domingo, 4 de septiembre de 2011

Vista


Asomo mi mirada por la ventana y hay un color que inunda mis ojos. Verde. Eterno verde de las hojas, de los árboles, de las montañas. El viento mece cada hoja de una manera particular, cada una sigue su propio baile. Cuando miras más de lejos, los árboles mueven su tronco al compás de la brisa, cada uno con sus pasos. Cuando miras más lejos, la regia montaña inundada de verde domina el paisaje impertérrita, imponente. Todo ello verde, cada hoja, árbol, bosque o monte de uno propio, a cada mirada descubres que están mezclados con un tono nuevo, que el pintor de esta brutal obra no ha escatimado en contrastes, en detalles. Nada es igual, todo es un espectáculo.

Pero si subes la mirada al cielo, es el azul el que reina. Una serie de efectos ópticos, físicos y químicos que desconozco son los que hacen que nuestro cielo sea azul. Un tono diferente en cada punto, mezclado con el blanco o el gris de una nube, más claro cuanto más cerca al sol estés mirando, sembrado de aves que recorren la inmensidad del infinito con sus coloridos plumajes. Y esto es solamente en este momento, porque a lo largo del día, el cuadro cambia totalmente. Ya los artistas del pasado han quedado fascinados y lo han intentado plasmar en sus obras. Este cielo, esta inmensa masa azul con tantos detalles es solamente una de los miles de obras que caben en un mismo tapiz. Con un mundo en cada ojo. En la noche el color dominante es el negro. Un negro dañado, roto, cascado por miles de luces lejanas. Cada estrella es testimonio de una bola ardiente tan enorme que no sabemos imaginar en un lugar tan lejano que no podemos alcanzar. Y miles de ellas forman un espectáculo tan brutal que no podemos abarcar. Las noches de verano tumbado buscando estrellas surcando el cielo bajo un mando de galaxias que te aplasta son el testimonio de este cuadro, cada día diferente, en cada ojo, en cada lugar de la tierra.

Y cada lugar, cada situación en nuestra vida está dominada por un cuadro, algunas más bellas que otras, pero todas únicas. Los campos de cereal mecidos por el viento mostrando tantos tonos que apenas podemos distinguirlos. La sonrisa ilusionada de un amigo con las lágrimas surcando su rostro que muestra la satisfacción de un sueño imposible cumplido. La belleza contenida en un banco sobre el que se sientan dos enamorados cuyo amor adolescente sobrepasa ya las bodas de oro. Un Peugeot 206 volcado en medio de la carretera en medio de la negra desesperación de una noche funesta. El brillo en los ojos de unos padres que se sienten orgullosos de su hijo. La luz y la claridad que inundaban la más profunda noche de aquel día en que todo parecía perfecto. La vistosidad y el colorido de un rico guiso cuando te ataca el hambre. El ligero tono rojizo en los jóvenes pómulos de una adolescente que acaba de escuchar las tan deseadas palabras de los labios de su amor.

Cada momento es un cuadro único. Algunos preciosos, otros no tanto. Pero son tantos los matices, es tanta la riqueza que percibimos por estas dos ventanas que abren nuestro interior al mundo que no podemos por menos que disfrutarlo todo lo que podamos, que atesorar en la pinacoteca de nuestra memoria estas obras de arte, tanta belleza. Pero también debemos ser conscientes de quién es el artista. Aquel que ha creado tanta perfección, tanta sublimidad, tal esplendor. Y no solamente ser conscientes, sino también saber ser agradecidos. La vista es un regalo, un precioso regalo que debemos aprender a reconocer. El gran pintor de la naturaleza hizo una soberbia labor en el bastidor de nuestros ojos, solo tenemos que abrirlos y fijarnos para admirarla.

1 comentario:

Ester Del Pozo dijo...

Si, cierto, la vista es un regalo de Dios y con ella podemos contemplar y deleitarnos en la creación que Dios hizo para su gloria.

Gran entrada muy bien descrita y redactada, da gusto leerlo!

Una sonrisaa!

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