamos en la cisterna?” “Si
pudiéramos volver a atrás...”
Entonces José no pudo más. A punto
estuvo de explotar delante de ellos. Rápidamente se dio la vuelta y
salió de la celda. Comenzó a llorar, como hacía mucho que no
lloraba. El ver a sus hermanos arrepentidos delante de él fue más
de lo que pudo soportar.
Sus hermanos salieron, se llevaron el
grano y volvieron a su tierra dejando atrás a Simeón. José ordenó
que les dejaran el dinero que habían traído dentro de los mismos
sacos en que se llevaron los alimentos para devolverselos.
Ordenó que se tratara dignamente a su
hermano Simón, y aguardó impaciente, mientras seguía con la
responsabilidad de alimentar a un país, esperando la vuelta de sus
hermanos, además del que no conocía. Parecía ser que no solamente
había pasado todo aquello para salvar la vida de miles de egipcios,
sino que su propia familia iba a sobrevivir gracias a su tortuoso
trayecto que le llevó a ser gobernador de la mayor nación del
mundo.
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