Es
curioso, pero uno de los primeros recuerdos que tengo de cuando era pequeño es
una mini aventura en la que me embarqué. No recuerdo muy bien el porqué, pero
sí que sé que mi madre se había ido y yo no sabía adonde. Así que, pensando que
sabía el camino que ella había tomado, fuera el que fuese, salí en su busca.
Quien sepa dónde vivo sabe que para ir a cualquier sitio, tengo que bajar una
cuesta, pues la urbanización donde está el piso de mis padres está en lo alto
de un monte.
Así
que me encaminé, por el camino que conocía hacia abajo, por donde alguna vez
había acompañado a mi madre a comprar algo al supermercado. Todo lo que veía,
me era familiar, así que yo estaba tranquilo.
Pero
de repente, eso cambió. Me encontraba en un lugar inhóspito, del que apenas
recordaba nada, y lo más traumático de todo, no sabía cómo volver al refugio
seguro, conocido y amable que era mi casa.
La
verdad, no recuerdo la parte de cómo volví a mi casa, supongo que me
encontraría alguien y me llevaría de vuelta al lugar conocido. Y cada vez que
pienso en este recuerdo me hace mucha gracia, porque no entiendo cómo pude
perderme. El sitio donde la desesperación me embargó por no conocer el camino
está muy cerca de mi casa, y solamente tienes que andar en línea recta para
llegar, sin ninguna pérdida.
Yo
soy de Béjar, en la provincia de Salamanca. Seguramente no sea el mejor lugar
del mundo para vivir, pero a mí me encanta. No es un sitio muy grande, ni vive
mucha gente, ni hay mucho trabajo, todo lo contrario, ni todo el mundo es simpático.
Pero es el refugio seguro, conocido y amable que yo he conocido durante toda mi
vida.
Muchas
veces he salido de Béjar para ir a diferentes lugares. Cuando estudiaba en
Salamanca, cuando fui a Estados Unidos, a Dublín, a Bruselas, a Marruecos, o ahora
que estoy en Madrid. Y en cada sitio de todos estos, aún siendo lugares
maravillosos, me he perdido, me he sentido solo y lejos de casa. Mucha gente
pensará que ese lugar montañoso entre Castilla y
Extremadura es peor lugar para vivir que Madrid, o que Bruselas, y no quiero yo
discutírselo a nadie, es probable que tengan razón en algunos sentidos.
Pero
cada vez que supero el Puerto de Vallejera, cada vez que miro a mi alrededor y
me veo enredado en el exuberante verdor de las montañas bien tapadas por el
tupido manto vegetal, me siento como aquel niño que, después de su corta pero
emocionante aventura, vuelve a casa. A ese lugar, quizá no sencillo, ni
generoso, ni cálido. Pero sí a ese rincón tan profundamente ligado al corazón
que sin ninguna duda, con total seguridad, con sus virtudes y sus defectos,
poder llamar hogar.
1 comentario:
jajaj q cosas te pasan! tu vida es toda una aventuraa!
me encantaa te expresas !!
:DD
besiitos!
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