miércoles, 27 de abril de 2011

14C

Nací el 11 de julio de 1984. Lo digo más que nada por si alguien se le ocurre regalarme algo para mi cumpleaños. Y también lo digo para afirmar con orgullo que tengo 26 años, lo que significa que tengo 320 meses de edad, que tengo 1398 semanas, que he vivido 9786 días, algo más de 234860 horas. Y para saber todo esto, no es tan difícil hacer las cuentas. En cuánto a cómo yo sé que nací ese día, bueno, me tengo que fiar de mis padres y de mi DNI, no hay más. Porque la verdad es que no recuerdo el día en que nací, mucho menos recuerdo aquel mágico momento, aquel miércoles 11 de julio de 1984, con apenas un par de horas, cuando eché un vistazo a un calendario que había en la pared de la habitación de la clínica (muchos de vosotros sabréis exactamente dónde, soy especialmente insistente cada vez que paso por allí en Salamanca).

Pero no todo el mundo tiene estas facilidades para saber cuántas horas lleva vividas. No todos tienen una fecha en el DNI, hay gente que incluso ni saben a ciencia cierta en qué año nacieron. Pero aún cuando nadie se acuerde de cuándo fue que comenzó a vivir, hay métodos que se pueden usar para conocer tu edad. Hay gente que viendo tus dientes puede saber, de una manera aproximada cuántos años tienes.

Así también existen numerosos métodos en que se miden las edades de algunos fósiles, de algunas piedras. Para cuando se encuentran nuevos hallazgos arqueológicos, saber más o menos de qué época se habla. No es lo mismo encontrar un revólver que date de finales del siglo XIX que encontrar uno que fue construido a mediados del siglo X a. C.

Hoy quiero hablaros de uno de los más conocidos, uno que se usa para medir la antigüedad de la materia orgánica, tales como los fósiles de animales, plantas, ropa o utensilios de madera, por ejemplo. Este método es el del Carbono 14.

Este método se viene usando desde que en 1947 lo inventara Willard Libby. Se basa en el principio de desintegración del carbono radioactivo. Para simplificar la explicación, la materia orgánica está basada en el carbono, pero este carbono va absorbiendo en su sistema metabólico isótopos radioactivos de Carbono 14, que una vez han muerto, van desintegrándose a un ritmo determinado. El principio de utilización de este método se basa en que viendo el Carbono 14 que existe en determinado cuerpo, teniendo en cuenta que se desintegran a una velocidad constante, podremos saber la edad de dicho cuerpo. Y de esta manera podremos saber la edad de cualquier material orgánico que encontremos en una excavación arqueológica.

Pero este método tiene dos grandes problemas. Por una parte, el carbono radioactivo, al ir desintegrándose, como su propio nombre indica, va siendo menos abundante con el paso del tiempo, he ahí la gracia. Así que, podemos estimar que cuando han pasado 5000 años después de la muerte del ser en cuestión, ya solo queda la mitad de la presencia inicial de este isótopo, cuando han pasado 10000 años, solo queda la cuarta parte, a los 15000 años solo queda un 12,5%. esto significa que cuánto más nos alejamos de la fecha en cuestión, más difícil es la datación y más riesgos hay de cometer errores.

El otro gran problema es la presuposición de que las condiciones que hacen que el Carbono 14 se desintegre a esa velocidad constante siempre fueron las mismas. Por ejemplo, si nosotros entramos en una habitación en la que hay una vela encima de una mesa y todas las ventanas cerradas, podremos medir el oxígeno que queda, el dióxido de carbono que ha generado la combustión y la cera que ha sido derretida y llegar a la conclusión que aquella vela ha estado encendida durante un par de horas y 12 minutos. Pero para llegar a esa conclusión tendremos que aceptar que la ventana no ha estado abierta durante ese tiempo, que nadie ha apagado la vela durante, digamos 25 minutos y vuelto a encenderla. Tenemos que confiar en que todo ha estado como está ahora mismo. Hay muchos factores que han podido alterar el proceso de desintegración del isótopo del carbono, como contaminaciones atmosféricas por erupciones volcánicas, modificaciones en la intensidad de la radiación cósmica, meteoros que atraviesan la atmósfera, o incluso accidentes en reactores nucleares.

Esta es una de las principales herramientas usadas para fechar los hallazgos arqueológicos. Pero, como hemos podido ver, está expuesta a numerosos fallos de cálculo e incluso a errores garrafales, sobre todo si nos separamos a la barrera de los 5000 años hacia atrás. Lo que me lleva a la obligada pregunta: ¿hasta qué punto los datos que tenemos en cuanto a nuestra antigüedad son fiables?.

En el futuro seguiremos observando algunos de otros métodos de medición que se usan. Veremos sus carencias y sus virtudes. Todo para intentar ver hasta qué punto podemos hacer caso a nuestros libros de ciencias y de historia.

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