Asomo mi mirada por la ventana y hay un
color que inunda mis ojos. Verde. Eterno verde de las hojas, de los
árboles, de las montañas. El viento mece cada hoja de una manera
particular, cada una sigue su propio baile. Cuando miras más de
lejos, los árboles mueven su tronco al compás de la brisa, cada uno
con sus pasos. Cuando miras más lejos, la regia montaña inundada de
verde domina el paisaje impertérrita, imponente. Todo ello verde,
cada hoja, árbol, bosque o monte de uno propio, a cada mirada
descubres que están mezclados con un tono nuevo, que el pintor de
esta brutal obra no ha escatimado en contrastes, en detalles. Nada es
igual, todo es un espectáculo.
Pero si subes la mirada al cielo, es el
azul el que reina. Una serie de efectos ópticos, físicos y
químicos que desconozco son los que hacen que nuestro cielo sea
azul. Un tono diferente en cada punto, mezclado con el blanco o el
gris de una nube, más claro cuanto más cerca al sol estés mirando,
sembrado de aves que recorren la inmensidad del infinito con sus
coloridos plumajes. Y esto es solamente en este momento, porque a lo
largo del día, el cuadro cambia totalmente. Ya los artistas del
pasado han quedado fascinados y lo han intentado plasmar en sus
obras. Este cielo, esta inmensa masa azul con tantos detalles es
solamente una de los miles de obras que caben en un mismo tapiz. Con
un mundo en cada ojo. En la noche el color dominante es el negro. Un
negro dañado, roto, cascado por miles de luces lejanas. Cada
estrella es testimonio de una bola ardiente tan enorme que no sabemos
imaginar en un lugar tan lejano que no podemos alcanzar. Y miles de
ellas forman un espectáculo tan brutal que no podemos abarcar. Las
noches de verano tumbado buscando estrellas surcando el cielo bajo un
mando de galaxias que te aplasta son el testimonio de este cuadro,
cada día diferente, en cada ojo, en cada lugar de la tierra.
Y cada lugar, cada situación en
nuestra vida está dominada por un cuadro, algunas más bellas que
otras, pero todas únicas. Los campos de cereal mecidos por el viento
mostrando tantos tonos que apenas podemos distinguirlos. La sonrisa
ilusionada de un amigo con las lágrimas surcando su rostro que
muestra la satisfacción de un sueño imposible cumplido. La belleza
contenida en un banco sobre el que se sientan dos enamorados cuyo
amor adolescente sobrepasa ya las bodas de oro. Un Peugeot 206 volcado en medio de la carretera en medio de la negra desesperación de una noche funesta. El brillo en los ojos de unos padres que se sienten
orgullosos de su hijo. La luz y la claridad que inundaban la más
profunda noche de aquel día en que todo parecía perfecto. La
vistosidad y el colorido de un rico guiso cuando te ataca el hambre.
El ligero tono rojizo en los jóvenes pómulos de una adolescente que
acaba de escuchar las tan deseadas palabras de los labios de su amor.
Cada momento es un cuadro único.
Algunos preciosos, otros no tanto. Pero son tantos los matices, es
tanta la riqueza que percibimos por estas dos ventanas que abren
nuestro interior al mundo que no podemos por menos que disfrutarlo
todo lo que podamos, que atesorar en la pinacoteca de nuestra memoria
estas obras de arte, tanta belleza. Pero también debemos ser
conscientes de quién es el artista. Aquel que ha creado tanta
perfección, tanta sublimidad, tal esplendor. Y no solamente ser
conscientes, sino también saber ser agradecidos. La vista es un
regalo, un precioso regalo que debemos aprender a reconocer. El gran
pintor de la naturaleza hizo una soberbia labor en el bastidor de
nuestros ojos, solo tenemos que abrirlos y fijarnos para admirarla.
1 comentario:
Si, cierto, la vista es un regalo de Dios y con ella podemos contemplar y deleitarnos en la creación que Dios hizo para su gloria.
Gran entrada muy bien descrita y redactada, da gusto leerlo!
Una sonrisaa!
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