Aun no hemos pasado lo peor.
Y en nuestra mente aun bulle la diversión, las tibias y
alegres noches ya pasadas, los tiempos en que las mayores preocupaciones eran
el llegar a tiempo al esparcimiento con los amigos. Aun resuenan en nuestros oídos
las alegres risas que nos recuerdan a tiempos mejores, vuelven a sonar en
nuestras mentes las animadas canciones que nos han acompañado, las notas que
han servido de banda sonora de aquella parte de nuestra vida que vemos pasar, y
ya parece que fue hace siglos, y que ha durado tan poco. Aun podemos ver con la
claridad de un cristal las sonrisas, los juegos, los colores, el brillo del
sol, las nubes de algodón que ofrecían cobijo ante el sofocante calor. Nuestros
dedos aun tocan un frío refresco que servía de oasis en medio de nuestro retiro
espiritual, aun rozan el placer de sentirse libre. Aun tenemos presente el olor
del café recién hecho por las mañanas, cuando no había que madrugar, cuando
todo parecía perfecto, aun aquella cena con verdaderos amigos vuelve una y otra
vez a nuestras bocas.
Pero eso ya ha pasado, ha pasado y solo ha dejado recuerdos,
sensaciones. Nuestros sentidos aun pueden alcanzar aquellos días. Sin embargo,
se fueron. Se fueron y jamás volverán. Ahora los árboles se preparan, los
animales se disponen a refugiarse. El calor dejó paso al viento, el amarillo al marrón, la
libertad al recuerdo, la vida abundante a la preparación para no morir. La
exultante vitalidad ha menguado, se ha reducido, ya no se ve, y solo podemos
decir que va a morir. Ya solo nos queda la memoria, ya solo nos restan los
recuerdos de aquellos sentidos impactados por el colorido, los gritos alegres,
los olores de libertad, la sensación de paz, los sabores que solo pueden dejar
los mejores momentos.
Porque lo que tenemos delante es mucho más difícil. Incluso
estos días de preparación pasarán, cederán ante el inexorable avance del frío
glaciar, de la soledad, de la melancolía. Llegarán esos momentos en que ya no
notemos tan cerca aquello que nos gritaron nuestros sentidos, llegará el
día en que la apatía, la gelidez, la sombra de una muerte atroz pasará por
entre nosotros y nos preguntemos si esos tiempos fueron reales, si no podría ser
que un malvado genio nos engañara y nos hiciera ver, oler, sentir, oír y gustar
una realidad que más bien era irrealidad, una vida que más bien era un sueño,
un sueño malvado y atemporal. Llegará el momento en que nuestros entumecidos
dedos apenas sean capaces de sentir aquello que tocan, en que el aterido azul
que veamos nublará nuestros ojos y nos impedirá acceder a los amarillos
recuerdos, incluso a aquellos marrones que ahora son tan reales, llegará el día
en que nuestras lenguas ya no puedan saborear la dulzura de la vida, porque
sencillamente no la encuentren en ninguna parte. Llegará el momento en que todo
el olor que nos llegue sea el de la madera quemada, el de la muerte, el de la
perdición. Llegará el día en que las canciones felices, en que las risas de los
pequeños, en que las voces amigas cesarán y no serán sino la sombra de una
ilusión. Llegará el día en que la muerte llame a tu puerta, en que solo veamos la desilusión a nuestro
alrededor, en que la vida parezca despachada, claudicada. En que el blanco
manto lo cubra todo, y no distingamos brotes verdes. Ese día llegará.
Y entonces será cuando nos daremos cuenta de lo que
realmente era importante. Entonces entraremos en razón sabiendo lo que de
verdad era nuestro, y lo que era de alquiler. Ese será el momento en que
veremos con diáfana claridad que no solamente teníamos el arma del recuerdo
para seguir adelante. Será entonces cuando nos daremos cuenta que tenemos una
esperanza, una creencia en la promesa, la seguridad en aquello que, aunque ya
habíamos visto otras veces, se nos olvida tan fácilmente. Entonces
comprenderemos que aun más fuerte que el recuerdo, aun más poderosa que la
memoria, es la esperanza. Nos daremos cuenta que el manto blanco se va, que el
frío desaparece, que la vida vuelve a su camino. Nos daremos cuenta que aquello
que pensamos que nos mataría no lo hizo, pasó, llamó a nuestra puerta, nos
amenazó y nos hizo más fuertes. Volvió a poner nuestros pies en el suelo, volvió
a recordarnos el por qué de nuestra vida. El viento que pensamos que nos
destruiría, solo vino para hacernos crecer.
Y después llegará el verde. Después volverán los cantos de
las aves, cuando pensemos que se acabó, cuando descubramos que al fin hemos
sobrevivido, veremos la luz de nuevo. Nuestra piel volverá a sentir el
entrañable beso del sol. Nuestros ojos se volverán a deleitar contemplando los
juegos de los infantes. Nuestros oídos se desperezarán de nuevo para escuchar
la belleza de la vida, para disfrutar oyendo cómo suenan los tiempos mejores. Volveremos
a oler la fragancia de las flores que vuelven a nacer entre la nieve que se
derrite. Nuestras bocas disfrutarán con los gustos más dulces que nuestra razón
puede entender. Y entonces sentiremos que de verdad estamos vivos, que
realmente hemos pasado la prueba, que los malos momentos merecieron la pena,
que la vida bien merece la muerte.
Posiblemente el recuerdo te martirice, mine tu moral,
sabiendo que los tiempos buenos han pasado, que lo mejor ha quedado atrás. Posiblemente
lo peor esté aun por llegar, puede ser que lleguen días en que la vida parezca
escaparse, en que la ilusión desee huir por la puerta de atrás sin dejar
rastro. Pero no te quedes en el recuerdo, no solo con la memoria, ten esperanza. Vendrán
tiempos mejores, en que veas todo esto y lo que venga como un ejercicio que te
ha hecho más fuerte, vendrán días en que la vida vuelva a gritar con el canto más
hermoso que hayas oído jamás. Vendrán días en que sepas qué es lo realmente
importante, y puedas darle la consideración que se merece. Porque si lo malo
puede guiarnos de lo bueno a lo mejor, bien merece la pena arriesgar.
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