sábado, 19 de octubre de 2013

La cueva

Cada día te despiertas en una fría y húmeda sala, más parecida a una cueva que a un hogar. Allí, la desesperación y la soledad te invaden. La oscuridad apenas te deja ver la realidad de tu dormitorio, pero ves lo suficiente para saber que no naciste para eso. No puedes dormir entre la noche porque sientes frío, frío de remordimientos, de intranquilidad, de miedo a ser rechazado, de soledad. Frío de muerte. Parece que cada mañana es simplemente un paso más, un poco más cerca del final eterno, de que baje el telón, y tienes miedo. Porque no sabes qué habrá detrás de la cortina, porque allí, donde sea, te encontrarás ante algo que no podrás controlar. Cada día te despiertas en cero, cero absoluto. No tienes nada, no perteneces a nada. Estás desnudo, vulnerable, frágil, herido, solo, muerto.

Es entonces cuando sales de tu cueva, de tu hogar. Es muy importante que, antes de que nadie te vea, recojas la máscara del lugar donde la pusiste ayer. A veces es difícil, si llegaste demasiado borracho, no recuerdas donde la tiraste, así que toca buscar. Te la pones, una máscara de suficiencia, de normalidad, una que tenga bien limpios los dientes. Te miras en el espejo, te peinas, te pones un traje recién planchado, no sea que alguien se dé cuenta de dónde vives, de quién eres. Al lado de la entrada de tu terrible morada, dejaste un atillo con algunas cosas que necesitarás ahí fuera, en la farsa que llaman realidad. En este atillo encuentras objetos tan útiles como el dinero que tanto te ha costado ganar, te han robado parte de tu vida para obtenerlo, pero con él podrás tener algo tan importante como amigos, como aceptabilidad, como pasta de dientes o gomina. Ahí fuera todo el mundo es feliz, todos viven unas vidas que merece la pena ser vividas; así que tú también tienes que mostrar que tienes, que vales, que tu vida merece aún más la pena que la de los demás. Después de todo, de eso se trata esa farsa que llaman realidad, de parecer, de aparentar, de gritar que vales, que existes. Aparte de eso, solo se trata de supervivencia.

Así que te lanzas a conquistar el mundo “real”, y continúas vendiendo tu tiempo y tu alma al mejor postor. Necesitas más dinero en tu atillo, una máscara más bonita, un mejor coche, necesitas sentirte bien al ver tu vida, y te importa poco prostituirte para conseguirlo. Poco importa tu vida, poco importa tu salud o tu pureza. Poco importa tu futuro, ahora necesitas ganar, necesitas ser, necesitas valer, necesitas tener. Y eso haces. Consigues lo que quieres, escalas posiciones, ganas amigos, pisas a quien sea para seguir subiendo, para tener más, para conseguir más, para valer más. Recurres a lo que sea para conseguirlo. Pueden ayudarte el alcohol, el sexo, las drogas, las mentiras, el mirar por encima del hombro, siempre a través de los ojos recortados en tu máscara. Eres el rey del mundo, tienes lo que quieres, nadie puede decirte qué haces bien y qué haces mal, has ganado. No le debes nada a nadie, has escalado tú solo, has alcanzado tu cumbre, nadie te supervisa, nadie te ordena. Eres libre.

Y es al final de tu día de ganancias, de libertad, de apariencias, de mentiras, de máscaras, que llegas de nuevo a tu hogar, si se le puede llamar así. Antes de entrar, tienes que dejar tu atillo en el suelo, esperando que al día siguiente siga ahí, tal y como lo has dejado. Entras, intentando mantenerte erguido después de beber más de la cuenta. Ante la puerta de la cueva, ya se te escapa una lágrima mientras te llevas tus manos a la cara para agarrar la máscara. La arrancas de un golpe, y la suficiencia y superioridad se convierten en dolor y amargura, soledad y resentimiento. Te quitas el traje que engañó a los demás, y descubres que a ti no consigue engañarte, que la desnudez de tu alma no hay traje que la cubra, que tu mundo de ganancias, de salud y orgullo es mentira, que la verdad de tu vida es tu cueva, tu soledad, tus sentimientos de amargura, que la verdad es el frío, la oscuridad, la soledad, la humedad. Que de nada vale que ganes el mundo entero, si al final del día lo pierdes todo. Que de nada vale que ganes el mundo entero si al final de tu vida lo pierdes todo.

Un día te tendrás que enfrentar al telón final, tendrás que encararte con la eternidad. El camino de mentiras, ganancias y vueltas a la oscuridad terminará, tarde o temprano. Y entonces, no habrá máscara que pueda cubrir la verdad.

Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?
Mateo 16:26.

Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.

Juan 6:68.

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