miércoles, 23 de abril de 2014

Φιλοανοησία (Filoanoisía)

Es un interesante, curioso, y sin duda, enriquecedor ejercicio el plantearnos hasta dónde nos llevan nuestros planteamientos si intentamos vivirlos hasta las últimas consecuencias. El hecho de que parezca que casi cualquier idea es buena, si nos la presentan con un mínimo de adorno, más aún en la sociedad del “todo vale, menos decir que algo no vale”, no quiere decir que eso sea cierto. Y si hay algo que nos ha enseñado la historia, es que no todo vale, que hay muy malas ideas camufladas como genialidades y que la gente se deja engañar muy fácilmente. En esencia, que la mayoría no tiene por qué tener la razón, de hecho, la mayoría casi nunca tuvo la razón.



Y para muestra, un botón. Si hace unos 200 años hubiésemos ido de vacaciones por Alemania, es posible que nos encontrásemos con un hombre que cambió la historia con su filosofía, Georg Wilhelm Friedrich Hegel, más conocido sencillamente como Hegel. Este hombre, entre otras muchas contribuciones al pensamiento, ideó lo que él llamó la dialéctica, más específicamente materialismo dialéctico. Muy en consonancia con la época, la intención de este filósofo era la de buscar la manera práctica de arrinconar cualquier rastro de Dios en el pensamiento y en la sociedad para exaltar la grandeza del raciocinio humano y la búsqueda de explicaciones y de soluciones huyendo de aquel padre controlador y tirano que era Dios.
El materialismo dialéctico es un método filosófico para explicar el cambio en las sociedades y en los individuos que se basa en la progresión de cada movimiento o cambio como el intento de solucionar los males del anterior. Es decir, la Revolución Francesa surgió como un intento de traer la libertad que estaban ansiando los europeos y que era limitada por el Antiguo Régimen, pero también ésta tenía sus limitaciones, porque era la primera vez que en Europa se disfrutaba de libertad, así que también tuvieron que surgir cambios o conflictos que lo llevaran a ser mejor. El materialismo dialéctico es un método que, además de ser netamente materialista, como su propio nombre indica, en el sentido de basarse única y exclusivamente en criterios físicos para describir la realidad, es sumamente optimista, creyendo que los males del hombre son un pretexto para ir cada vez a mejor y que los cambios que se originan, aunque sean aparentemente aleatorios, van a constituir una sociedad mejor. De este materialismo dialéctico se aprovecharon otros pensadores que aplicaron esos principios a otros campos, como a la biología por Charles Darwin, que aplicó este principio a su teoría de la evolución de las especies (usando las mismas ideas, de que el cambio solamente está originado por razones materiales en el progreso que hace que se pase de unas especies a otras y que el azar siempre será ventajoso en los cambios o mutaciones) o a la política, como Carlos Marx, que aplicó la filosofía de Hegel a lo que llamó la Lucha de clases, como la manera de explicar la Historia.
Hasta aquí puede parecernos maravilloso. Una manera de explicar la vida, la aparición y desarrollo de las especies o los cambios políticos mediante criterios solamente materiales, sin inferencias espirituales, y mediante una teoría optimista, ¿qué más se puede pedir? ¿Puede haber algo malo en eso?

Pues la verdad es que sí, y mucho. Porque el reducirlo todo a lo material, hace que nada más tenga importancia, deshumanizando desgarradoramente nuestras conciencias. Me explico. Si mis actos son solamente una respuesta a lo que hay a mi alrededor, y lo único que nos interesan son los resultados, el bien y el mal quedan automáticamente fuera de juego. El bien solamente será mi bien, y el mal solamente será mi mal. Si los males del hombre son solamente un pretexto para ir cada vez a mejor, lo que yo haga no importa tanto, el daño que haga a la gente no es trascendente. Cuando unes un optimismo relativo, es decir, que aunque nada está en control, al final, todos los actos llevarán a un bien común, con el materialismo más agresivo, es decir, la negación de la importancia de nada más allá de lo que se puede ver y tocar, las consecuencias solamente pueden llevar a donde llevó la magnífica idea de Hegel, al exterminio de millones por el “bien de la humanidad”.
En los años 30 del siglo pasado, un hombre, un partido y una filosofía llegaron al poder en Alemania. Adolf Hitler era el hombre, el partido era el Nazi y la filosofía era el “Nacionalsocialismo”. Hitler tomó prestado el materialismo dialéctico Hegeliano (ampliado por Darwin, Marx y Nietzsche) y lo llevó hasta sus últimas consecuencias, de una manera muy lógica y práctica. Si solamente lo material es lo importante, y no hay restricciones morales ni éticas, ni la muerte de otros importa ni las guerras importan, son solamente un medio para lograr un fin. Si somos únicamente el resultado de una serie de mutaciones aleatorias, y considero que mi raza es la cima de este proceso, el resto de las razas son solamente una lacra, destruirlos iría a favor del desarrollo de la humanidad y su erradicación sería un acto que ayudaría al progreso de la especie humana. Si el materialismo dialéctico es cierto, las conclusiones de Nietzsche (sobre las que también se basó el nazismo) son ciertas; la misericordia, el ayudar a los débiles y el mostrar clemencia alguna son actos terroristas en contra de la humanidad, que necesita que los más fuertes sobrevivan para prosperar, porque la ayuda a los más débiles solamente hará que seamos cada vez peores. Todo lo contrario, debemos erradicar la debilidad y el mal de la humanidad.


Da miedo el intentar meterse en la cabeza de estos pensadores. Da vértigo hasta dónde llegan las consecuencias de una idea, al parecer, inofensiva y buena.


Filosofía viene de dos palabras en griego, amor y sabiduría, así que significa amor o aprecio por la sabiduría. En la Biblia, en multitud de ocasiones, se nos dice lo que es la verdadera sabiduría, y es el conocimiento y el temor de Dios (Proverbios 1:7, 1:9,10, 2:6, Colosenses 2:3, etc.) Así, la definición de filosofía según la Biblia es, ni más ni menos, amor a Dios. Porque Dios no es ese padre tirano que se creía en tiempos de Hegen, u hoy en día. Dios no es el que quiere aguar la fiesta, poner miles de reglas y oprimir, todo lo contrario. Dios es el único que trae liberación, el único que da buenos consejos para vivir y el único de quien puedes seguir Su sabiduría hasta sus últimas consecuencias, porque te llevarán a la vida, y no a la muerte; a la libertad, no a la esclavitud; a vivir de verdad, no a perderte la vida.


Cuando la filosofía deja de estar anclada en lo que Dios ha dicho, en el plan que Él ha tenido para la humanidad, reflejado inequívocamente en Su Revelación, la Biblia, deja de ser sabiduría, porque deja de reflejar a Aquel de quien viene la sabiduría, y comienza a ser estupidez, o aún peor, algo terrorífico que justifica o incita a las mayores atrocidades. Es por eso que en ese momento ya no seguimos una filosofía, sino una filoanoisía, amando la estupidez humana más que la auténtica sabiduría.


Continuará...

1 comentario:

Alberto Pérez dijo...

Excelente texto. Dios te bendiga

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