Ni recordaba el tiempo que había
pasado. En lo profundo de su memoria, saltaba el recuerdo de aquel
árbol o de aquel monte. Pero todo lo recordaba mucho más grande,
algo cambiado. Era una de las sensaciones más extrañas que había
tenido en su vida. Estaba contento por haber llegado a su destino,
pero al mismo tiempo, estaba muy nervioso, tenía miedo por no saber qué sería de
él. Con tres años, salió con su madre de aquel lugar huyendo de la
guerra en la que su padre había muerto. Recordaba un viaje muy duro,
recordaba las lágrimas de su madre mientras huía con lo poco que
tenía, sin siquiera dar sepultura al cuerpo destrozado por una
explosión de su marido, por la única razón de salvar la vida de su
pequeño. Recordaba las noches escondidos bajo la lluvia por miedo a
las aquellos “señores malos” que querían matarlos y robarles
sus cosas. Recordaba el cansancio del largo camino que les alejaba de
la guerra y de la muerte.
15 años después, su madre murió tras
una larga enfermedad. Carlos, mientras la enterraba, a la única
compañía que tuvo en su vida, decidió que volvería al lugar que
le vio nacer a buscar un futuro. Seis meses le había llevado aquella
aventura. Estaba realmente cansado, no solamente de una manera
física. Había tenido que enterrar también durante el camino a su gran amigo y tocayo Carlos.
El llegar a su tierra, o al menos a la
tierra a la que se suponía que pertenecía, era una situación
extraña. Dejaba atrás todo lo que había pasado en su vida. Su
madre y su amigo quedaban enterrados más y más a cada paso que lo
introducía en aquella tierra que apenas recordaba. Venían a su
mente las palabras del anciano Carlos “a mí me gusta vagar, ir por
la naturaleza aprendiendo de cada paso, tomando decisiones vitales
cada día, cometiendo errores de los que aprender. La vida es un
camino, hijo. Y cuando te paras, te mueres.” Llegar a su destino le
daba miedo al tiempo que alegría y emoción. Sabía que Carlos tenía
razón. Y él no quería morirse. Hasta ahora no había tenido hogar,
su hogar había sido la esperanza y el camino. Llegar a un sitio al
que llamar hogar tenía el enorme peligro de pararse, de conformarse,
de dejar de cometer errores de los que aprender.
Aquella verde tierra le recibía con
los brazos abiertos. El estar ya en el gran valle que recordaba, en
los siempre verdes valles, el contemplar los cristalinos riachuelos
que recorrían la tierra, le daba esperanzas. Ahora sí que había
llegado a casa.
Supo llegar, después de dar un par de
vueltas y de soportar las curiosas miradas de aquellos paisanos que
no conocía, a lo que fue su hogar. Ahora era una ruina. No había
ventanas, el techo estaba hundido, la maleza se había adueñado de
la casa de sus padres. Por ahora, pensó, no corría ese peligro, no
podía pararse, tenía mucho que hacer, tenía trabajo y decisiones
por delante. Como pudo, se introdujo en aquellas ruinas. Ya estaba
pensando en la manera en que reconstruiría lo que sería su casa.
Mientras, escuchó que alguien se acercaba, sin hacer ruido, se asomó
por el pequeño agujero que quedaba de lo que fue una ventana. Por el
camino pasaba una chica. Carlos la miró, era el ser más bello que
había visto en su vida. Embobado, no le quitó el ojo de encima
mientras se paseaba delante del montón de piedras que fue su casa. Y
cuando hubo pasado un rato desde que se perdiera de su vista, Carlos
se sorprendió imaginándose, en un futuro, esa casa reconstruida,
junto a aquel ángel, con un par de criaturas jugando en los
columpios que él mismo les haría.
Quedaba mucho trabajo por delante. El
pasado había sido duro. El presente estaba cargado de esperanzas y
de recuerdos. El futuro estaba por delante. El futuro sería más
dulce, más agradable. Pero una cosa debía tener clara para siempre.
El llegar a aquel valle no significaba haber terminado el camino. Al igual que aquel precipicio en el que se enfrentó a sus derrotas y a sus demonios no significaba el final, sino otro paso más, este verde
valle no era la llegada a la meta. Debía seguir luchando, debía
seguir avanzando. Y para afrontar este futuro cargado de vida, de
ilusiones y de optimismo, jamás perdería de vista aquel tortuoso y duro camino que le llevó hasta allí, y todas las enseñanzas que le
regaló.
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