Un gran psicólogo estaba trabajando en su despacho. Andaba
enfrascado en un proyecto literario de autoayuda. Arregla el mundo se llamaba la obra que, con tanto esfuerzo y
brillantez, escribía. Su intención era la de hacerse rico generando un best
seller que, a la vez, pudiera ser un referente que salvara la cultura
occidental de la decadencia y la oscuridad total.
Tenía miles de ideas de consejos que dar a sus lectores para
que mejorasen el mundo, para que ayudasen a crear una sociedad mejor, para que
se hicieran políticas que salvasen las selvas, que ayudasen a los necesitados,
que destruyeran las injusticias, que arreglasen todo un poco.
Y entonces entró por la puerta de su despacho su hijo
pequeño, de 6 años. Entraba cantando una canción que había aprendido en la
televisión. Se puso a corretear delante de él y a gritar el tema de los dibujos
animados que acababa de ver. Su padre se puso nervioso, no podía concentrarse
en su noble tarea con la criatura haciéndole la vida imposible. Por un momento
intentó hacer oídos sordos, no lo consiguió, cada vez se ponía más nervioso. Llamó
a su mujer, nadie contestó, recordó que se había ido a casa de su madre a pasar
la tarde. Estaba solo con el niño. Se levantó. Algo tenía que hacer para que el
pequeñajo no le fastidiase la tarea que tenía programada para ese día. El mundo
no se salvaría solo.
Entonces vio una revista. La tomó y la abrió. Se puso a
buscar algún pasatiempo o algo que pudiera darle al niño para que se
entretuviera. Encontró un mapa físico del mundo. Agarró unas tijeras y se
propuso cortar, país por país, ese mapa, con las tijeras. Depositó en su mano
todos los pedacitos y se los dio a su hijo junto con un rollo de celofán. Le
dio instrucciones específicas para que no volviera hasta que no hubiera
resuelto el rompecabezas, y le dijo que no podía mirar otro mapa.
El crío salió correteando del despacho. A buen seguro en
toda la tarde no terminaría la tarea, el pequeño desconocía cómo era el mundo,
era muy pequeño. Incluso era una tarea muy difícil para un adulto que supiera cómo
era el mundo. Colocar cada país en su lugar es muy complicado.
En apenas una hora, el pequeño volvió a abrir la puerta. Cantando
y saltando entró a la habitación. El psicólogo, con cara de desesperación, miró
a su vástago. Le sorprendió ver que tenía el mapa reconstruido con pedazos de
celofán. Parecía que estaba bastante bien hecho. El niño, sonriente, se lo pasó.
Lo tomó en sus manos. Estaba perfecto, cada país en su lugar, cada mar en su
lugar. Sencillamente perfecto.
- ¿Cómo lo has conseguido, hijo mío? – El padre no podía
cerrar la boca de admiración.
- No ha sido complicado, papá. En el otro lado de la hoja
estaba la foto de un hombre. Lo único que tuve que hacer fue arreglar al
hombre, y el mundo se arregló solo.
El libro del padre fue todo un éxito.
2 comentarios:
Buenísimo!
¿Estas historias las escribes tu?
¡Muchas gracias!
Sí, las que no escribo yo abajo pongo de donde las he sacado.
¡Un saludo!
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