lunes, 24 de octubre de 2011

El final del camino


Ni recordaba el tiempo que había pasado. En lo profundo de su memoria, saltaba el recuerdo de aquel árbol o de aquel monte. Pero todo lo recordaba mucho más grande, algo cambiado. Era una de las sensaciones más extrañas que había tenido en su vida. Estaba contento por haber llegado a su destino, pero al mismo tiempo, estaba muy nervioso, tenía miedo por no saber qué sería de él. Con tres años, salió con su madre de aquel lugar huyendo de la guerra en la que su padre había muerto. Recordaba un viaje muy duro, recordaba las lágrimas de su madre mientras huía con lo poco que tenía, sin siquiera dar sepultura al cuerpo destrozado por una explosión de su marido, por la única razón de salvar la vida de su pequeño. Recordaba las noches escondidos bajo la lluvia por miedo a las aquellos “señores malos” que querían matarlos y robarles sus cosas. Recordaba el cansancio del largo camino que les alejaba de la guerra y de la muerte.

15 años después, su madre murió tras una larga enfermedad. Carlos, mientras la enterraba, a la única compañía que tuvo en su vida, decidió que volvería al lugar que le vio nacer a buscar un futuro. Seis meses le había llevado aquella aventura. Estaba realmente cansado, no solamente de una manera física. Había tenido que enterrar también durante el camino a su gran amigo y tocayo Carlos.

El llegar a su tierra, o al menos a la tierra a la que se suponía que pertenecía, era una situación extraña. Dejaba atrás todo lo que había pasado en su vida. Su madre y su amigo quedaban enterrados más y más a cada paso que lo introducía en aquella tierra que apenas recordaba. Venían a su mente las palabras del anciano Carlos “a mí me gusta vagar, ir por la naturaleza aprendiendo de cada paso, tomando decisiones vitales cada día, cometiendo errores de los que aprender. La vida es un camino, hijo. Y cuando te paras, te mueres.” Llegar a su destino le daba miedo al tiempo que alegría y emoción. Sabía que Carlos tenía razón. Y él no quería morirse. Hasta ahora no había tenido hogar, su hogar había sido la esperanza y el camino. Llegar a un sitio al que llamar hogar tenía el enorme peligro de pararse, de conformarse, de dejar de cometer errores de los que aprender.

Aquella verde tierra le recibía con los brazos abiertos. El estar ya en el gran valle que recordaba, en los siempre verdes valles, el contemplar los cristalinos riachuelos que recorrían la tierra, le daba esperanzas. Ahora sí que había llegado a casa.

Supo llegar, después de dar un par de vueltas y de soportar las curiosas miradas de aquellos paisanos que no conocía, a lo que fue su hogar. Ahora era una ruina. No había ventanas, el techo estaba hundido, la maleza se había adueñado de la casa de sus padres. Por ahora, pensó, no corría ese peligro, no podía pararse, tenía mucho que hacer, tenía trabajo y decisiones por delante. Como pudo, se introdujo en aquellas ruinas. Ya estaba pensando en la manera en que reconstruiría lo que sería su casa. Mientras, escuchó que alguien se acercaba, sin hacer ruido, se asomó por el pequeño agujero que quedaba de lo que fue una ventana. Por el camino pasaba una chica. Carlos la miró, era el ser más bello que había visto en su vida. Embobado, no le quitó el ojo de encima mientras se paseaba delante del montón de piedras que fue su casa. Y cuando hubo pasado un rato desde que se perdiera de su vista, Carlos se sorprendió imaginándose, en un futuro, esa casa reconstruida, junto a aquel ángel, con un par de criaturas jugando en los columpios que él mismo les haría.

Quedaba mucho trabajo por delante. El pasado había sido duro. El presente estaba cargado de esperanzas y de recuerdos. El futuro estaba por delante. El futuro sería más dulce, más agradable. Pero una cosa debía tener clara para siempre. El llegar a aquel valle no significaba haber terminado el camino. Al igual que aquel precipicio en el que se enfrentó a sus derrotas y a sus demonios no significaba el final, sino otro paso más, este verde valle no era la llegada a la meta. Debía seguir luchando, debía seguir avanzando. Y para afrontar este futuro cargado de vida, de ilusiones y de optimismo, jamás perdería de vista aquel tortuoso y duro camino que le llevó hasta allí, y todas las enseñanzas que le regaló.

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