En otras ocasiones ya he tratado acerca de la figura histórica
de aquel carpintero judío del primer siglo de nuestra era, que impactó tanto a
sus marginales discípulos que literalmente cambió el mundo hasta el punto que
si decimos que vivió en el primer siglo es porque precisamente contamos el
tiempo a partir de su supuesta fecha de nacimiento. En otras ocasiones he
explicado el por qué de mi plena confianza en que sus cuatro biografías contenidas en
el canon bíblico, los evangelios. Pero hoy me gustaría cambiar un poco el chip, y hablar de lo que tienen
que decirnos las gentes no cristianas ni afiliadas a ninguna “secta cristiana”
primitiva.
Ya hemos hablado del ingente número de copias manuscritas a
las que tenemos acceso de los evangelios y de la inmensa cercanía temporal
entre ellas y los originales de estas biografías de Jesús, en comparación con
cualquier obra escrita de la antigüedad. También hemos hablado de la
impresionante igualdad entre estos manuscritos que nos han llegado de un 99,5%,
lo que nos permite reconstruir con asombrosa precisión lo que dijeron los
cuatro evangelistas en sus mismas palabras, literalmente. Pero esto no es lo único
que tenemos acerca de este Jesús de Nazaret, acerca de este hombre humilde, de
un rincón marginado y apartado del gran Imperio Romano, que revolucionó el
mundo, cambió absolutamente todo, y tuvo la osadía de declararse Dios y demostrarlo con autoridad.
Es importante recordar que en el año 70 dC. los romanos
sofocaron una tremenda rebelión de los judíos que llevó a la masacre de
poblaciones enteras, a la destrucción de ciudades hasta los cimientos y a la
devastación de cualquier elemento, edificio o personaje que tuviera alguna
relación con el judaísmo o con la vida cultural de aquella región. Debido a
esta situación tan dramática, sin duda, mucha de la evidencia que podría
habernos llegado acerca del movimiento creciente que existía en aquellos años
respecto a la figura de Jesús, fue destruida. Muchos testigos oculares de los
eventos que relatan los evangelios fueron víctimas de aquellas guerras. Teniendo
en consideración estos hechos, unidos al hecho de que Jesús vivió en una región
apartada de este vasto imperio, como antes mencionaba, es muy sorprendente la
cantidad de información que nos ha llegado acerca de este judío que dijo que
era el Mesías esperado durante tanto tiempo. Algunas de estas informaciones,
aparte de lo que nos ha llegado por los textos de la Biblia y por los primeros
cristianos, son las siguientes:
Los judíos, primeros seguidores de Jesús, que también era
judío, tienen algo que decir respecto a este personaje histórico. Tanto es así
que en el Talmud Babilónico (Sanedrín 43ª) nos confirma la crucifixión de Jesús
en la tarde de Pascua, también en este documento podemos encontrar acusaciones
en su contra de brujería y de predicar la apostasía de la religión judía. El
historiador judío Flavio Josefo, que presenció y escribió largo y tendido
acerca de la guerra que devastó Judea en el 70 dC. nos escribió lo siguiente a
principios del segundo siglo: “Ahora,
había alrededor de este tiempo un hombre sabio, Jesús, si es que es lícito
llamarlo un hombre, pues era un hacedor de maravillas, un maestro tal que los
hombres recibían con agrado la verdad que les enseñaba. Atrajo a sí a muchos de
los judíos y de los gentiles. Él era el Cristo, y cuando Pilato, a sugerencia
de los principales entre nosotros, le condenó a ser crucificado, aquellos que
le amaban desde un principio no le olvidaron, pues se volvió a aparecer vivo
ante ellos al tercer día; exactamente como los profetas lo habían anticipado y
cumpliendo otras diez mil cosas maravillosas respecto de su persona que también
habían sido preanunciadas. Y la tribu de cristianos, llamados de este modo por
causa de él, no ha sido extinguida hasta el presente.” (Antigüedades XVIII.33) En cualquier caso, no deja de ser sorprendente que no haya ni un solo testimonio negando la resurrección de Cristo, con lo fácil que habría sido para ellos el salir y negar este hecho, puntal básico para las doctrinas cristianas, para hacer que se viniera abajo esta "secta" que estaba naciendo de su seno y tantos quebraderos de cabeza les estaban dando al afirmar que su mesías se había levantado de entre los muertos. Esto no hace sino confirmar la exactitud de los relatos bíblicos.
Pero los judíos no son los únicos que tienen algo que decir
acerca de este personaje que nos ocupa. Los romanos también nos dejaron algunos
documentos que podemos usar para poner en relieve la figura de Jesús de
Nazaret. El historiador Tácito, en el primer siglo, es considerado uno de los
más precisos historiadores del mundo antiguo. Él menciona a los supersticiosos
“Cristianos”, seguidores de "Christus", quien
sufrió bajo Poncio Pilato y durante el reinado de Tiberio. Gaio Suetonio, otro historiador
romano (70-160) secretario en jefe del emperador Adriano, escribió que había un
hombre llamado Chrestus (o Cristo) que vivió durante el primer siglo (Annais
XV.44) El historiador Talus es citado por Sexto Julio Africano en su obra en
una discusión acerca de las tinieblas que siguieron a la crucifixión de Cristo,
diciendo que en el libro III de su Historia explica la oscuridad como debida a
un eclipse solar, pero aclara que eso sería imposible debido a que la
crucifixión ocurrió en tiempo de luna llena, cuando no pudo haber ocurrido un
eclipse. (Escritos Existentes, 18) Plinio el Menor registra las prácticas de
adoración del cristianismo primitivo, incluyendo el hecho de que los cristianos
adoraban a Jesús como Dios y eran muy éticos, e incluye una referencia a las
festividades y la Cena
del Señor (Cartas 10:96).
Luciano de Samosata, un filósofo y escritor griego del siglo
dos, admite que Jesús fue adorado por cristianos, introduciendo nuevas
enseñanzas y que fue crucificado por ellos. Explicó que algunas de las
enseñanzas que este Jesús trasmitió a sus discípulos incluían la hermandad
entre los creyentes, la importancia de la conversión y de negar a otros dioses.
Los cristianos vivían de acuerdo a las leyes de Jesús, creyéndose a sí mismos
inmortales y se caracterizaban por despreciar la muerte, la devoción voluntaria
y la renuncia a los bienes materiales.
Mara Bar-Serapio fue un filósofo estoico que vivió en la
provincia de Siria en el primer siglo de nuestra era. El trabajo de este filósofo
solamente ha llegado hasta nosotros en forma de una carta que escribió a su
hijo. Está carta se encuentra en el Museo Británico. En ella confirma que Jesús
demostró ser un hombre sabio y virtuoso, que fue considerado por muchos como el
rey de Israel, fue llevado a la muerte por los judíos y siguió viviendo en las
enseñanzas de sus seguidores.
Además, contamos con los evangelios gnósticos y los apócrifos,
de los que hablamos en otra ocasión, cuyo tema principal es la figura de Jesús
de Nazaret.
En conclusión, una sorprendente fuente de información acerca
de Cristo puede ser hallada de fuentes no cristianas en absoluto, y gran parte
de las biografías “oficiales” puede ser autentificada solamente partiendo de
esto que nos dicen los testigos de excepción que nos dan su punto de vista
desde este mundo pasado ya hace dos milenios. Jesús fue llamado y proclamado
como Cristo (Mesías) por sus seguidores y no pocos judíos de su época, así como
por multitudes de gentiles (no judíos), hizo “maravillas” (milagros), enseñó a
sus seguidores unas enseñanzas revolucionarias que cambiaron sus vidas y las de
aquellos que las escucharan de boca de estos hombres y mujeres que anduvieron
con Cristo, fue acusado por los judíos y crucificado en la tarde de Pascua por orden de Pilato, gobernador de Judea, a su muerte las tinieblas acabaron con el día, proclamó ser Dios, cosa que sus
seguidores creyeron, adorándole como tal. Incluso tenemos detalles como la celebración de la Cena del Señor (eucaristía) y el bautismo.
En definitiva, existe una abrumadora evidencia de la
existencia de Jesús, y una gran parte de lo que dicen los evangelios puede ser
probada solamente contando con fuentes externas al cristianismo, sin contar
evidencias internas textuales, documentales, forenses y arqueológicas. Pero
seguramente la prueba más grande y más contundente de la veracidad de los
cuatro primeros libros del Nuevo Testamento se encuentra en las vidas de sus
seguidores, entre los que se encuentran los 12 discípulos, y de aquellos que
les siguieron a ellos en su adoración y servicio a este carpintero de Galilea,
hombres y mujeres que sin ningún miedo estuvieron
dispuestos a vivir sus vidas obedeciendo lo que Cristo les había mandado, incluso exponiéndose así a grandes peligros, y con
mayor felicidad aún entregaron sus vidas como mártires por esto que creían. Ellos
vivieron con el Jesús histórico, sabían cual era la verdad porque la vivieron en propia piel. Uno
puede entregar su vida por aquello que le han contado que es verdad, aun siendo
mentira, si lo cree firmemente, pero nunca entregará su vida por una mentira si
sabe que lo es. No hubo un discípulo de Cristo, excluyendo a Judas Iscariote, que no estuviera a morir por declarar a Jesús como su Dios y Señor. La mayoría lo hicieron.
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