lunes, 11 de junio de 2012

José VI: Faraón



El río estaba calmado. Un día apacible se abría paso entre las quietas aguas del Nilo, el sofocante sol y la refrescante sombra de las palmeras del Palacio Real. Faraón disfrutaba de una mañana de descanso después de haber tenido una semana de vértigo por un problema con unas revueltas en el sur, en las tierras de los nubios. El aire soplaba dulce y levantaba los frescos aromas de las flores que le rodeaban, una cerveza refrescaba su garganta, las suaves notas de los cantos de las sacerdotisas alegraban sus oídos y parecía que ya nada podía ser mejor.

Pero algo se removió en el agua, algo muy extraño comenzó a chapotear. Faraón conocía perfectamente los movimientos de los cocodrilos que poblaban el Nilo, y aquello tan torpe y grande no podía ser uno de esos depredadores acuáticos. Se levantó preocupado de la tumbona donde estaba reclinado. 7 animales enormes salían de las aguas tranquilas del Río Madre, tan grandes como vacas. Faraón, asustado, miró a su alrededor. No había nadie, ni guardias, ni sacerdotisas, ni siquiera sus mujeres ni ninguno de sus hijos correteaban por el lugar donde hacía unos segundos estaban. Alarmado, retrocedió unos pasos para ver que, efectivamente, aquellos animales eran vacas. 7 hermosas y gordas vacas. Todo parecía demasiado extraño. Las vacas, una vez hubieron salido del río, tranquilamente, se pusieron a pastar enfrente suyo, devorando la hierba. Faraón, un poco más tranquilo, se sentó de nuevo en la tumbona.

Y fue al hacerlo, que se volvió a remover el agua. Faraón saltó como un resorte y se volvió a refugiar detrás del diván. 7 nuevas formas salieron del río. Parecían vacas también, aunque solamente fuera por el pelaje. La verdad es que eran monstruosas. Se les notaban todos los huesos de lo famélicas que estaban, tenían los ojos hundidos y estaban totalmente demacradas, hasta les costaba andar de su extrema delgadez, parecía extraño que aquellos animales cadavéricos pudieran moverse. Ante la atenta mirada de Faraón, aquellas vacas rodearon a las otras, las gordas.

De repente, abrieron sus bocas las vacas famélicas y asomaron varias hileras de monstruosos dientes, afilados como cuchillos. Se lanzaron sobre las otras vacas y comenzaron a devorarlas, arrancando piel, carne y huesos con una facilidad pasmosa. Faraón echó a correr hacia la seguridad de su palacio. Y fue en un momento en que se dio la vuelta para echar un último vistazo a la carnicería, que vio cómo una de las vacas, que ya había terminado con la res que se estaba comiendo, le miró con la mirada más aterradora que había recibido en su vida.

Despertó, asustado, atemorizado. Aquel sueño había sido simplemente demasiado real para dejarlo pasar. Con la mano temblorosa, agarró la copa con agua que tenía al lado de su cama. Bebió un sorbo, que más bien se le cayó a las sábanas de lino por el nerviosismo. Esa mañana, sin falta, convocaría a sus magos y videntes para que le interpretaran ese sueño, era simplemente demasiado profundo como para dejarlo pasar.

Y se volvió a dormir, y volvió a soñar.

En este sueño, de una sola caña crecían 7 espigas hermosas y gordas. Y después de ellas, crecieron 7 espigas menudas y abatidas. Fue en un momento que las 7 espigas pequeñas y menudas abrieron unas fauces tan terroríficas como las vacas del otro sueño, y devoraron completamente a las espigas gordas.

A la mañana siguiente, Faraón reunió a todos los magos, los adivinos y los videntes. Les contó los dos sueños. Todos los sabios se reunieron para intentar lograr una interpretación de los inquietantes sueños que había tenido Faraón, desde luego que si lo conseguían, el premio iba a ser muy grande, Faraón nunca se había caracterizado por ser tacaño. Pero durante horas estuvieron divagando y nadie fue capaz de dar una respuesta satisfactoria a los sueños del rey. Al día siguiente, el faraón, frustrado, contempló como todos los, supuestamente, entendidos de su país, el gran imperio del mundo, solamente encontraban disculpas. Se cabreó como nunca antes lo había hecho, y los expulsó a todos entre gritos y maldiciones. Aquello era realmente importante para él, tenía la impresión de que le iba la vida, el reino, en aquellos sueños. Tenía la firme convicción de que todo lo que conocía dependía de que fuera capaz de interpretar correctamente aquellos sueños.

- Mi señor faraón. - El jefe de los coperos se acercó con la cabeza agachada. Sabía lo que estaba en juego, si no le caía en gracia al Gran Rey al atreverse a hablarse sin ser invitado, su cabeza correría. Y no estaba de muy buen humor precisamente. - Cuando Su Majestad pensó que yo había estado entre los que buscaron su muerte, me echó a la prisión. Estando allí, conocí a un varón hebreo, de muy hermoso semblante y mejor conocimiento que interpretó correctamente mi sueño y el del panadero que condenaste definitivamente por aquella traición. Le prometí hablar a Su Majestad de él, pero lo olvidé, espero que Faraón perdone mis faltas. También le prometí decirte que él está encerrado por una injusticia, y no por falta alguna suya.

El Gran Rey del mundo mandó llamar a José. Habían pasado 2 años desde que el copero prometió ayudarle. Ahora aquel joven de 30 años fue sacado de la prisión para ser llevado ante Faraón, ante el hombre más poderoso de la Tierra.

Acostumbrado a que todo había ido a peor desde que salió de la tienda de su padre destino a Dotán para ver a sus hermanos 13 años atrás, así que cuando José fue sacado de la cloaca en que vivía, se repitió a sí mismo aquello que tanto le había ayudado a lo largo de esos años. Dios tiene un plan. Aún conservaba aquel tesoro que se prometió guardar. Aún guardaba sus sueños en lo profundo de su corazón.

Fue lavado, afeitado y preparado para presentarse ante el monarca, le vistieron con los mejores linos y le afeitaron la cabeza al estilo egipcio. Cuando estuvo en condiciones, fue llevado ante Faraón.

- Mi copero me ha hablado de ti, hebreo. - Fue lo primero que le dijo al asustado joven. - Me ha dicho que tienes el poder de interpretar los sueños. - El joven ni se movió, tenía los músculos agarrotados por el nerviosismo, sabía que este era el momento en que se lo jugaba todo. - He tenido un sueño, un sueño que me ha perturbado en gran manera, hebreo. Y ninguno de los sabios, ni de los videntes, ni de los sabios, ni de los sacerdotes de todo Egipto ha sido capaz de decirme qué significa. Quiero que tú me interpretes este sueño.

Las palabras costaban como nunca, la boca seca, la garganta agarrotada. Pero aún así, José comenzó a hablar. - Yo no tengo el poder de interpretar sueños, mi faraón. - Continuaba sin subir la cabeza, solamente mirando los pies del monarca. - Pero mi Dios tiene ese poder, y Él puede decirme la respuesta a tu sueño, para que yo pueda darle lo que busca a Su Majestad.

Faraón, sorprendido por la humildad y la educación del hebreo, le contó los dos sueños que tuvo, con todo el lujo de detalles que pudo.

- El sueño de las 7 vacas hermosas y las 7 vacas famélicas y el de las 7 espigas gordas y las 7 espigas apagadas son el mismo sueño, mi rey. Dios ha mostrado a Faraón lo que piensa hacer para que se prepare. Las 7 espigas y las 7 vacas gordas son 7 años de prosperidad como jamás ha tenido la tierra de Egipto. En estos años los graneros no serán suficientes para guardar las enormes cosechas que habrá. Toda la tierra será bañada con la bendición divina durante estos 7 años como jamás pasó en la historia. Pero después llegarán 7 años, que son las 7 vacas flacas y las 7 espigas delgadas, en que la abundancia se acabará, y el hambre en la Tierra será desastrosa, como jamás se ha visto en el mundo. Gentes y ganados morirán de hambre, y no habrá quien pueda sobrevivir a esta escasez. - El faraón escuchaba atentamente a José. - Así que lo que debe hacer Faraón es poner a un varón prudente y sabio sobre la tierra de Egipto, y poner por sobre las provincias varones capaces, para que guarden diligentemente los alimentos en los años de abundancia, para que la muerte lo asole Egipto en los años de escasez.

Lo había hecho, Dios le había dado la respuesta a José para que se la trasmitiera a Faraón. Aunque por fuera, el hebreo mantenía la compostura, estaba radiante en su interior, sabiendo que Dios continuaba estando con él.

Faraón miraba a José, pensando, mientras afirmaba con la cabeza. - Sé que esto que me has dicho es cierto, sé que has sido enviado por Dios para esta tarea, y me parece prudente el consejo que me has dado para que mi tierra no perezca. Pero, ¿a quién encontraremos en la tierra de Egipto, que sea sabio, prudente, inteligente, diligente y que el espíritu de Dios esté sobre él? - Faraón hizo una pausa, pero nadie dijo nada. - Creo que lo tengo ante mí, hebreo, tú eres el varón que debo poner por sobre mi reino para que salves a toda mi gente, a todos mis ganados, para que salves al mundo de perecer.

Y Faraón puso una capa de lino finísimo a José, y se quitó el anillo de su mano y se lo puso al hebreo. Le puso sobre un carro, y pregonó que todo el mundo doblase la rodilla delante de este hebreo, enviado por el Dios Altísimo para salvarlos en los peores tiempos.

Y fue en ese momento, cuando José vio que todos se arrodillaban ante él, cuando contempló que tenía un propósito en su vida más grande e impresionante de lo que nunca soñó, cuando recordó su largo peregrinaje hasta aquel momento, en que todas las piezas encajaron por primera vez en su vida.

José fue puesto por sobre toda la tierra de Egipto, con solo Faraón por encima de él. Le puso por nombre Zafnat-panea, y le dio por mujer a Asenat, hija de Potifera, sacerdote de On. Y gobernó José sobre Egipto diligentemente durante 7 años, y la tierra produjo a montones, hasta tal punto que uno de las principales trabajos de José fue el de ordenar la construcción de graneros. Y la riqueza de Egipto creció mucho durante estos 7 años.


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