Un día, estaba un chico en el
peluquero. Era un día lluvioso y gris, de esos que no te apetece
salir de casa. El chico estaba sentado, aún faltaban dos clientes
antes que le tocara el turno y entre esos hombres y el peluquero la
conversación estaba llevando unos derroteros que no le gustaban nada
al chico.
Entre los dos que le precedían, el
peluquero y el hombre al que estaba cortando el pelo estaban hablando
acerca de lo mal que iba el mundo, de los políticos corruptos, de
las guerras en las que combaten niños, los pequeños que mueren por
la avaricia de unos pocos, de lo mal que está todo por todas
partes. A lo que salió el tema de ¿cómo puede ser que Dios
permita todo esto?, que inmediatamente llevó al Dios no
existe, porque si Dios existiera, no permitiría que esto sucediera.
Y ahí siguieron los contertulios
mientras iban saliendo unos clientes y entrando otros. Se acordaron
de la Iglesia, de los atentados del 11M y del 11S, de Franco, del los
locos que entran armados en institutos de Estados Unidos y masacran a
quien pillan, incluso mentaron al asesino de la escuela judía en Toulouse.
El chico permaneció callado durante
todo este tiempo. No sabía qué decir. Él era cristiano, por eso
precisamente no dijo nada. No se atrevía, no encontraba la manera de defender lo que creía ante esos señores. No tenía ni idea de qué le dirían si se enterasen que él creía en ese mismo dios que ellos
estaban vapuleando.
Así que no dijo nada. No participó,
solamente asintió levemente con la cabeza cuando decían lo mal que
estaba esta barbaridad y la otra atrocidad, sin más. Se sentía mal,
como si estuviera traicionando a alguien. ¿Por qué no sabía qué
decir?, ¿es que tenían razón?. ¿Qué pensarían esos hombre si
les dice que no tienen razón?, ¿qué le dirán?
Así que con las mismas, cuando terminó
de cortarle el pelo el barbero, se levantó, con toda la educación
del mundo le dio las gracias, le pagó, se despidió, abrió la
puerta y se fue.
La calle estaba mojada. Parecía que
había dejado de llover por un momento, al menos le respetaría la
lluvia mientras iba a casa. Entonces miró a la izquierda, y allí
vio a un joven. Tenía el pelo largo, suelto, un poco enmarañado por
el viento, una larga barba rizada. La chaqueta de cuero que llevaba
le hacía parecer aún más duro. Solo le faltaba la Harley aparcada
al lado.
Anduvo un par de pasos. Y se paró. Se
dio la vuelta. Volvió a mirar al joven de los pelos y las barbas. El
chico le devolvió la mirada extrañado.
Se volvió a abrir la puerta, el
peluquero y sus clientes se volvieron para ver quien era. Les extrañó ver al chico callado que había estado ahí hacía un
momento. Pero no venía solo, venía con el otro joven, el de la
chaqueta de cuero y las barbas.
- No existen los peluqueros. - Fue lo
que dijo el chico ante la atónita mirada de los presentes. - No
existen.
- ¿Qué estás diciendo, chico? - El
peluquero estaba totalmente desconcertado. - Claro que existen los
peluqueros, aquí estoy yo.
- No existen, eso está claro. Cuando he
salido de su establecimiento, he visto a este hombre, y lo he tenido
clarísimo.
- ¿Perdona?
- Si existieran los peluqueros, no habría
un hombre como este. ¿Por qué tiene los pelos así de largos?, ¿por
qué tiene esas barbas? Viendo a este hombre lo tengo muy claro. No
existen los peluqueros.
- Claro que existimos los peluqueros.
Solamente porque veas a este hombre con esos pelos no significa que
no existamos. Lo que ocurre es que él no viene aquí, que no acude a
los peluqueros. Vaya una tontería que digas que no existan los
peluqueros solo porque no acuda...
Entonces el peluquero se cayó y bajó
la cabeza. Se había dado cuenta de lo que pretendía decir el chico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario