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martes, 17 de enero de 2012

La circular


“¡Vaya un desgraciado!”. Fue lo único que se le pasó por la mente al pastor protestante que pasaba junto a aquel hombre tendido, tan derrotado que ya ni siquiera suplicaba ayuda, solamente una lata de sardinas abierta y con algunas monedas en su interior mostraba sus intenciones. Había quedado con un miembro de su congregación para tratar un tema muy importante, habían decidido adquirir un nuevo cañón para proyectar las predicaciones y las canciones en la pared para que todo el mundo las viera y debía escoger la mejor, y al mejor precio. La crisis no para por nadie.

La línea circular del metro a esa hora era un hervidero de gente. Muchos habían comprendido que era más rápido y económico usarlo y, aunque resultara mucho menos glamuroso, la verdad es que a fin de mes se nota cada pequeño esfuerzo. Los vagones iban y volvían llenos hasta reventar.

Entre el tropel de gente que circulaba por los grandes pasillos, un comercial, con su corbata y su maletín iba rumbo a la zona que le tocaba cubrir ese día. También pasó junto al desgraciado drogadicto. Le miró. Pero en seguida apartó la vista. Había visto algo muy raro en sus ojos, probablemente fuera alguien peligroso. Estaba tirado en el suelo, con la ropa sucia y seguramente oliera mal, no lo captó bien porque había mucha gente alrededor, pero la pinta que tenía lo decía todo. La droga es mala, esa lección la aprendió hacía un tiempo. Aún jugueteaba con alguna que otra de vez en cuando, pero siempre controlando, eso sí. Le miró el tiempo justo para esquivarle y no contaminarse de su inmundicia. Y sus impolutos zapatos siguieron pisando el suelo. Cuando levantó la vista, contempló a una jovencita que le ayudó a olvidar la repugnancia de lo que acababa de ver. La siguió para situarse cerca de ella en el vagón. Así se olvidaría un rato de la discusión que acababa de tener con su mujer.

“Aquí no se puede estar.” El guardia de seguridad se paró delante del drogadicto. “Este es un lugar público y no se puede permanecer aquí entorpeciendo el paso de los usuarios.” Las palabras correctas trataban de enmascarar la repugnancia que sentía. “Si quiere limosnar, debería pedir un permiso al Ayuntamiento y, por lo menos cantar o algo.”  La gente se volvía para contemplar como era expulsado del lugar donde estaba tumbado este ser indigno. El hombre tardó un tiempo en levantarse, la verdad es que estaba tan débil que apenas se sostenía en pie. Al guardia le faltaban apenas 5 minutos para el cambio, y comenzaba a impacientarse. Quería llegar a casa y seguir con la partida del videojuego al que solía jugar. “¡Te he dicho que salgas de aquí!, ¡más rápido!”.

Su mujer le había dejado y el juez le había concedido la casa y la custodia de sus dos hijos a ella. Desde entonces, todo había ido a peor. Comenzó viviendo en una pensión, pero pronto, la paga que le tenía que dar a su exmujer, era demasiado como para poder seguir además viviendo y pagando la habitación, así que tuvo que decidir buscar otra cosa. Durante un tiempo estuvo durmiendo, cuando encontraba cama, en una casa de unas monjas que ayudaban a los pobres, pero no todos los días encontraba sitio. Su sueldo apenas le daba para mal comer, y sus ropas cada vez estaban más sucias. Todo esto hizo que le echaran del trabajo, no era lógico que un dependiente de una frutería oliera así de mal, o que fuera a trabajar con aquellas pintas. Así que bajó aún otro escalón. En la calle, se hizo algunos amigos, o él pensaba que lo eran. El caso es que aquellas drogas que probó alguna vez de joven y que ellos tomaban le dieron una salida temporal a su ruina de vida. Y llevaba ya 2 años malviviendo en las calles, sobreviviendo como podía, comiendo de lo que encontraba en la basura y, siempre que tenía mono, iba al metro a pedir limosna, al menos estando colocado podía olvidar por un rato todos sus problemas.

Decisiones fallidas, caminos erróneos. Este hombre acabado había equivocado el norte en demasiadas ocasiones, y allí estaba, saliendo humillado del metro bajo la atenta mirada de los curiosos, mientras le seguía un guarda malhumorado. La vida le había vapuleado vez tras vez de tal manera que poca diferencia había entre ese maloliente hombre y un cadáver. “Ya no tengo más salida”, pensaba “sobreviviré hasta que pueda volver a colocarme, después, solamente esperaré que se me pase para volver a sobrevivir el tiempo suficiente para volver a colocarme. No hay nada más para mí, no soy nada más que esto.” Al alzar la vista y contemplar un niño de la edad de su hijo pequeño que iba de la mano de su madre, mirándole con cara de asco, se le escapó una lágrima. “Yo no quería esto. He fallado, pero yo no quería esto. ¿Es que no hay una segunda oportunidad para un fracasado como yo?”

Porque la verdad es que Samaria queda muy lejos de Madrid, y los días en que nos ayudábamos unos a otros, muy remotos en el tiempo…

miércoles, 20 de julio de 2011

Perfume o estiércol

En la vida, todos vamos caminando, buscando algo. Probablemente la mayoría de la gente no sabe que anda buscando algo, pero el caso es que todos lo hacemos. Casi siempre ni sabemos qué, pero lo que es seguro que tras algo caminamos en este mundo.

Y durante esta caminata, todos llevamos una bandeja. Cada uno pone en esta bandeja lo que quiere llevar en esta búsqueda. Probablemente la gente vierte en esta bandeja algo que, lo cierto es que a nadie le importa. Eso es una decisión de cada uno, y si una persona quiere llevar perfume o llevar estiércol, nadie es quién para reprochárselo.

El problema llega cuando tropezamos con una piedra, o alguien nos pone una zancadilla. Ahí es donde el resto de la gente se verá salpicada por lo que tengamos en la bandeja, entonces es cuando eso que a nadie le importaba, en un principio, salta por los aires y riega todo y a todos los que rodeamos a la persona que tropieza. Si es perfume, el resto quedarán contentos y satisfechos por haber sido rociados con tan aromática esencia; si es estiércol, todo el mundo se verá asqueado por los excrementos que volarán por los aires manchando todo a su paso, por no hablar del olor nauseabundo que impregnará el lugar.

Esta bandeja es nuestro corazón. Y todos llevamos algo dentro, una esencia de flores, excrementos o algo intermedio. Esto es así en todos los casos, todos lo hacemos. Y si guardamos rencor dentro, apatía, oscuridad, ira o cualquier cosa que pueda despedir cierto tufo, es algo que, en principio, a nadie debe importarle. Lo mismo ocurre si colocamos en el corazón perdón, amor, amistad, comprensión y bondad. Tanto una esencia como la otra son igualmente viables, una mejor que la otra, indudablemente, pero ambas son posibles y, de hecho, se dan, todos lo sabemos.

Y en cuanto a los tropiezos, las zancadillas o las caídas, sencillamente ocurren. Respecto a eso no podemos hacer absolutamente nada. Nadie se librará, con su buen hacer, de traiciones, de batacazos emocionales, de ruinas económicas, de discusiones incómodas, de lágrimas derramadas. Estos tropiezos sencillamente llegan, también esto es algo que todos sabemos.

Pero también debemos recordar que esto que guardemos en nuestros corazones, en nuestras bandejas, va a salpicar al resto en el momento en que tropecemos y caigamos. Aquellas personas que nos rodean y a quienes importamos, van a ser rociados con la sustancia que guardemos en nuestras bandejas. Rociarlos con perfume, o rociarlos con mierda. Esa es nuestra decisión.

martes, 22 de febrero de 2011

¡Mentira!

Yo creo en Dios, esto es algo que jamás he tratado de ocultar y que más de una vez me ha traído problemas. Hay gente que me ha tomado por poco inteligente y ha habido otros que me han confesado abiertamente que no entienden como alguien tan inteligente como yo, cosa que dudo, puede creer los mitos que aparecen en la Biblia.

Recuerdo cómo, en el instituto, el hecho de ser cristiano me llevaba a estar en contra de lo que nos enseñaban los profesores. Desde pequeños, nos enseñaron que la creencia en un ser superior ya no es necesaria, no solamente esto, sino que realmente es poco menos que una tontería. La teoría de la Evolución de Darwin nos ha sido enseñado como un hecho científico, a pesar de ser una teoría, para nada demostrada, que trata de explicar la existencia de todo lo que existe sin vernos en la obligación de recurrir a ningún ser superior.

No digo que este intento de la explicación de la naturaleza sea buena o mala, eso es algo de lo que intentaré hablar más adelante. Pero me gustaría hoy denunciar algo de lo que recientemente me he enterado, y realmente me ha indignado mucho. Algo que me parece vergonzoso es que para tratar de demostrar esta teoría se recurra a mentiras. Y hoy quiero hablaros de una mentira que he sufrido en mis propias carnes. Recuerdo en mis clases de filosofía en la Escuela de Artes y Oficios de Salamanca, cómo el profesor organizaba debates, Creación contra Evolución, en la que los contendientes eran toda la clase, incluido el profesor, contra mí.



Como muchos de vosotros habréis visto en la imagen y habréis reconocido, quiero hablar de una de las principales pruebas en favor de la evolución, quiero hablar de “Los bocetos de embriones de Ernst Haeckel”.

La idea de este cuadro, es demostrar que en la fase embrionaria más primaria de los animales, se puede reproducir la manera en que los diferentes seres vivos tenemos un ancestro común y que a lo largo de los millones de años nos hemos ido diferenciando de la misma manera que podemos ver en los embriones, que van tomando las diferentes formas partiendo de una misma base embrionaria. Es algo así como una muestra express de la Evolución. Esta prueba es algo inequívoco que nos muestra que la Evolución es más que una teoría y que todos los que piensan que hay razón para creer en un diseñador universal realmente están equivocados y solamente creen en Dios porque son seres débiles que no saben aceptar la realidad y necesitan una esperanza para poder afrontar la crudeza de la vida.

Pues bien, y aquí llega mi indignación. Todo este cuadro, esta suposición de que podemos encontrar las secuelas de nuestro ancestro común en las fase más básica de los embriones de las diferentes especies animales es una gran mentira. Un engaño, un fraude, una distorsión de la realidad para servir a un fin.

Nuestro amigo, el señor Haeckel, usó el mismo grabado para imprimir todos los embriones porque estaba tan seguro de su tesis que no creyó necesario que tuviera que dibujarlos separados. Ya en 1860, cuando Ernst presentó los resultados de su investigación, sus colegas le acusaron de fraude. Pero lo más grave es que hoy en día esto se sigue enseñando a los chicos. Se sigue enseñando como real algo que ya hace 150 años se sabe que es mentira. Debajo os enseño las imágenes reales de estos mismos embriones y su crecimiento para que veáis hasta qué punto llega el engaño.

Y esto es lo que realmente me ha indignado, lo que me ha hecho enfadar. ¿Cómo es posible que tantos años después, se siga enseñando esto como un hecho científico, comprobado y prueba de la evolución?. ¿Cómo se puede estar engañando a los estudiantes, a las nuevas generaciones con mentiras tan abiertas, sabiendo que lo son, únicamente para que crean como cierta y como ley científica una teoría?.

En el momento que yo me enteré de esto, realmente me enfurecí, me indigné, no sé expresar francamente lo que sentí, pero realmente considero esto como el “equivalente académico a un asesinato”. Cosa que se sigue haciendo hoy en día. Tendríamos que preguntarnos qué clase de educación nos intenta engañar para adoctrinarnos en la idea que compartía al principio, que es una tontería la creencia en Dios.

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