Ese es el nombre científico. La verdad es que es un
auténtico prodigio de la naturaleza, jamás imaginé encontrar nada
parecido. He estado leyendo un poco acerca de algunos casos parecidos
que se han documentado en Mongolia y Australia y creo que este es el
tipo de noticias que merecen ser contadas, y no la de que si esta
señorita de dudosa moral se ha casado con tal futbolista o si una
millonaria decrépita ha discutido con su tía del pueblo.
Todo empieza con un volcán que entra
en erupción durante el mesozoico triásico. Este volcán tiene que
estar envuelto de una serie de condiciones y “casualidades” muy
concretas, pues debe explotar instantes antes de que empiece a
llover, para que el magma pueda endurecerse y enfriarse lo justo para
que el agua no se evapore sobre su superficie y se almacene sobre la
roca recién solidificada. Inmediatamente después, debe caer una
copiosa nevada para que haga una capa que proteja al agua antes de
que otra capa de magma vuelva a pasar sobre ella y consiga endurecer
la capa que pega con el agua antes que llegue a evaporarla y fundirse
con la capa inferior de magma sólido. De esta manera tenemos una
pequeña cantidad de agua encerrada entre dos capas de roca que
cierran herméticamente a nuestra cápsula triásica.
Pero ahí no queda la asombrosa mezcla
de causalidades, diferentes tipos de estafilococos y estifilos deben
haber sido, por alguna razón científica, llevados a este agua antes
de que la ardiente roca los encierre durante millones de años. Estas
bacterias, sobreviven encerradas en la charca mesozoica durante
eones, corrompiendo la piedra y generando pequeñas oberturas en las
paredes antaño ardientes. Con sus desechos, generan nuevas piedras a
partir de las antiguas cambiando la configuración inicial del hueco
que dejó la piedra milenios atrás. Son muchos los millones de años
que dura esta parte del proceso, y las ranuras que, curiosamente, dejan a
resultas de sus destrucciones y construcciones aparentemente
aleatorias deben dejar el terreno abonado para la siguiente parte del
proceso.
Es en el oligoceno, que unos gusanos
nemátodos consiguen alcanzar, a fuerza de excavar, nuestra charca
ancestral. Allí, aprovechan las “gusaneras” que han dejado las
bactérias a fuerza de corromper y generar nueva roca, para entonces
ya nada tiene que ver el interior con lo que dejamos en el triásico,
ahora todo está cambiado, perfectamente adaptado para que el gusano
críe. Y es allí donde su progenie crece fuerte y sana continuando
su labor estructuradora, y permitiendo paso a la siguiente fase de
nuestro proceso, abren camino hacia el exterior, al cielo, a las
lluvias, a la fuerza erosionadora por excelencia, el agua.
Poco a poco, gota a gota, el agua va
entrando en los pequeños orificios practicados por los gusanos,
moldeando a su antojo la piedra durante decenas de millones de años,
hasta que algo inaudito ocurre, un pedazo, del tamaño de un puño,
de roca volcánica modificada por las bacterias, los gusanos y el
agua, se desprende del lugar donde estuvo durante los últimos
millones de años y comienza a rodar montaña abajo, chocando contra
otras piedras, redondeando los bordes, practicando pequeñas
incisiones con extrañas formas y puliendo la piedra metálica.
Y al fin, su última parada en su viaje
la hace siguiendo la corriente de un río hacia el mar. Allí, otro
tipo de bacterias, la fuerza del río, los pequeños peces, incluso
algún tiempo en el ácido estómago de uno más grande, hacen del
Casio Illuminator World Time e-data Memory chrono lo que era cuando
yo lo encontré.
Fue un día paseando por la
desembocadura del Duero, en una visita fugaz a Oporto, lo vi.
Semienterrado en la playa, allí estaba. Me cegó el reflejo del sol
sobre su pulida carcasa. Lo más impresionante no era que estuviera
pulido, que reflejase la luz del sol o que me entrase perfectamente
en la muñeca, con el cierre en perfecto estado y todo, lo más
asombroso es que aún funcionaba, estaba en hora de Madrid y hasta
tenía pila con carga aún. En un principio pensé que era un reloj
que se le había caído a alguien, que había hecho alguna empresa en
su fábrica bajo el diseño de un experto en la materia y que había
llegado a mis manos por medio de alguien, pero cuando leí esta
explicación científica me quedé mucho más tranquilo. De todas
maneras, no me apetecía que apareciese su dueño y se lo tuviera que
devolver, era mío, yo me lo había encontrado, y me gustaba.
Realmente, muchas veces, la naturaleza
nos deja perplejos... ¡Y yo que creía en los relojeros!
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