martes, 18 de octubre de 2011

El Infierno I: Una escalofriante realidad


Hay una pregunta que vuela por todo el mundo que se plantea algo en algún momento acerca de Dios, y esta cuestión es “¿cómo puede un Dios bueno mandar a alguien al infierno?”. ¿Cómo alguien tan benevolente puede sentenciar tan dura pena? ¿No es cierto que sería mucho más bueno un Dios que aceptara a todo el mundo y que no castigara a nadie? He escrito algunas entradas acerca del cielo, así que me gustaría hablar un poco del infierno también.

Es completamente cierto que Dios es bueno, infinitamente bueno. Pero también es cierto que Dios es justo, a la misma medida, infinitamente justo. Ambos atributos, como todos los demás, en Él son perfectos, sin ninguna carencia. Entonces nos encontramos ante un dilema importante. Si Dios es infinitamente bueno, entonces Él quiere y busca el bien de todos y todas, pero si es infinitamente justo, entonces de ninguna manera tendrá por justo al injusto, siempre tiene que dar el debido castigo o remuneración al resto de los seres dependiendo de si cumplen la ley o no.

Dios ya reveló su ley al hombre por medio de la persona de Moisés, tenemos los 10 mandamientos como el resumen de esta ley, y a su vez tenemos los dos mandamientos que da Jesús resumiéndolo aún más, “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Esta es la ley de Dios, así es como hay que vivir y que actuar.

Dios no creó el infierno para que allí fueran los “hombres malos”, Él creó el infierno como lugar de castigo para Satanás y los demonios cuando estos se rebelaron. El plan de Dios no era que los hombres tuvieran que andar con el peso de tener que vivir conforme a la ley para alejarse de la amenaza constante del infierno, Él creó al hombre perfecto, y lo creó con la libertad para elegir, libertad que él usó para pecar, para faltar a la ley de Dios, y sentenciarse a sí mismo.

En perfecta justicia, ahí debería haber terminado todo, el hombre había faltado a la ley y merece justamente el castigo. Pero, como bien decía en un principio, Dios es además infinitamente bueno. Por medio de la muerte de Jesús, el mismo Dios, en sustitución por nosotros, podíamos volver al plan inicial que Dios tenía, a través del cual podríamos estar con Él para siempre disfrutando de todas las cosas que nos tiene preparadas. De esta manera, aceptando la sustitución de nuestra culpa por su sacrificio, podemos andar sin el peso de tener que vivir conforme a la ley para alejarnos de la amenaza constante del infierno. Ahora, después de esto, podemos elegir recibir el amor de Dios y ser perdonados por los méritos de Cristo, o podemos elegir libremente el rechazar el amor y el regalo de Dios y seguir viviendo a nuestra manera sin tener que pensar en lo que Dios ha hecho o en lo que piensa de nuestros actos.

El infierno no es un lugar que Dios creara para ensañarse con aquellos que no quieren saber nada de Él. Es un lugar de justicia. Todo aquel que no haya cumplido a la perfección la ley divina y no haya aceptado el sacrificio de Jesús en sustitución por él, es justo que vaya al infierno, y es justo que permanezca allí para siempre. Porque Dios ha dado todas las facilidades para que todo el que quiera pueda acceder a su presencia y olvidarse del temor al infierno, pero aún así, respeta nuestra decisión, Él deja libertad absoluta para que todo el mundo pueda elegirle o no, es un caballero y no nos coarta para que hagamos lo que Él quiera.

Dios representa y es la fuente de todo lo bueno, de todo lo agradable, de todo lo que merece la pena. Por lo tanto, es normal que el lugar de aquellos que no quieren saber nada de Él esté vacío de todo lo que representa. Allí no hay nada bueno, nada agradable, todo lo contrario. Al estar alejado de todo lo que merece la pena, como la amistad, el placer, la compañía, el cariño o la comprensión, este lugar es un tormento eterno.

El infierno es un lugar de castigo por haber incumplido la ley de Dios, sí. Pero también es un lugar que muestra como ningún otro el respeto que Dios tiene a nuestras decisiones, la manera en que Él acepta lo que elijamos libremente y nos ama hasta tal punto que no nos obliga a acudir a Él.

Si el infierno no existiera, o si fuera limitado hasta cierto punto, demostraría más bien que Dios no es justo ni es bueno. Porque un Dios que nos obliga a ser o a hacer lo que quiera en contra de nuestra voluntad, no es bueno, es manipulador y arrogante. Pero Dios nos respeta, y lo hace una vez nos ha informado previamente de cuáles serán las consecuencias de nuestra libre decisión.

Por otra parte, es necesaria la existencia de un castigo, la justicia debe ser satisfecha. De la misma manera que unos padres cuyo hijo adolescente ha sido asesinado demandarán justamente que el peso de la ley caiga sobre el asesino, es absolutamente necesario que la justicia divina sea satisfecha, de otra manera, Dios no sería justo en absoluto.

Así, tenemos la capacidad total de decisión, en libertad y conociendo las consecuencias merecidas a lo que decidamos. Están las dos puertas abiertas, la del Hades por nuestra maldad, y la celestial por los méritos de Cristo, para que así no tengamos ninguna excusa.
Y si aún te quedaba alguna excusa donde meterte para alegar que eso era algo que no sabías, para eso está aquí el Tío Poe, para despejar excusas.


No hay comentarios:

Entradas populares