martes, 29 de noviembre de 2011

Eugenesia


El 24 de noviembre de 1859 se publicaba un libro que no dejaría a nadie indiferente, y que ha revolucionado la manera de pensar de millones de personas, transformado la práctica científica y dado origen a cientos de filosofías, nuevas teorías científicas y pseudo científicas. Este libro es “El origen de las especies” de Charles Darwin.

En este libro, Darwin propone el mecanismo de la selección natural como método para explicar el origen y evolución de las diferentes especies vivas a lo largo de millones de años hasta llegar al punto en que nos encontramos en la actualidad.

A raíz de este pensamiento, entre otras muchas ideas, surgió una corriente que usaba las ideas de Charles Darwin para dar validez a una práctica que, de hecho, se llevaba a cabo desde hacía miles de años, la “eugenesia”. Como idea básica de este planteamiento se propone que las políticas sociales y el intento humano de ayudar al más débil no hacen sino poner impedimentos al proceso de la selección natural, que teóricamente es el proceder lógico de la naturaleza. De esta manera, con nuestra mejor intención, lo que estamos haciendo es dejar que los más débiles sobrevivan y triunfen, desmejorando la especie e introduciéndonos en un proceso de “reversión hacia la mediocridad”.

La selección natural debe abrirse paso a toda costa, sin que el propio hombre la frene. En este sentido, es una lacra para la propia naturaleza el cristianismo y la idea de la misericordia, de la piedad con los más desfavorecidos. Todos los servicios que ayuden a la supervivencia de los débiles deben ser eliminados, que solamente los que puedan valerse por sí mismos puedan seguir adelante. La idea es que los más aptos convivan entre ellos lo más posible para que su descendencia sea cada vez mejor y que los menos aptos no convivan entre ellos para que su descendencia desaparezca. Es necesaria para lograr una mejor especie que el ser humano tome las riendas de su propio desarrollo, que la eugenesia sea la auto-dirección de la evolución humana.

Esta idea de tratar de intervenir en la mejora de la especie ha sido muy recurrente a lo largo de toda la historia. Los espartanos desechaban a los bebés que consideraban que no eran perfectos para ser guerreros, Platón planteó en “La República” la idea de que el estado intervenga en la selección y educación de los niños para lograr una mejor sociedad, incluso las amazonas asesinaban a sus hijos varones por considerar superiores a las mujeres. Pero desde que Darwin presentara su obra cumbre, los que la defienden creen tener razones biológicas para asegurar que, de alguna manera, el poder civil debe tener la potestad de intervenir en la mejora de la especie, o al menos eliminar todas las barreras que los seres humanos hemos puesto a la supuesta sabiduría de la selección natural.

Así, se han tomado medidas estatales en base a la eugenesia tales como esterilizaciones obligatorias, promoción de tasas de natalidad diferenciadas, restricciones matrimoniales, abortos forzosos, segregación, control de natalidad, exploración genética o incluso el genocidio. El caso más brutal de esa derivación de la “Evolución de Darwin” lo encontramos en la Alemania del III Reich, en que se exterminaron a millones de judíos y miembros de otras minorías étnicas y sociales en nombre de la preeminencia de la raza más fuerte. La idea es muy clara, existen diferentes tipos de dignidad en la vida, la vida digna debe cuidarse y fomentarse, mientras que también hay un tipo de vida indigna con la que hay que acabar para que no contamine a los mejores y no lastre el correcto funcionamiento de la sociedad.

Normalmente, estos procesos de “selección artificial humana” o al menos de eliminación de trabas a la selección natural han sido identificados con ideologías de derechas, por su defensa a ultranza de algún tipo de aristocracia. En cambio, sorprendentemente, en los últimos tiempos, están siendo defendidos por los idearios más izquierdistas. El supuesto hecho de la diferencia entre la vida digna que hay que defender y la indigna que hay que suprimir sigue sobrevolando nuestras cabezas. Así, consideramos que si un niño no va a tener las condiciones supuestamente ideales para su correcto desarrollo, tendrá una vida indigna, por lo que es mucho mejor para todos suprimirlo de entrada. De esta manera el chico no sufrirá una vida cargada de problemas y el día de mañana nos habremos librado de un delincuente en potencia. O también consideramos que si una persona mayor ha llegado al punto en que su vida ya no es “digna de ser vivida”, debemos cambiar su vida indigna por la “muerte digna”. Suma y sigue.

A lo que yo me pregunto, ¿quién decide la barrera entre la dignidad y la indignidad en la vida? ¿Es que el bebé fruto de una violación a una adolescente no es merecedor de la vida, exactamente igual que el hijo de un rey? ¿Quiénes somos nosotros para sentenciar a muerte a alguien en nombre de su propio bien? Si en nombre de la libertad y de la vida nos tomamos la libertad de quitar la vida, es que no hemos entendido ni la una ni la otra.

Como dijo Gandalf, “Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.”

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