viernes, 16 de noviembre de 2012

La Reforma II: El fin de una época


Durante buena parte de la Edad Media, el debilitamiento de los estados a favor de los feudos nobiliarios, la persistencia del “Imperio Romano” en el Sacro Imperio, la centralización religiosa en torno a Roma y la existencia de un potente enemigo rodeando la cristiandad, hizo que toda Europa estuviera unida bajo una misma bandera, tanto política como religiosa, con sus claras diferencias regionales, pero en esencia eran todos más o menos “una misma nación”.

Fueron varios los factores que, al ir acercándose el fin del medievo, hicieron que esta unidad europea fuera resquebrajándose y que el europeo comenzase a plantearse todo aquello en lo que había creído a pies juntillas durante más de un milenio.

La división religiosa que impactó Europa desde mediados del siglo XVI fue iniciada, en efecto, por Martín Lutero hace ya 495 años, pero este cambió tuvo sus primeros brotes verdes varios siglos atrás, brotes verdes que fueron forzados por una realidad religiosa en Europa que dejaba mucho que desear. Hoy me gustaría ofrecer brevemente una panorámica de aquello que ocurrió en la Europa Católica, Apostólica y Romana que forzó la existencia tanto de la Reforma Protestante, como de otras reformas e intentos frustrados que poblaron el fin de la Edad Media.

Durante el s. XIII, el papado llegó a su mayor etapa de poder en la persona de Inocencio III, al tiempo que las órdenes mendicantes se lanzaban a la conquista del resto del mundo para Cristo, y en las universidades se construían grandes catedrales del pensamiento teológico. En teoría al menos, Europa se encontraba unida bajo una cabeza espiritual, el papa, y otra temporal, el emperador. Incluso durante buena parte de este siglo se volvieron a unir las dos iglesias, la romana y la griega. Pero en medio de todos estos elementos de unidad al parecer inquebrantables existían tensiones y puntos débiles, que a la postre derribarían todo el edificio que la cristiandad medieval había construido con sus altos ideales (1).

En cuanto a la Iglesia Griega y la unidad que disfrutaron con Roma, fue solamente aparente, pues interiormente bullía un resentimiento hacia el opresor que había aprovechado las cruzadas para tomar Constantinopla y desterrar su independencia (1).

Mapa de las diversas oleadas de la peste negra.
Una de las grandes razones por las que el pueblo comenzó a perderle el respeto al papado y a la unidad en torno a Roma, fue ni más ni menos que las diferentes oleadas de peste bubónica que asolaron Europa a partir de 1347, que diezmaron la población de la cristiandad. Costaría siglos el recuperarse de la destrucción demográfica. Aunque la Iglesia de Roma acusaría una y otra vez a los pecados y tacharía esta epidemia de “Castigo de Dios”, el hecho es que la gente comenzó a preguntarse si estaba tan sumamente claro que Dios estaba de su parte cuando hasta los más pequeños, y especialmente estos, sucumbían ante la muerte negra.

Las condiciones políticas que cambiaron durante estos siglos tampoco ayudaron en exceso al fortalecimiento de la iglesia centralizada. La burguesía comenzó a apoyar a la monarquía, cada vez más hastiada de los grandes nobles que les usurpaban el poder. El crecimiento de las ciudades, la tendencia a la centralización en las diferentes monarquías del poder en detrimento de la clase noble hizo crecer los sentimientos nacionalistas que anularon el sueño de la Europa unida políticamente, y terminaría por hacer tambalear el sueño de la Europa unida espiritualmente. La prueba más evidente fue la Guerra de los 100 años, que desangró Europa durante algo más de un siglo.

Pero el principal problema con que se encontró la Iglesia fue ésta misma. La continua perversión de los supuestos representantes de Cristo en la Tierra llevó a la gente a pensar que estos personajes no eran más que farsantes.

Estas perversiones pasaban por las anatas, que era el impuesto por el cual el obispo o abad recibía la ganancia equivalente a un año del sacerdote ordenado. Las continuas colocaciones, por las cuales se ordenaban nuevos sacerdotes y se rotaban los existentes por parte de los altos cargos de la Iglesia para cobrar las anatas. Las preservaciones, que eran las reservas de los puestos más valiosos económicamente para el Papa, que enviaba a un sacerdote en su nombre y le reservaba la cuantía por ese cargo para el “vicario de Cristo”. Las expectativas o simonías, es decir, la venta de los cargos eclesiásticos al mejor postor. Las dispensaciones, el pago de un importe por el perdón de las rupturas a la ley canónica. Las indulgencias, que era la remisión de las penas temporales por el pecado, tanto propias como de familiares, previo pago de una cuantiosa suma de dinero. El nepotismo, el nombramiento de familiares de altos cargos creando una especia de cargo eclesiástico hereditario.

Mapa del cisma, donde se diferencian los territorios
que apoyaban al papado de Roma y los
que apoyaban al papado de Aviñón.
En 1305, Clemente V fue nombrado Papa. Tras 10 meses de pontificado, decidió trasladar el papado a Aviñón, en Francia. Fue a partir de entonces que hay una serie de papas franceses que no tienen ninguna intención de devolver el papado a la Ciudad Eterna. De hecho, nombran a los cardenales de entre los sacerdotes franceses, hecho que causa que necesariamente los siguientes papas fueran de esta misma nacionalidad. La intención de quedarse en Francia queda patente con Benedicto XII, que construye un ostentoso palacio para el papado. Durante esta época, fue absolutamente escandalosa la depravación que salía de los altos poderes eclesiásticos. Hubo algún intento de devolver el papado a Roma por parte de los papas, pero los cardenales franceses lo impidieron. La cristiandad entera estaba consternada por este hecho. Esto cambió cuando Urbano VI, el primer papa italiano tras 7 papas franceses, decidió trasladar el papado a Roma pasase lo que pasase, así como el anuncio de serias medidas para cambiar la situación que estaba destrozando la Iglesia. 13 cardenales franceses, reunidos en Anagni, decidieron elegir a otro papa, destronando de esta manera a Urbano. El resultado es que de allí salió Clemente VII como papa con sede en Aviñón, y Urbano VI como papa en Roma, con una cristiandad dividida por la mitad. Para dar una solución a este problema que se alargó durante dos décadas, las dos curias de los dos papas se reunieron en el Concilio de Pisa en el 1409, decidiendo deponer a los dos anteriores papas y entronar a un nuevo papa, Alejandro V. Pero el resultado de esto es que ninguno de los dos otros aceptaron este concilio y la cristiandad se vio dividida entre tres papas diferentes. El sucesor de Alejandro V, Juan XXIII, fue expulsado de Roma por Ladislao de Nápoles y buscó la protección del impero que se la ofreció a cambio de que convocase un nuevo concilio, el de Constanza, en 1414 (2). En este concilio, fueron obligados a dimitir como papas Juan XXIII y Gregorio XII, pero Benedicto XIII se refugió en Peñíscola, amparado por el  reino de Aragón, donde continuó su sueño del papado conocido como Papa Luna. El nuevo papa elegido después de esta tormenta sería Martín V.

Esto es solamente un ejemplo de la manera en que los supuestos representantes de Cristo hacían y deshacían a su antojo en este periodo de la Edad Media, entre malas artes y una degradación absoluta. Fue en medio de este desastre que surgieron diferentes rebeliones contra este poder, de muchos tipos, que constituyeron los cimientos sobre los que la Reforma Protestante se construyó. Continuaré hablando de estos intentos reformadores en la próxima entrega. 

(1)- Historia del Cristianismo. Justo L. González. Tomo 1 Cáp. 44.
(2)- Catolicismo Romano. José Grau. Tomo 1. Págs. 423 y ss. 

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