Los entendidos en cocinar ranas lo tienen muy claro.
Cuando quieres cocer una “deliciosa” rana no puedes seguir el método tradicional. Porque si calientas el agua hasta que hierva y hechas al animalillo dentro de la cazuela, lo único que conseguirás será que dé un salto inmenso huyendo despavorida del calor y que te ponga la cocina hecha unos zorros. Al mínimo contacto con el agua caliente, la rana huye con todo su potencial, y este es, saltar. Saltar con todas sus fuerzas y sin miramientos. Después, será divertido ver cómo la persigues por toda la cocina intentando agarrar su resbaladiza piel. Y esto contando que solamente hayas echado una rana al agua. Que como hayas ido esa misma mañana a buscar ranas y hayas conseguido un par de docenas de ellas vas a estar un buen rato persiguiendo ranas por toda tu casa. Si esto sucede, por favor, di a alguien que lo grabe con el móvil y hacedmelo ver. Me echaría unas buenas risas.
Así no se hace. Lo que tienes que hacer para cocinar unas ranas, aunque parezca una paradoja, es hacerlas sentir bien.
Con las dos docenas bien encerraditas en una cesta o una bolsa, pones agua fría en una cazuela. Antes de poner el agua a calentar, introduces las ranitas dentro. Ellas estarán felices y contentas dentro del agua, se sentirán como en casa. El agua está a su gusto y no tienen porqué huir despavoridas. Una vez están dentro, pones el agua en el fuego y comienzas a calentarla. Verás como las ranas no saltan, no tratan de esquivar el líquido elemento. Ellas disfrutan de cómo el agua va calentándose sin darle mayor importancia. Seguramente pensarán que alguien les está invitando a un yacuzzi bien calentito, sin tener que pagar ni nada.
Y así, poco a poco, las ranas van cociéndose hasta quedar en su punto sin que ellas se den cuenta y sin tratar de huir de su funesto final.
Muchas veces pensando en muertes como esta, o como la de aquellos lobos que cazaban los esquimales, me pregunto si es posible que nos esté pasando lo mismo. Si puede ser que alguien o algo nos esté engañando tan lentamente, con unas trampas tan sibilinas, que cuando nos queramos dar cuenta, nuestros propios instintos nos hayan llevado a la muerte, y sin enterarnos de que nos estaban cocinando, hayamos caído en la trampa de quien quiere comernos.
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1 comentario:
pues si, yo creo que es esactamente como lo describes, y ese alguien o algo para mí no es otra cosa que la propia naturaleza del ser humano. Somos así de estúpidos, que le vamos a hacer. Daniel Muñoz
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