El padre entró a su tienda con una sonrisa en los labios. Afuera
esperaba su gran descendencia. 11 chicos eestaban en pie, por orden de edad,
como siempre los colocaba su padre, ante la tienda que los había visto
nacer a cada uno de ellos, en aquella tienda que había sido el fruto de la
mayor alegría de su padre al poder recibirlos al venir al mundo.
Jacob salió de la tienda con una preciosa túnica de colores
vivos, una cual nunca habían visto en su vida. Todos se quedaron maravillados
por su belleza, por la perfección de su tejido. Era sencillamente bellísima,
digna de un rey. La cara del patriarca era de una felicidad suprema. Jacob había
volcado sus ilusiones y su felicidad en José, que ahora ya contaba con 17 años.
Le había enseñado a leer y a escribir, siempre tenía tiempo para él. Era su
ojito derecho, y sus hermanos lo sabían.
- Esta preciosidad de
túnica, ha sido la razón por la que llevo largo tiempo apenas saliendo de mi
tienda. Vuestro abuelo Labán me enseñó a tejer, y la he hecho con todo mi cariño para
José. – Al joven se le iluminó el rostro. Había crecido muy sano y fuerte,
y era un chico muy inteligente. De más de un apuro había sacado a sus hermanos,
y siempre ayudaba a su padre con la contabilidad y los tratos con los ismaelitas
y los cananeos.Su madre Raquel le miraba con una gran sonrisa en el rostro.
Pero sus hermanos no estaban tan conformes. Estaban hartos
de trabajar durante todo el día para su padre, para que siempre se llevara las
palmadas en la espalda el mocoso que solamente cantaba, leía y entretenía a su
anciano padre. Ellos eran hombres hechos y derechos, toda su vida habían
servido fielmente a Jacob, y parecía como si les ignorase. Nunca les prestaba
la más mínima atención. Y para colmo, ahora le había regalado aquella túnica de
rey. Todos, pero sobre todo Rubén, el primogénito, empezaban a temer que su
padre tuviera otra idea acerca de su herencia, y que aquel gesto quisiera decir
que la primogenitura iba a caer sobre aquel repelente mocoso, en lugar de
ocupar el puesto que le correspondía. Después de todo, Jacob mismo era un
usurpador que había robado la primogenitura a su hermano Esaú, no se podía esperar gran cosa de él.
Al poco tiempo de aquello, una mañana, mientras se sentaban
alrededor de la hoguera a desayunar para prepararse para una dura jornada
laboral, José compartió con su abultada familia el sueño que acababa de tener.
- Esta noche soñé que estábamos
en el campo, atando manojos de trigo para recogerlos. Estábamos todos. Y vi que
mi manojo se mantenía erguido, como si estuviera sostenido por una estaca, y
todos los vuestros, puestos alrededor del mío, se inclinaban hacia mi manojo.
En un principio, fueron las bromas y las burlas las que
inundaron el ambiente. Pero en cuanto sus hermanos marcharon a trabajar y él se
quedó para hacer unos tratos con unos mercaderes arameos que iban a pasar por
allí, se cabrearon profundamente. Este
mocoso, se decían, se piensa que va a
gobernar sobre nosotros, cree que padre le va a dar la autoridad y que él será
nuestra cabeza. Tenemos que impedirlo como sea.
Y no había manera en que sus hermanos pudieran tratarlo
bien. Cuando no los veía su padre, siempre le pegaban, le insultaban, se reían
de él. En cambio, él siempre contaba a su padre cuando sus hermanos hacían lo
que no debían. Más de un castigo les había caído a sus hermanos por contarle
José a su padre de cuando habían robado vino para beber en medio de sus
vigilias nocturnas con los rebaños, o de cuando se escabullían por turnos para
visitar a las mujeres de compañía de las ciudades vecinas. Y esto solo hacía
crecer el odio de sus hermanos hacia José.
Otro día vino José a contar a sus hermanos y a su padre otro
sueño que había tenido.
- Ayer soñé que estaba
en medio del campo, y estaba el cielo iluminado con el sol, y también la luna
brillaba en lo alto. Once estrellas se veían en medio de todo este resplandor. Y
cuando los miré, vi que el sol, y las once estrellas, incluso la luna se
inclinaba ante mí.
En esta ocasión, entre las miradas de odio profundo de sus
hermanos, fue su padre el que se levantó y se dirigió a José.
- Hijo mío, ¿qué es esto
que dices? ¿Acaso piensas que tus hermanos, y tu madre y yo mismo vamos a inclinarnos delante de ti?
José le miró con sus ojos despiertos, elevó los hombros con
una media sonrisa en el rostro.
- No lo sé, padre. Yo
solamente os cuento lo que he soñado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario