Ha pasado mucho
tiempo desde la última vez que nos vimos por aquí. Mucho tiempo y muchas cosas.
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martes, 17 de noviembre de 2015
martes, 11 de febrero de 2014
La Rueda de la Inutilidad (Había un sabio rey...- Parte I)
El más sabio de cuantos
reyes hayan hollado este mundo. El más inteligente de todos los
hombres que se han parado a pensar, a recapacitar, a sopesar. Más
inteligente que tú, mucho más que yo, sin duda alguna. Este rey
llegó a una conclusión después de mirar el mundo, de estudiar cada
aspecto de esta vida, después de un minucioso estudio a todo lo que
le rodeaba.
Vanidad de vanidades,
todo es vanidad.
Todo es un soplo, una
ilusión, un suspiro. Nada vale la pena. No hay ningún fin que
merezca tu vida, no hay nada, debajo del sol, que merezca tu esfuerzo.
Dust in the wind, all we are is dust in the wind (polvo en el
viento, todo lo que somos es polvo en el viento), que diría el grupo
americano Kansas. Estudiando todo lo que pasa debajo del sol, este
sabio rey solo vio vacío, sinsentido, nada.
Todo el trabajo con el
que se esfuerza día y noche el trabajador, es desolado en un solo
día de devastación, y nada queda de aquello por lo que sudó. El
sol sale, corre por el firmamento perseguido por la oscuridad, solo
para volver a salir por el mismo lugar por el que salió el día
anterior, sin que nada haya cambiado. El agua cae por el río, chocando con
cada roca por el camino rumbo al mar, solo para ser elevada por el
calor y volver a caer de las nubes en dirección a ese río, mientras
todo sigue igual.
Buscas y buscas un
trabajo sin cesar, solo para volver a casa derrotado, con las manos
vacías, aún si tienes la fortuna de estar trabajando, gastas tu
dinero en lo que no necesitas, para volver a casa derrotado, con la
única intención de descansar para volver a hacer lo mismo el día
siguiente, solo para haber gastado otro día más de vida. Nada hay
nuevo, nada hay que merezca la pena. Las injusticias se arreglan,
solo para que otro venga detrás y pueda volver a aprovecharse del
más débil y volver a lo que había, o a algo peor.
Este hombre se dedicó a
conocer profundamente esta rueda de la inutilidad, en la que el sudor
cae al suelo sin motivo, en la que las lágrimas son derrochadas sin
razón, en la que nada merece la pena, y en su búsqueda encontró
algo más que desesperación, algo más allá del vacío. Este sabio rey se dedicó con toda su
inteligencia a experimentar y buscar razones de la sinrazón, a
escudriñar la locura de la rueda de la futilidad. Aprovechó su
posición para buscar donde nadie había buscado, para experimentar,
conocer más, tener más, hacer más, ser más. Y sus conclusiones
son tan abrumadoras que hoy, 3000 años después, siguen hablándonos
cara a cara, siguen dándonos lecciones vitales.
Porque esta rueda sigue
girando en el mundo, en tu vida. Porque, debajo del sol, nada merece
la pena, porque lo que fue es lo mismo que será, porque todo el
esfuerzo que pones en salir adelante, en luchar contra todo, en
correr tras el viento, es vanidad, es vacío, no vale nada, debajo
del sol.
Vamos a recordar la tesis
de este sabio rey, vamos a recorrer los senderos por los que él
anduvo, y buscar la sabiduría oculta en la rueda de la inutilidad
para llegar a la sorprendente conclusión que lleva transformando
vidas desde hace nada más y nada menos que 30 siglos.
Acompañadme, si os
interesa escapar de esta inutilidad, debajo del sol...
(Basado en el libro de Eclesiastés)
miércoles, 7 de marzo de 2012
Sueño
Recuerdo que estaba andando por un largo camino. Este camino muchas veces parecía plácido y otras veces se hacía mucho más
difícil. Había ocasiones en que al atravesar los plácidos valles fértiles,
parecía todo perfecto, había frutales a los lados del camino, pequeños
riachuelos con aguas cristalinas aliviaban mi sed, las flores silvestres
impregnaban el aire de deliciosas y dulces fragancias, los árboles ofrecían
frescas sombras en los lugares donde la hierba era más esponjosa. Esos lugares
tan benevolentes hacían que el peregrinaje mereciera la pena, en ocasiones
pensaba que aquellas ocasiones eran las que hacían que importase menos pasar
por otros lugares mucho más fríos y oscuros, cuando el vello se erizaba y las
piernas temblaban solamente de pensar en lo que habría allí fuera.
Pero sin duda, lo mejor del camino, lo recuerdo como si
fuera ayer, era el estar contigo. El sentir tu mano firme y fuerte
sosteniéndome a cada paso, el sentir tu cálida palma animándome cuando el valle
se volvía oscuro, cuando la fruta y el agua no eran tan sabrosas como en los
buenos tiempos, el caminar agarrado a ti me daba fuerzas, me ayudaba a entender
que no estaba solo, que tú ibas a estar conmigo para apoyarme, para dar sentido
a cada paso, para hacerme ver el lugar donde pisaba cuando la oscuridad nublaba
mis ojos, para levantarme con ternura cuando caía, para limpiar el barro de mis
ropas, para darme sentido, para hacerme sentir amado.
Recuerdo que me encantaba mirar atrás cada poco tiempo y ver
el rastro de 4 huellas solitarias en medio de aquel camino. Porque significaban
que no estaba solo, que tú estabas conmigo.
Recuerdo cómo me hablabas, cómo me aconsejabas, ¡qué historias tan sabias y
preciosas me contabas en las largas noches de vigilia!. El estar contigo era una
delicia, paso a paso. Hacías que hasta los momentos más duros del camino
parecieran mucho más sencillos, me ayudabas a aprender de las caídas, de los
errores, de todas aquellas veces en que todo parecía perdido, y sin embargo tú
me sacabas de las profundidades de las arenas movedizas.
Pero no todo fue tan sencillo. Aún se me pone la carne de
gallina recordando aquel desierto. Cuando lo vimos por primera vez no parecía tan terrorífico
como al final fue. Cada minuto que pasaba allí sentía que me faltaban las
fuerzas, que el aire era demasiado caliente para respirar, que me deshidrataba,
nunca me sentí desfallecer de aquella manera. Mirase donde mirase a mi alrededor no
veía más que dunas de despiadada arena que desquiciaban mi alma. La esperanza
parecía desfallecer a cada bocanada de aquel aire infernal, el viento levantaba
nubes de polvo que cegaban, el horizonte ardía en espejismos que hacían perder
la razón pensando que llegaba la solución que al final no aparecía. Al final,
tras un agónico viaje por aquel terrible lugar, justo cuando ya pensé que no
podría aguantar un segundo más, cuando estaba a punto de perder la razón, llegué al otro lado. Estaba derrotado, no podía
ni pensar. Solo caí al suelo de rodillas, exhausto.
Y fue entonces cuando me di la vuelta para contemplar aquel
lugar que a punto estuvo de acabar con mi vida. Y lo que vi me enfureció. Pocas
veces en mi vida estuve así de cabreado.
Solamente había un par de huellas
cruzando aquel terrible lugar.
- ¿Por qué? ¿Por qué me acompañaste cuando todo iba bien? ¿Por
qué en los valles preciosos, cruzando los frutales, los arroyos cristalinos de
agua fresca, en las mullidas camas de hierba, estabas conmigo? ¿Por qué cuando
más te necesité no acudiste en mi ayuda? ¿Sabes que he estado a punto de morir?
¿Sabes que me faltaba el aire, y este aire hirviendo a punto estuvo de hacerme
desfallecer? - Las lágrimas ya se escapaban por mis mejillas- ¿Sabes que me estaba deshidratando, que el calor me asfixiaba, que
no veía por ningún lado la salida de este desierto? ¿Sabes que te necesitaba?
¿Sabes que cuando más te necesitaba, tú no apareciste?¿Sabes que cuando más perdido estaba, me dejaste solo en medio del desierto?
¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué?
Aún se me llenan los ojos de lágrimas recordando lo que me
dijiste mientras, con ternura tomaste mis manos.
- Mi niño, para mí fue un placer cruzar junto a ti por aquellos
preciosos valles en que todo parecía perfecto. Disfruté como nadie de tu compañía
hablando de miles de temas sentados en las orillas de los ríos que satisfacían tu
sed. El caminar tomados de la mano me encantaba, amo tenerte cerca, sentir tu corazón
pegado al mío. Y, créeme, sé que has sufrido en ese desierto, soy consciente de
que el calor te asfixiaba, que la arena se te metía en la garganta, que la lengua
te dolía por no tener agua que llevarte a la boca, de que lo has pasado realmente
mal. Soy consciente, y aquí estoy para cuidarte, para restaurarte, como siempre estaré.
- Pero, si tanto me amas, ¿por qué cuando más te necesité, en ese
desierto mortífero, cuando la muerte imploraba por mi alma, me dejaste solo? Al
mirar atrás y ver el desierto, solamente veo un par de huellas.
- Así es, mi niño. Solo ves dos huellas porque yo cargué contigo
durante todo este desierto.
*Basado en la canción “Soñé” del grupo “Enkalma”.
miércoles, 8 de febrero de 2012
Acuérdate
“Se acerca el invierno”.
Este es el lema de la casa Stark, que a algunos os sonará por la serie de Juego de tronos o incluso de la serie de
libros Canción de Hielo y Fuego en
que está basada y que, por cierto, daba nombre a la entrada del pasado 12 de diciembre. En esta entrada hablaba de la cantidad de problemas que se nos
echaban encima y que parece haber eclipsado nuestro optimismo y el color en
nuestras vidas. Y es que parece que nos viene un invierno bastante serio.
Y la verdad es que parece que nos viene un temporal, o más bien estamos en él, que bien
nos irá si conseguimos pasarlo, con mayor o menor fortuna. Estamos en el 2012,
el famoso año en que “sabemos” que algo malo nos va a suceder, las tormentas
solares nos van a fumigar, los meteoritos nos van a aplastar, la guerra
estallará y nos llevará por delante o lo que fuera, pero parece ser que los
antiguos mayas se lo estarán pasando en grande en sus vetustas tumbas, viendo
como montamos castillos del polvo.
Como ya expresé el pasado 4 de enero, tengo un muy buen
presentimiento para con este año, aunque parece que la cosa en general no
mejora en absoluto, incluso el Madrid continúa sin ganar al Barça. Pero la sigo
teniendo. Personalmente tengo “buenas vibraciones” para con este año.
Y la verdad es que por lo que llevo de 2012, mis
predicciones se cumplen. Actualmente estoy esperando a que vengan en algún
momento mal dadas y no todo sea tan maravilloso como me lo parece. Porque la
verdad es que a todos los efectos (exceptuando el económico, como, creo, casi
tod@s) no puedo estar más satisfecho. Me siento realizado, reconocido, amado,
tengo muchas ganas de hacer muchas cosas y energías nuevas, pero sobre todo, me
siento agradecido. Agradecido a todos los que hacéis posible cada día que pueda
sentirme tan feliz de estar en mi piel. A mi familia, a mis amigos, a mis
compañeros en el seminario, a todos mis compañeros de camino hacia casa, a esas
personas tan especiales, no hace falta que os nombre, sabéis quienes sois.
Pero sobre todo quiero acordarme del mayor responsable de mi
felicidad. Dice el libro de Eclesiastés, en la Biblia , Acuérdate de tu Creador en los días de tu
juventud, y eso quiero hacer hoy. No
solamente por ser mi Creador, no solamente por haberme diseñado, programado y
dado vida. Sino por la manera en que lo ha hecho, el lugar en que lo ha hecho,
con la compañía que me ha puesto alrededor, por haberme dado todo lo que me ha
dado sin merecerlo, incluso muchas cosas sin necesitarlas siquiera, por haberme
amado tan profundamente, por la manera en que puedo hablarle, y sé que me
escucha, por la delicadeza con que me habla, por protegerme de tantas cosas
que ni siquiera conozco. Pero sobre todo, quiero acordarme de mi Creador por no
haber mirado mi maldad, por haberse entregado hasta el límite por mí mientras
era su enemigo, por haber derramado hasta la última gota de sangre por mi bien,
por haber pagado mi pena y tener acceso libre y directo a Él. Porque soy libre,
soy feliz, soy amado, soy hijo de Dios. Y todo esto no es gracias a mí en ninguna manera. Por todo esto y por mucho más hoy quiero acordarme, agradecer y adorar profundamente a mi Dios. Y porque
sé que aunque la situación cambie drásticamente, y al terminar este año y mirar atrás,
pueda parecer que ha sido un año desastroso y que lo que ahora veo no era sino un espejismo momentáneo, podré afirmar lo que decía el
profeta Habacuc:
Aunque la higuera no
florezca, ni en las vides haya fruto, aunque falte el producto del olivo y los
campos no produzcan alimento, aunque se acaben las ovejas del redil, con todo
yo me alegraré en el Señor y me gozaré en el Dios de mi salvación.
miércoles, 18 de enero de 2012
¿Orientados?
Mapa Bizantino del siglo VI orientado al Este |
Hace muchos años, había una costumbre que actualmente hemos
perdido. El caso es que normalmente, los mapas de la antigüedad están
orientados hacia el punto cardinal Este. Es decir, así como nosotros pintamos
los mapas con el Norte hacia arriba, ellos lo hacían con el Este, por
considerar que era el más importante y el más fácil de localizar de los puntos cardinales.
De ahí viene nuestra palabra “orientar”. Esto es algo que ha dejado tal calado en la sociedad
que incluso ahora, cientos de años después de que se dejara de usar este punto
cardinal como el más básico, en nuestra propia lengua consideramos que ir por
el buen camino significa “ir al oriente”.
La palabra “Oriente” viene
del verbo latino “oriri”, que
significa nacer, por ser el punto cardinal por el que sale el sol. De la misma
manera, oeste, u occidente, viene del latín “occidere”,
que a su vez deriva del verbo “cadere”,
caer.
Es muy lógico que en el pasado se usara este punto cardinal
como el básico, al ser, lógicamente el más fácil de identificar. Era mucho más
fácil orientarse hacia el lugar por
donde salía el Sol, eso sí que no tenía ninguna pérdida. Además, influyen otros
hechos, sobre todo religiosos; Jerusalén está al este de Europa, así como La Meca , incluso el Paraíso estaba
situado al oriente, también La
Torre de Babel y el Arca de Noe; lugares emblemáticos para
millones de personas durante milenios.
Actualmente miramos al norte, todos nuestros mapas, toda
nuestra sabiduría y nuestros sistemas se enfocan en el norte. Pero es curioso,
que incluso la palabra que da nombre a nuestro punto cardinal favorito viene
del oriente, del este. Norte viene del inglés antiguo “noró”, que a su vez viene del vocablo indoeuropeo “ner”, que significa izquierda, porque
al mirar al este, al lugar por donde sale el sol, lo que tenemos a la izquierda es el norte.
Pero hay varias razones, y algunas de peso, para que
actualmente nuestros mapas consideren que lo que está arriba es el norte, y no
el este. Para empezar, cuando no tenemos el referente del Sol, hemos tenido que
idear otros sistemas para orientarnos. Para estos menesteres, y sobre todo,
para los marineros que debían su vida a la capacidad de saber dónde estaban y
hacia dónde se dirigían, se descubrió que el mundo está organizado magnéticamente,
y que, misteriosamente, los objetos imantados de alguna manera siempre apuntan
hacia aquel lugar que está a la izquierda del este. Así, las brújulas tienen la
mágica capacidad de, pase lo que pase, apuntar hacia el norte. También hay una
lumbrera, la Estrella Polar ,
que es de gran ayuda para los marinos por estar indefectiblemente ubicada en
el norte. Y en cuanto al Sol, no es complicado saber dónde estar el norte
sabiendo el lugar desde el que está saliendo. Por todas estas razones y otras
muchas, actualmente hemos considerado como mucho más lógico y más sabio el
enfocarnos al norte.
Porque lo cierto es que ahora sabemos mucho más que nuestros
pobrecitos antepasados. La verdad es que los conocimientos que dominamos y las
técnicas son cada día más avanzadas, jamás supimos tanto como ahora ni fuimos
tan grandes como lo somos en este momento.
Pero lo que a mí se me pasa por la mente, sabiendo lo
importante que antaño fue el oriente,
es si no puede ser que en medio de tantos adelantos, nos hayamos dejado
olvidado algo por el camino. Si no fuera posible que la grandeza de la humanidad haya traído intrínseca la ruina del hombre. Si, metafóricamente,
con la búsqueda del norte, del magnetismo, de la Estrella Polar y de los musgos
en las piedras, hayamos perdido el este, nos hayamos desorientado de nuestra verdadera naturaleza.
martes, 17 de enero de 2012
La circular
“¡Vaya un desgraciado!”.
Fue lo único que se le pasó por la mente al pastor protestante que pasaba
junto a aquel hombre tendido, tan derrotado que ya ni siquiera suplicaba ayuda, solamente una lata de sardinas abierta y con algunas monedas en su interior mostraba sus intenciones.
Había quedado con un miembro de su congregación para tratar un tema muy
importante, habían decidido adquirir un nuevo cañón para proyectar las
predicaciones y las canciones en la pared para que todo el mundo las viera y
debía escoger la mejor, y al mejor precio. La crisis no para por nadie.
La línea circular del metro a esa hora era un hervidero de
gente. Muchos habían comprendido que era más rápido y económico
usarlo y, aunque resultara mucho menos glamuroso, la verdad es que a fin de mes
se nota cada pequeño esfuerzo. Los vagones iban y volvían llenos hasta
reventar.
Entre el tropel de gente que circulaba por los grandes
pasillos, un comercial, con su corbata y su maletín iba rumbo a la zona que le
tocaba cubrir ese día. También pasó junto al desgraciado drogadicto. Le miró.
Pero en seguida apartó la vista. Había visto algo muy raro en sus ojos,
probablemente fuera alguien peligroso. Estaba tirado en el suelo, con la ropa
sucia y seguramente oliera mal, no lo captó bien porque había mucha gente
alrededor, pero la pinta que tenía lo decía todo. La droga es mala, esa lección
la aprendió hacía un tiempo. Aún jugueteaba con alguna que otra de vez en
cuando, pero siempre controlando, eso sí. Le miró el tiempo justo para
esquivarle y no contaminarse de su inmundicia. Y sus impolutos zapatos
siguieron pisando el suelo. Cuando levantó la vista, contempló a una jovencita
que le ayudó a olvidar la repugnancia de lo que acababa de ver. La siguió para
situarse cerca de ella en el vagón. Así se olvidaría un rato de la discusión
que acababa de tener con su mujer.
“Aquí no se puede
estar.” El guardia de seguridad se paró delante del drogadicto. “Este es un lugar público y no se puede
permanecer aquí entorpeciendo el paso de los usuarios.” Las palabras
correctas trataban de enmascarar la repugnancia que sentía. “Si quiere limosnar, debería pedir un
permiso al Ayuntamiento y, por lo menos cantar o algo.” La gente se volvía para contemplar como era
expulsado del lugar donde estaba tumbado este ser indigno. El hombre tardó un tiempo en levantarse, la verdad es que estaba tan débil que apenas se sostenía en pie. Al guardia le
faltaban apenas 5 minutos para el cambio, y comenzaba a impacientarse. Quería llegar a
casa y seguir con la partida del videojuego al que solía jugar. “¡Te he dicho que salgas de aquí!, ¡más rápido!”.
Su mujer le había dejado y el juez le había concedido la
casa y la custodia de sus dos hijos a ella. Desde entonces, todo había ido a peor. Comenzó
viviendo en una pensión, pero pronto, la paga que le tenía que dar a su exmujer,
era demasiado como para poder seguir además viviendo y pagando la habitación,
así que tuvo que decidir buscar otra cosa. Durante un tiempo estuvo durmiendo,
cuando encontraba cama, en una casa de unas monjas que ayudaban a los pobres,
pero no todos los días encontraba sitio. Su sueldo apenas le daba para mal
comer, y sus ropas cada vez estaban más sucias. Todo esto hizo que le echaran
del trabajo, no era lógico que un dependiente de una frutería oliera así de
mal, o que fuera a trabajar con aquellas pintas. Así que bajó aún otro escalón.
En la calle, se hizo algunos amigos, o él pensaba que lo eran. El caso es que
aquellas drogas que probó alguna vez de joven y que ellos tomaban le dieron una
salida temporal a su ruina de vida. Y llevaba ya 2 años malviviendo en las
calles, sobreviviendo como podía, comiendo de lo que encontraba en la basura y,
siempre que tenía mono, iba al metro a pedir limosna, al menos estando colocado
podía olvidar por un rato todos sus problemas.
Decisiones fallidas, caminos erróneos. Este hombre acabado
había equivocado el norte en demasiadas ocasiones, y allí estaba, saliendo
humillado del metro bajo la atenta mirada de los curiosos, mientras le seguía
un guarda malhumorado. La vida le había vapuleado vez tras vez de tal manera
que poca diferencia había entre ese maloliente hombre y un cadáver. “Ya no tengo más salida”, pensaba “sobreviviré hasta que pueda volver a
colocarme, después, solamente esperaré que se me pase para volver a sobrevivir el tiempo suficiente para volver a colocarme.
No hay nada más para mí, no soy nada más que esto.” Al alzar la vista y
contemplar un niño de la edad de su hijo pequeño que iba de la mano de su madre,
mirándole con cara de asco, se le escapó una lágrima. “Yo no quería esto. He fallado, pero yo no quería esto. ¿Es que no hay
una segunda oportunidad para un fracasado como yo?”
Porque la verdad es que Samaria queda muy lejos de Madrid, y los días en que nos ayudábamos unos a otros, muy remotos en el tiempo…
lunes, 24 de octubre de 2011
El final del camino
Ni recordaba el tiempo que había
pasado. En lo profundo de su memoria, saltaba el recuerdo de aquel
árbol o de aquel monte. Pero todo lo recordaba mucho más grande,
algo cambiado. Era una de las sensaciones más extrañas que había
tenido en su vida. Estaba contento por haber llegado a su destino,
pero al mismo tiempo, estaba muy nervioso, tenía miedo por no saber qué sería de
él. Con tres años, salió con su madre de aquel lugar huyendo de la
guerra en la que su padre había muerto. Recordaba un viaje muy duro,
recordaba las lágrimas de su madre mientras huía con lo poco que
tenía, sin siquiera dar sepultura al cuerpo destrozado por una
explosión de su marido, por la única razón de salvar la vida de su
pequeño. Recordaba las noches escondidos bajo la lluvia por miedo a
las aquellos “señores malos” que querían matarlos y robarles
sus cosas. Recordaba el cansancio del largo camino que les alejaba de
la guerra y de la muerte.
15 años después, su madre murió tras
una larga enfermedad. Carlos, mientras la enterraba, a la única
compañía que tuvo en su vida, decidió que volvería al lugar que
le vio nacer a buscar un futuro. Seis meses le había llevado aquella
aventura. Estaba realmente cansado, no solamente de una manera
física. Había tenido que enterrar también durante el camino a su gran amigo y tocayo Carlos.
El llegar a su tierra, o al menos a la
tierra a la que se suponía que pertenecía, era una situación
extraña. Dejaba atrás todo lo que había pasado en su vida. Su
madre y su amigo quedaban enterrados más y más a cada paso que lo
introducía en aquella tierra que apenas recordaba. Venían a su
mente las palabras del anciano Carlos “a mí me gusta vagar, ir por
la naturaleza aprendiendo de cada paso, tomando decisiones vitales
cada día, cometiendo errores de los que aprender. La vida es un
camino, hijo. Y cuando te paras, te mueres.” Llegar a su destino le
daba miedo al tiempo que alegría y emoción. Sabía que Carlos tenía
razón. Y él no quería morirse. Hasta ahora no había tenido hogar,
su hogar había sido la esperanza y el camino. Llegar a un sitio al
que llamar hogar tenía el enorme peligro de pararse, de conformarse,
de dejar de cometer errores de los que aprender.
Aquella verde tierra le recibía con
los brazos abiertos. El estar ya en el gran valle que recordaba, en
los siempre verdes valles, el contemplar los cristalinos riachuelos
que recorrían la tierra, le daba esperanzas. Ahora sí que había
llegado a casa.
Supo llegar, después de dar un par de
vueltas y de soportar las curiosas miradas de aquellos paisanos que
no conocía, a lo que fue su hogar. Ahora era una ruina. No había
ventanas, el techo estaba hundido, la maleza se había adueñado de
la casa de sus padres. Por ahora, pensó, no corría ese peligro, no
podía pararse, tenía mucho que hacer, tenía trabajo y decisiones
por delante. Como pudo, se introdujo en aquellas ruinas. Ya estaba
pensando en la manera en que reconstruiría lo que sería su casa.
Mientras, escuchó que alguien se acercaba, sin hacer ruido, se asomó
por el pequeño agujero que quedaba de lo que fue una ventana. Por el
camino pasaba una chica. Carlos la miró, era el ser más bello que
había visto en su vida. Embobado, no le quitó el ojo de encima
mientras se paseaba delante del montón de piedras que fue su casa. Y
cuando hubo pasado un rato desde que se perdiera de su vista, Carlos
se sorprendió imaginándose, en un futuro, esa casa reconstruida,
junto a aquel ángel, con un par de criaturas jugando en los
columpios que él mismo les haría.
Quedaba mucho trabajo por delante. El
pasado había sido duro. El presente estaba cargado de esperanzas y
de recuerdos. El futuro estaba por delante. El futuro sería más
dulce, más agradable. Pero una cosa debía tener clara para siempre.
El llegar a aquel valle no significaba haber terminado el camino. Al igual que aquel precipicio en el que se enfrentó a sus derrotas y a sus demonios no significaba el final, sino otro paso más, este verde
valle no era la llegada a la meta. Debía seguir luchando, debía
seguir avanzando. Y para afrontar este futuro cargado de vida, de
ilusiones y de optimismo, jamás perdería de vista aquel tortuoso y duro camino que le llevó hasta allí, y todas las enseñanzas que le
regaló.
miércoles, 20 de julio de 2011
Perfume o estiércol
En la vida, todos vamos caminando, buscando algo. Probablemente la mayoría de la gente no sabe que anda buscando algo, pero el caso es que todos lo hacemos. Casi siempre ni sabemos qué, pero lo que es seguro que tras algo caminamos en este mundo.
Y durante esta caminata, todos llevamos una bandeja. Cada uno pone en esta bandeja lo que quiere llevar en esta búsqueda. Probablemente la gente vierte en esta bandeja algo que, lo cierto es que a nadie le importa. Eso es una decisión de cada uno, y si una persona quiere llevar perfume o llevar estiércol, nadie es quién para reprochárselo.
El problema llega cuando tropezamos con una piedra, o alguien nos pone una zancadilla. Ahí es donde el resto de la gente se verá salpicada por lo que tengamos en la bandeja, entonces es cuando eso que a nadie le importaba, en un principio, salta por los aires y riega todo y a todos los que rodeamos a la persona que tropieza. Si es perfume, el resto quedarán contentos y satisfechos por haber sido rociados con tan aromática esencia; si es estiércol, todo el mundo se verá asqueado por los excrementos que volarán por los aires manchando todo a su paso, por no hablar del olor nauseabundo que impregnará el lugar.
Esta bandeja es nuestro corazón. Y todos llevamos algo dentro, una esencia de flores, excrementos o algo intermedio. Esto es así en todos los casos, todos lo hacemos. Y si guardamos rencor dentro, apatía, oscuridad, ira o cualquier cosa que pueda despedir cierto tufo, es algo que, en principio, a nadie debe importarle. Lo mismo ocurre si colocamos en el corazón perdón, amor, amistad, comprensión y bondad. Tanto una esencia como la otra son igualmente viables, una mejor que la otra, indudablemente, pero ambas son posibles y, de hecho, se dan, todos lo sabemos.
Y en cuanto a los tropiezos, las zancadillas o las caídas, sencillamente ocurren. Respecto a eso no podemos hacer absolutamente nada. Nadie se librará, con su buen hacer, de traiciones, de batacazos emocionales, de ruinas económicas, de discusiones incómodas, de lágrimas derramadas. Estos tropiezos sencillamente llegan, también esto es algo que todos sabemos.
Pero también debemos recordar que esto que guardemos en nuestros corazones, en nuestras bandejas, va a salpicar al resto en el momento en que tropecemos y caigamos. Aquellas personas que nos rodean y a quienes importamos, van a ser rociados con la sustancia que guardemos en nuestras bandejas. Rociarlos con perfume, o rociarlos con mierda. Esa es nuestra decisión.
martes, 12 de julio de 2011
Camino de ida y vuelta
Cuando comenzamos el viaje, somos seres débiles, arrugados, completamente dependientes. Si tenemos valor alguno es por lo que seremos algún día, por lo que proporcionaremos a los demás, o al mundo. Porque la verdad es que, aunque cuando pasan unos días empezamos a ser más bonitos, hasta convertirnos en bebés preciosos, el caso es que poco más damos de nosotros mismos. Consumimos recursos, tiempo, cansancio. Comenzamos el camino como estorbos, estorbos con futuro, incluso bellos estorbos, pero estorbos al fin y al cabo.
Continuamos el camino, y vamos creciendo, vamos estorbando cada vez menos, siendo más independientes, más útiles a los demás. Nos educamos para poder, en un futuro, traer de una manera digna más estorbos a este mundo que crezcan y se conviertan en seres productivos.
Y en el centro de nuestra existencia, cuando tenemos hijos, cuando tenemos los recursos y las fuerzas para criarlos de la mejor manera posible, ahí es el momento en que concentramos nuestra identidad. Hemos nacido para ser esos, los humanos que pueden procrear y criar a su progenie de la mejor manera posible. Con conocimientos para ayudar a los demás a mejorar, para que nuestros vástagos tengan más oportunidades que nosotros, para mejorar como especie.
Continuamos nuestro camino y llegamos al momento en que nos jubilamos. Comenzamos a ser menos útiles. Aún, en muchos casos, somos independientes, incluso ayudamos y mucho a la sociedad, pero ya no es lo mismo. Ahora otros, aquellos a quienes nosotros ofrecimos todo para que sobrevivieran, son los que nos mantienen, los que nos ofrecen los recursos que ellos ganan con sus conocimientos y su trabajo, obtenido gracias a nuestro sacrificio. Aún podemos sobrevivir sin ayuda, podemos cuidar a nuestros nietos, ayudar en casa, incluso cuidar un huerto o pintar un muro. Pero la dependencia ya sobrevuela nuestras cabezas, y lo sabemos. Ya hemos perdido parte de nuestra identidad, y la idea de la muerte no nos deja en paz. Ahora parece que todo va hacia abajo.
Y al siguiente paso es cuando terminamos nuestro camino. Nos hemos arrugado, nos hemos hecho débiles, completamente dependientes. Si tenemos valor alguno es por lo que fuimos aún día, por lo que proporcionamos a los demás, o al mundo. Porque la verdad es que poco damos de nosotros mismos en este momento. Consumimos recursos, tiempo, cansancio. Terminamos el camino como estorbos, estorbos con pasado, incluso queridos estorbos, pero estorbos al fin y al cabo.
Y viendo la evidente simetría de nuestras vidas, que comenzamos pareciéndonos tanto en el momento de la vejez a los años de ser bebés, me pregunto, ¿podrá ser que nuestro estado real, el estado en el que concentramos nuestra identidad, no sea sino un trámite para volver a nuestro estado natural, el de consumidor dependiente de recursos?. Es posible que este planteamiento parezca una tontería, pero, ¿y si nos hemos equivocado al poner nuestra identidad en el ser humano adulto, fuerte, capaz, independiente, y nuestra verdadera naturaleza es la de bebé, la de anciano?. ¿Y si nuestra vida es un fugaz camino vagando por la lucidez, por la fuerza, solamente para volver a la inocencia, a la debilidad al final de la que partimos cuando nacemos?. ¿Si nuestro verdadero estado es el de estorbos, estorbos capaces, estorbos inteligentes, pero estorbos al fin y al cabo?.
lunes, 4 de julio de 2011
El camino de la derecha
Después de varios meses de travesía, Carlos se encontró como tantas otras veces antes con una bifurcación. Esto suponía que tendría que tomar una decisión, elegir el camino de la derecha significaba que rechazaba el de la izquierda, suponía que, en el caso que el camino de la derecha acabara en adversidad, no solamente tendría que enfrentarse a ella para salir de una pieza, sino que también debería volver sobre sus pasos hasta ese punto, para esta vez tomar la elección adecuada. Eso lo sabía por otras veces que le había tocado elegir. Hasta ahora su buen tino había ayudado a que siempre pudiera seguir hacia delante sin volver sobre sus pasos.
Por eso precisamente esta vez, como las otras, meditó bien su elección y se decantó por el camino de la derecha. La senda parecía mejor, sin tantas malas hierbas, el camino se perdía en una colina, los pastos eran más verdes. Seguramente, o al menos eso soñaba Carlos, detrás de aquella colina al fin encontraría lo que tanto había buscado.
Habían pasado ya quince años desde que dejó su hogar. Una cruenta guerra que no entendía había obligado a su madre a huir con él cuando apenas tenía tres años. Por eso cuando su madre hubo muerto, el chico reunió todo lo que pensó que necesitaría para una travesía tan larga y se puso en camino para volver a lo que fue su hogar. Allí seguramente podría ser aceptado por su anterior pueblo, por su familia. Pero ahora estaba en el camino, en este momento, sus compañeros de viaje eran el recuerdo y la ilusión, la esperanza de un futuro mejor junto a alguien que le apreciara. En esto pensaba mientras marchaba a buen ritmo rumbo a la colina por el camino de la derecha.
Pero aquella decisión no fue tan bien recibida por la fortuna como las anteriores. A los pocos días de emprender el camino que decidió, comenzó una tormenta que duró una semana, una cual nunca había visto el joven en su corta vida. En medio de esta tormenta, Carlos ya no sabía donde refugiarse, qué hacer para resguardarse de la tromba que le venía encima. Fue entonces cuando se encontró con una pequeña tienda de pieles, con una pequeña zanja alrededor. Se acercó con cuidado y dentro vio un anciano. Carlos se llamaba, como él. Invitó al chico a pasar y refugiarse dentro de su habitáculo. Allí estuvieron hasta que pasó el temporal. El joven Carlos conoció a la primera persona desde que murió su madre y emprendió el camino. El anciano Carlos era un veterano de varias guerras, también perdió lo poco que le quedaba hacía unos meses y ahora iba vagando por los caminos. Solía decir que le gustaba vagar, ir por la naturaleza aprendiendo de cada paso, tomando decisiones vitales cada día, cometiendo errores de los que aprender, decía que la vida es un camino, y que cuando te paras, te mueres.
Cuando pasó el temporal, Carlos siguió hacia delante, acompañado por Carlos. Durante las semanas que estuvieron juntos, el joven aprendió más que en toda su vida, parecía como si el anciano siempre tenía la palabra de sabiduría apropiada para el chico, estaba sencillamente entusiasmado.
Y entonces, cuando todo parecía ir perfecto, una mañana, cuando amaneció y el joven Carlos salió a cazar un conejo para desayunar junto con su anciano tocayo, estaba frío como un témpano. Su piel pálida, sin vida. Su compañero de viaje ya había llegado a su destino, a su hogar, con los suyos. Lloró a su amigo, al único que tuvo en su vida, maldiciendo su suerte. Hizo el entierro más digno que pudo para su compañero de viaje, y decidió seguir, lleno de dolor y de rabia, pero continuar adelante. Si algo aprendió de Carlos, era que siempre hay que seguir adelante.
Otro día, según avanzaba, se topó con que el camino terminaba abruptamente. La senda que eligió, la de la derecha, culminaba en un barranco. Buscó alguna manera de cruzar por otra parte, pero era imposible, aquel vergel que vio cuando tomó la decisión de ir por aquel camino se había convertido en un desértico infierno, sencillamente, se había equivocado. Entonces estalló. Maldijo todo lo que existía. No lo entendía. Había gastado más de un mes en ese camino, había perdido a un amigo, había sufrido más de lo que se atrevía a aceptar. Había sido un fracaso, una pérdida de tiempo. Ahora debería volver sobre lo andado, perder más tiempo para encontrarse algo, no sabía qué. Estaba furioso, realmente cabreado, daba puñetazos a las piedras dando gritos mientras sus lágrimas regaban el desértico paisaje.
Y con esa rabia se quedó dormido. Soñó que su amigo Carlos le hablaba, le reprendía. En ese camino “erróneo”, había aprendido a sobrevivir en una tormenta, a buscar agua en el desierto, a cazar conejos para sobrevivir, a distinguir algunas plantas comestibles y medicinales, había aprendido tanto de Carlos que, de hecho, no le había dado tiempo a digerirlo, había conocido a un amigo, a alguien que, en el recuerdo, siempre le acompañaría, había conocido lo que era el respeto, la autoridad, la amistad, y lo que ahora tenía que recordar e interiorizar, que aquel barranco no era un error, que el final de ese camino no era sino el comienzo del siguiente, que un bache en la senda no debe ser un trauma, que cuando en ese camino que era su vida se encontrara con un barranco, no tendría que patalear y maldecir, sino seguir adelante, acordarse de lo mucho que había aprendido, levantar la vista y mirar al horizonte, a aquel lugar más allá de las colinas, al lugar al que poder llamar hogar.
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