Hay una virtud que en España está muy menospreciada, que
incluso se considera muchas veces como una carencia, como una muestra de
debilidad. Y vista la manera de ser que muchos tenemos, no es para menos. Esta
virtud es la del perdón, la de saber dar y pedir perdón.
Está claro que nadie es perfecto, y si alguien afirma serlo,
simplemente miente. Así que más tarde o más temprano, en una relación que
tengamos con alguien, nos veremos en medio de problemas, de roces, ninguna
relación es perfecta tampoco. No es posible tener una relación perfecta entre
dos seres imperfectos. Así que solamente hay una solución ante los fallos que
unos y otros podamos tener, pedir y dar perdón.
Pero en medio de nuestra cultura, esto es algo muy
complicado y que pocas veces se da. El problema que tenemos en España (no sé si
también se dará en otros sitios) es que, por una parte, el pedir perdón está
considerado como una acción y una actitud débil y de gente con poco orgullo. En
efecto, el pedir perdón es reconocer las propias carencias delante de otro, estás
llegando con actitud de humildad, arrepintiéndote de algo que hiciste y que no
deberías haber hecho. Estás reconociendo que actuaste mal y afirmas que en la
misma situación, procurarás no volver a hacer lo mismo. O al menos eso es lo
que debería ser pedir perdón, estás aludiendo a la misericordia del otro para
que no tenga en cuenta tu falta, te estás rebajando. Y eso es algo que no
gusta, y mucho menos en una sociedad en que todo el mundo se tiene por noble.
Pero esta es la única manera en que una relación, del tipo
que sea, puede salir adelante. Porque, como dije antes, el fallo es obligado,
no hay posibilidad de que haya una relación duradera y profunda sin saber pedir
perdón, porque es imposible que no haya faltas por parte de las dos partes.
Pero también hay otra parte que debe influir en el perdón,
quizá es la más dura. Y es la de perdonar. Porque aquí sí que tenemos un
concepto muy engañoso del hecho de dar perdón. En cuanto a perdonar, yo creo
que la frase que más usamos es aquella de “yo perdono pero no olvido”, que no
quiere decir más que realmente no estás perdonando, sino más bien apartándolo,
escondiéndolo debajo de la alfombra para esgrimirlo como arma en el momento que
mas te convenga. Pero el perdón verdadero va mucho más allá.
Así como el que pide perdón está humillándose, el que lo da
no está poniéndose en un lugar más alto. Lo que está haciendo es afirmar que él
mismo va a pagar las consecuencias de aquello que no le corresponde. Como ya hemos hablado alguna vez, todo ha de ser pagado, siempre. Esto es algo que nuestros amigos los economistas saben mejor que nadie, si no es aquel que lo disfruta, otro deberá pagarlo. Y cuando estás
perdonando a alguien, estás afirmando que tú pagas su cuenta, que lo que él debía
soportar, lo harás tú. Porque aprecias esa relación, porque consideras que es más
importante esa persona que las consecuencias de sus actos. El “perdono pero no
olvido” es una mentira, una falacia. Porque aquel que perdona, olvida. No
guarda para usarlo cuando más daño haga.
Ojo, no estoy diciendo que no se deba aprender. Si un amigo
que me ha robado algo es sorprendido y me pide perdón, a mi juicio
sinceramente, puedo perdonarle, pero para otra vez tendré cuidado con dejar mis
cosas a su alcance sin que nadie lo vigile. Una cosa es perdonar y otra muy
diferente es no tener amor propio. Pero lo que no puedo hacer con eso es atacarle con esa vez que me robó algo. Por la sencilla razon de que no tengo derecho a hacerlo. Una vez algo está perdonado, no es justo el usarlo como arma, no sería un verdadero perdón.
Si supiéramos perdonar, si entendiésemos el poder y el valor
de saber olvidar el mal que nos han hecho y confesado, seríamos mucho más
libres. Libres del pasado. Además que nos lo pondríamos mucho más fácil cuando
quisiéramos pedir perdón, pues no tendríamos la impresión de que lo que
realmente estamos haciendo es dar un arma a aquel que pedimos perdón para que
nos ataque en cuanto tenga oportunidad.
El perdón está muy subestimado en medio de nuestra sociedad,
preferimos usar otros mecanismos como la vergüenza o la venganza, mecanismos
destructivos arraigados en lo más profundo de nuestra naturaleza. Mecanismos
que nos llevan a destruir en lugar de a construir. Si realmente queremos ser menos amargados y más felices, si queremos tener buenas relaciones con los demás y no perder amigos por orgullo necio, debemos aprender a cultivar este poderoso mecanismo, el perdón.
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