martes, 11 de octubre de 2011

Hogar


Es curioso, pero uno de los primeros recuerdos que tengo de cuando era pequeño es una mini aventura en la que me embarqué. No recuerdo muy bien el porqué, pero sí que sé que mi madre se había ido y yo no sabía adonde. Así que, pensando que sabía el camino que ella había tomado, fuera el que fuese, salí en su busca. Quien sepa dónde vivo sabe que para ir a cualquier sitio, tengo que bajar una cuesta, pues la urbanización donde está el piso de mis padres está en lo alto de un monte.
Así que me encaminé, por el camino que conocía hacia abajo, por donde alguna vez había acompañado a mi madre a comprar algo al supermercado. Todo lo que veía, me era familiar, así que yo estaba tranquilo.
Pero de repente, eso cambió. Me encontraba en un lugar inhóspito, del que apenas recordaba nada, y lo más traumático de todo, no sabía cómo volver al refugio seguro, conocido y amable que era mi casa.
La verdad, no recuerdo la parte de cómo volví a mi casa, supongo que me encontraría alguien y me llevaría de vuelta al lugar conocido. Y cada vez que pienso en este recuerdo me hace mucha gracia, porque no entiendo cómo pude perderme. El sitio donde la desesperación me embargó por no conocer el camino está muy cerca de mi casa, y solamente tienes que andar en línea recta para llegar, sin ninguna pérdida.
Yo soy de Béjar, en la provincia de Salamanca. Seguramente no sea el mejor lugar del mundo para vivir, pero a mí me encanta. No es un sitio muy grande, ni vive mucha gente, ni hay mucho trabajo, todo lo contrario, ni todo el mundo es simpático. Pero es el refugio seguro, conocido y amable que yo he conocido durante toda mi vida.
Muchas veces he salido de Béjar para ir a diferentes lugares. Cuando estudiaba en Salamanca, cuando fui a Estados Unidos, a Dublín, a Bruselas, a Marruecos, o ahora que estoy en Madrid. Y en cada sitio de todos estos, aún siendo lugares maravillosos, me he perdido, me he sentido solo y lejos de casa. Mucha gente pensará que ese lugar montañoso entre Castilla y Extremadura es peor lugar para vivir que Madrid, o que Bruselas, y no quiero yo discutírselo a nadie, es probable que tengan razón en algunos sentidos.
Pero cada vez que supero el Puerto de Vallejera, cada vez que miro a mi alrededor y me veo enredado en el exuberante verdor de las montañas bien tapadas por el tupido manto vegetal, me siento como aquel niño que, después de su corta pero emocionante aventura, vuelve a casa. A ese lugar, quizá no sencillo, ni generoso, ni cálido. Pero sí a ese rincón tan profundamente ligado al corazón que sin ninguna duda, con total seguridad, con sus virtudes y sus defectos, poder llamar hogar.

1 comentario:

Ester Del Pozo dijo...

jajaj q cosas te pasan! tu vida es toda una aventuraa!

me encantaa te expresas !!

:DD

besiitos!

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