domingo, 30 de mayo de 2010

La manchita verde



Buscando los mapas que muestran las zonas de España en proceso de desertificación y los creados a partir de los pronósticos del clima durante este siglo, me llamó la atención una pequeña mancha verde al centro y el oeste del país. A finales del siglo XXI permanecía intacta, sin las tonalidades ocres de su entorno cada vez más ocre. Era, para nuestro consuelo, la reserva de la biosfera de las sierras de Béjar y Francia.

Es interesante saber que, al menos que suceda un cataclismo, Béjar tiene destinado en el país un sitio privilegiado. Viendo la manchita se piensa en un oasis. ¿Qué es un oasis si no una isla verde en medio de la aridez?

Esa es la noticia buena. La mala es que los que debían darse cuenta no se enteran y no se le confiere la importancia que merece el hecho de que estamos viviendo en uno de los pocos oasis que quedarán en España al cabo de algunos años. Creo, iluso como siempre, que esa idea nada peregrina es nuestro seguro de vida. Y creo también que no es preciso esperar a probarlo todo y fracasar para llegar a la misma conclusión.

Estamos hablando de la opción que tendríamos al ser un pulmón verde de España. A las oportunidades que tendríamos si lo previéramos y trabajásemos en ello desde ahora. Es decir, empleando una frase al uso, poniendo en valor nuestro Paraíso, desarrollando una potente marca turística y sus infraestructuras. También, y tal vez este sea el pollo del arroz con pollo, conservando los valores asociados a esa perspectiva.

Pongamos un ejemplo. En el año 2040, cuando en Madrid tenga en verano las mismas temperaturas que hoy tiene Sevilla, ¿sería o no sería Béjar un sitio de desintoxicación climática? ¿Querrían o no querrían los madrileños agobiados por su isla térmica venir al oasis, donde la ciudad se confunde con el bosque? ¿Cuántas personas podrían hacer de este lugar un espacio en sus vidas?

Son preguntas que pueden tener diferentes respuestas. Depende del cristal por el que se mire. Positivas si en realidad la ciudad se confundiera con el bosque y hubierse en ella muchas cosas placenteras que hacer. Negativas si Béjar fuese una mala copia de una ciudad asfáltica, con un centro histórico extinguido y unos hermosos rascacielos ocupando el lugar de refrescantes parques sombreados.

En días pasados tuve la ocasión de estar presente en una reunión del Consorcio Corazón de Vetonia, que proyecta un esfuerzo mancomunado por atraer el turismo hacia esta zona. Intervinieron un par de expertos, quienes trabajan en el proyecto de negocios y el marketing del Consorcio. Ambos, por separado, dijeron algo que fue lo más importante que logré escuchar: cualquier proyecto de desarrollo del turismo en esta zona debe ser, por fuerza, un turismo de naturaleza y “Corazón de Vetonia”, algo que los jóvenes podrían confundir con el nombre de una banda de rock, no puede ser la marca del producto que se pretende ofrecer. Tendría que llamarse, simplemente, Sierra de Béjar. O sea, el oasis. La manchita sobre el mapa.

Era una conclusión, realmente elemental, pero definitiva, que guarda una estrecha relación con la MENTALIDAD —y me disculpan las mayúsculas— que es preciso tener para construir un emporio turístico. Esa mentalidad no se refleja en el proyecto de ciudad que se cierne sobre nuestro futuro y que se recoge en el dichoso Plan General de Ordenación Urbana, tan llevado y traído.

No es preciso ser una lumbrera para darse cuenta que la terapia que Béjar requiere para escapar de sus cien años de soledad pasa por las copas de los pinos, por el aire puro de las montañas, por los parajes por donde corre agua que se puede beber, por las pinturas que son sus paisajes. Pero habría que recibirla antes de que la confusión entre el magma y la magnesia permita que nos pongan a vivir en una ciudad de bisutería, Made in China.

No siempre son las obras grandiosas las que abren las puertas del porvenir. No forjará porvenir alguno que hagamos de Béjar una Khasbah de ladrillo, cemento y arena. El futuro de Béjar podría estar en que lográsemos salvarla y, salvarnos todos, dentro de esa manchita verde al oeste y centro de España.

Reynaldo Lugo.

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