Durante buena parte de la
Edad Media , el debilitamiento de los estados a favor de los feudos nobiliarios, la persistencia del “Imperio Romano”
en el Sacro Imperio, la centralización religiosa en torno a Roma y la
existencia de un potente enemigo rodeando la cristiandad, hizo que toda Europa
estuviera unida bajo una misma bandera, tanto política como religiosa, con sus
claras diferencias regionales, pero en esencia eran todos más o menos “una
misma nación”.
Fueron varios los factores que, al ir acercándose el fin del
medievo, hicieron que esta unidad europea fuera resquebrajándose y que el
europeo comenzase a plantearse todo aquello en lo que había creído a pies
juntillas durante más de un milenio.
La división religiosa que impactó Europa desde mediados del
siglo XVI fue iniciada, en efecto, por Martín Lutero hace ya 495 años, pero este
cambió tuvo sus primeros brotes verdes varios siglos atrás, brotes verdes que
fueron forzados por una realidad religiosa en Europa que dejaba mucho que
desear. Hoy me gustaría ofrecer brevemente una panorámica de aquello que ocurrió
en la Europa Católica ,
Apostólica y Romana que forzó la existencia tanto de la Reforma Protestante ,
como de otras reformas e intentos frustrados que poblaron el fin de la
Edad Media.
Durante el s. XIII, el papado llegó a su mayor etapa de poder
en la persona de Inocencio III, al tiempo que las órdenes mendicantes se
lanzaban a la conquista del resto del mundo para Cristo, y en las universidades
se construían grandes catedrales del pensamiento teológico. En teoría al menos,
Europa se encontraba unida bajo una cabeza espiritual, el papa, y otra
temporal, el emperador. Incluso durante buena parte de este siglo se volvieron
a unir las dos iglesias, la romana y la griega. Pero en medio de todos estos
elementos de unidad al parecer inquebrantables existían tensiones y puntos débiles,
que a la postre derribarían todo el edificio que la cristiandad medieval había construido
con sus altos ideales (1).
En cuanto a la Iglesia Griega y la unidad que disfrutaron con Roma, fue solamente aparente, pues interiormente bullía un
resentimiento hacia el opresor que había aprovechado las cruzadas para tomar
Constantinopla y desterrar su independencia (1).
Mapa de las diversas oleadas de la peste negra. |
Una de las grandes razones por las que el pueblo comenzó a
perderle el respeto al papado y a la unidad en torno a Roma, fue ni más ni
menos que las diferentes oleadas de peste bubónica que asolaron Europa a partir
de 1347, que diezmaron la población de la cristiandad. Costaría siglos el
recuperarse de la destrucción demográfica. Aunque la Iglesia de Roma acusaría
una y otra vez a los pecados y tacharía esta epidemia de “Castigo de Dios”, el
hecho es que la gente comenzó a preguntarse si estaba tan sumamente claro que
Dios estaba de su parte cuando hasta los más pequeños, y especialmente estos,
sucumbían ante la muerte negra.
Las condiciones políticas que cambiaron durante estos siglos
tampoco ayudaron en exceso al fortalecimiento de la iglesia centralizada. La
burguesía comenzó a apoyar a la monarquía, cada vez más hastiada de los grandes
nobles que les usurpaban el poder. El crecimiento de las ciudades, la tendencia
a la centralización en las diferentes monarquías del poder en detrimento de la
clase noble hizo crecer los sentimientos nacionalistas que anularon el sueño de
la Europa
unida políticamente, y terminaría por hacer tambalear el sueño de la Europa unida
espiritualmente. La prueba más evidente fue la Guerra de los 100 años, que desangró Europa durante algo más de un siglo.
Pero el principal problema con que se encontró la Iglesia fue ésta misma. La
continua perversión de los supuestos representantes de Cristo en la Tierra llevó a la gente a
pensar que estos personajes no eran más que farsantes.
Estas perversiones pasaban por las anatas, que era el
impuesto por el cual el obispo o abad recibía la ganancia equivalente a un año
del sacerdote ordenado. Las continuas colocaciones, por las cuales se ordenaban
nuevos sacerdotes y se rotaban los existentes por parte de los altos cargos de la Iglesia para cobrar las
anatas. Las preservaciones, que eran las reservas de los puestos más valiosos económicamente
para el Papa, que enviaba a un sacerdote en su nombre y le reservaba la cuantía
por ese cargo para el “vicario de Cristo”. Las expectativas o simonías, es decir, la venta
de los cargos eclesiásticos al mejor postor. Las dispensaciones, el pago de un
importe por el perdón de las rupturas a la ley canónica. Las indulgencias, que
era la remisión de las penas temporales por el pecado, tanto propias como de
familiares, previo pago de una cuantiosa suma de dinero. El nepotismo, el
nombramiento de familiares de altos cargos creando una especia de cargo eclesiástico
hereditario.
Mapa del cisma, donde se diferencian los territorios que apoyaban al papado de Roma y los que apoyaban al papado de Aviñón. |
En 1305, Clemente V fue nombrado Papa. Tras 10 meses de
pontificado, decidió trasladar el papado a Aviñón, en Francia. Fue a partir de
entonces que hay una serie de papas franceses que no tienen ninguna intención
de devolver el papado a la Ciudad Eterna.
De hecho, nombran a los cardenales de entre los sacerdotes franceses, hecho que
causa que necesariamente los siguientes papas fueran de esta misma
nacionalidad. La intención de quedarse en Francia queda patente con Benedicto XII, que construye un ostentoso palacio para el papado. Durante esta época, fue
absolutamente escandalosa la depravación que salía de los altos poderes eclesiásticos.
Hubo algún intento de devolver el papado a Roma por parte de los papas, pero los cardenales franceses lo impidieron. La cristiandad entera estaba
consternada por este hecho. Esto cambió cuando Urbano VI, el primer papa
italiano tras 7 papas franceses, decidió trasladar el papado a Roma pasase lo
que pasase, así como el anuncio de serias medidas para cambiar la situación que
estaba destrozando la
Iglesia. 13 cardenales franceses, reunidos en Anagni,
decidieron elegir a otro papa, destronando de esta manera a Urbano. El
resultado es que de allí salió Clemente VII como papa con sede en Aviñón, y Urbano
VI como papa en Roma, con una cristiandad dividida por la mitad. Para dar una
solución a este problema que se alargó durante dos décadas, las dos curias de
los dos papas se reunieron en el Concilio de Pisa en el 1409, decidiendo
deponer a los dos anteriores papas y entronar a un nuevo papa, Alejandro V. Pero
el resultado de esto es que ninguno de los dos otros aceptaron este concilio y
la cristiandad se vio dividida entre tres papas diferentes. El sucesor de
Alejandro V, Juan XXIII, fue expulsado de Roma por Ladislao de Nápoles y buscó
la protección del impero que se la ofreció a cambio de que convocase un nuevo
concilio, el de Constanza, en 1414 (2). En este concilio, fueron obligados a
dimitir como papas Juan XXIII y Gregorio XII, pero Benedicto XIII se refugió en
Peñíscola, amparado por el reino de
Aragón, donde continuó su sueño del papado conocido como Papa Luna. El nuevo
papa elegido después de esta tormenta sería Martín V.
Esto es solamente un ejemplo de la manera en que los
supuestos representantes de Cristo hacían y deshacían a su antojo en este
periodo de la Edad Media ,
entre malas artes y una degradación absoluta. Fue en medio de este desastre que
surgieron diferentes rebeliones contra este poder, de muchos tipos, que
constituyeron los cimientos sobre los que la Reforma Protestante
se construyó. Continuaré hablando de estos intentos reformadores en la próxima
entrega.
(1)- Historia del Cristianismo. Justo L. González. Tomo 1 Cáp. 44.
(2)- Catolicismo Romano. José Grau. Tomo 1. Págs. 423 y ss.
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