Recuerdo que estaba andando por un largo camino. Este camino muchas veces parecía plácido y otras veces se hacía mucho más
difícil. Había ocasiones en que al atravesar los plácidos valles fértiles,
parecía todo perfecto, había frutales a los lados del camino, pequeños
riachuelos con aguas cristalinas aliviaban mi sed, las flores silvestres
impregnaban el aire de deliciosas y dulces fragancias, los árboles ofrecían
frescas sombras en los lugares donde la hierba era más esponjosa. Esos lugares
tan benevolentes hacían que el peregrinaje mereciera la pena, en ocasiones
pensaba que aquellas ocasiones eran las que hacían que importase menos pasar
por otros lugares mucho más fríos y oscuros, cuando el vello se erizaba y las
piernas temblaban solamente de pensar en lo que habría allí fuera.
Pero sin duda, lo mejor del camino, lo recuerdo como si
fuera ayer, era el estar contigo. El sentir tu mano firme y fuerte
sosteniéndome a cada paso, el sentir tu cálida palma animándome cuando el valle
se volvía oscuro, cuando la fruta y el agua no eran tan sabrosas como en los
buenos tiempos, el caminar agarrado a ti me daba fuerzas, me ayudaba a entender
que no estaba solo, que tú ibas a estar conmigo para apoyarme, para dar sentido
a cada paso, para hacerme ver el lugar donde pisaba cuando la oscuridad nublaba
mis ojos, para levantarme con ternura cuando caía, para limpiar el barro de mis
ropas, para darme sentido, para hacerme sentir amado.
Recuerdo que me encantaba mirar atrás cada poco tiempo y ver
el rastro de 4 huellas solitarias en medio de aquel camino. Porque significaban
que no estaba solo, que tú estabas conmigo.
Recuerdo cómo me hablabas, cómo me aconsejabas, ¡qué historias tan sabias y
preciosas me contabas en las largas noches de vigilia!. El estar contigo era una
delicia, paso a paso. Hacías que hasta los momentos más duros del camino
parecieran mucho más sencillos, me ayudabas a aprender de las caídas, de los
errores, de todas aquellas veces en que todo parecía perdido, y sin embargo tú
me sacabas de las profundidades de las arenas movedizas.
Pero no todo fue tan sencillo. Aún se me pone la carne de
gallina recordando aquel desierto. Cuando lo vimos por primera vez no parecía tan terrorífico
como al final fue. Cada minuto que pasaba allí sentía que me faltaban las
fuerzas, que el aire era demasiado caliente para respirar, que me deshidrataba,
nunca me sentí desfallecer de aquella manera. Mirase donde mirase a mi alrededor no
veía más que dunas de despiadada arena que desquiciaban mi alma. La esperanza
parecía desfallecer a cada bocanada de aquel aire infernal, el viento levantaba
nubes de polvo que cegaban, el horizonte ardía en espejismos que hacían perder
la razón pensando que llegaba la solución que al final no aparecía. Al final,
tras un agónico viaje por aquel terrible lugar, justo cuando ya pensé que no
podría aguantar un segundo más, cuando estaba a punto de perder la razón, llegué al otro lado. Estaba derrotado, no podía
ni pensar. Solo caí al suelo de rodillas, exhausto.
Y fue entonces cuando me di la vuelta para contemplar aquel
lugar que a punto estuvo de acabar con mi vida. Y lo que vi me enfureció. Pocas
veces en mi vida estuve así de cabreado.
Solamente había un par de huellas
cruzando aquel terrible lugar.
- ¿Por qué? ¿Por qué me acompañaste cuando todo iba bien? ¿Por
qué en los valles preciosos, cruzando los frutales, los arroyos cristalinos de
agua fresca, en las mullidas camas de hierba, estabas conmigo? ¿Por qué cuando
más te necesité no acudiste en mi ayuda? ¿Sabes que he estado a punto de morir?
¿Sabes que me faltaba el aire, y este aire hirviendo a punto estuvo de hacerme
desfallecer? - Las lágrimas ya se escapaban por mis mejillas- ¿Sabes que me estaba deshidratando, que el calor me asfixiaba, que
no veía por ningún lado la salida de este desierto? ¿Sabes que te necesitaba?
¿Sabes que cuando más te necesitaba, tú no apareciste?¿Sabes que cuando más perdido estaba, me dejaste solo en medio del desierto?
¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué?
Aún se me llenan los ojos de lágrimas recordando lo que me
dijiste mientras, con ternura tomaste mis manos.
- Mi niño, para mí fue un placer cruzar junto a ti por aquellos
preciosos valles en que todo parecía perfecto. Disfruté como nadie de tu compañía
hablando de miles de temas sentados en las orillas de los ríos que satisfacían tu
sed. El caminar tomados de la mano me encantaba, amo tenerte cerca, sentir tu corazón
pegado al mío. Y, créeme, sé que has sufrido en ese desierto, soy consciente de
que el calor te asfixiaba, que la arena se te metía en la garganta, que la lengua
te dolía por no tener agua que llevarte a la boca, de que lo has pasado realmente
mal. Soy consciente, y aquí estoy para cuidarte, para restaurarte, como siempre estaré.
- Pero, si tanto me amas, ¿por qué cuando más te necesité, en ese
desierto mortífero, cuando la muerte imploraba por mi alma, me dejaste solo? Al
mirar atrás y ver el desierto, solamente veo un par de huellas.
- Así es, mi niño. Solo ves dos huellas porque yo cargué contigo
durante todo este desierto.
*Basado en la canción “Soñé” del grupo “Enkalma”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario