viernes, 4 de febrero de 2011

Los Golquis


Dejadme que os presente a los golquis.


Estos simpáticos seres microscópicos viven entre nosotros desde tiempos inmemoriales. Sus diminutos cuerpos llevan miles de años pasando desapercibidos entre nuestros mastodónticos ojos y jamás hemos sabido que los golquis están ahí.

Su fisionomía es básicamente bufonesca, son de color verde, tienen un solo ojo que se separa de la gran cabeza por una antena rodeada de una pequeña mata de pelo que parece un matojo rojo, una gran boca siempre sonriente llena el espacio de su enorme cara, dos brazos bastante largos para su tamaño que terminan en 3 dedos rechonchos y 4 patas terminadas en otros 3 dedos cada una que salen de un rollizo tronco. Se suelen vestir con pequeñas telas de colores que fabrican en las factorías que suelen construir entre las arrugas aprovechando los pequeños pedazos de piel que se desprenden de nuestro pellejo.

Suelen organizarse en pequeñas tribus lideradas por el más anciano del lugar, que suele tener entre los 30 y los 35 años. No se diferencian por sexos y se reproducen mediante una especie de esporas que se clavan en la cera de nuestros oídos y se alimentan de sus nutrientes hasta que son lo suficientemente grandes para poder salir y alimentarse de nuestro sudor.

Siempre parecen alegres porque siempre sonríen y se comunican entre ellos con bromas. Jamás ha salido un comentario negativo de sus labios, de hecho, en golquiano, el idioma de nuestros amigos, no existen las palabras feas o que digan algo malo, si siquiera saben decir que no.

Su vida es bastante aburrida, se pasan todo el tiempo andando por nuestros cuerpos buscando algo interesante que hacer, pero rara vez encuentran algo que les guste. Al ser tan pocos viviendo en cada hombre, muy pocas veces se encuentran entre ellos y, de hecho, no conocen a ningún golqui que no viva en su mismo humano.

Una de las labores más importante que tiene el jefe golqui de la tribu es el de usar las “paletas rojas”. Estos instrumentos son algo así como unos megáfonos que introducen en una esquina especial de nuestros oídos, cerca de donde nacen sus crías. Allí dan órdenes al humano que les da la vida y que les sirve de hogar, alimento y protección. Con estas herramientas, los golquis ordenan a su benefactor qué es lo que deben hacer, hacia dónde dirigirse, qué tipo de alimentos comer para que el sudor sea lo suficientemente nutritivo para ellos, etcétera.

Es curioso cómo los humanos no saben absolutamente nada acerca de los golquis, ni siquiera conocen su existencia, es curioso porque realmente los humanos están siendo controlados por estos minúsculos seres, es curioso porque los hombres y las mujeres, cuando creen que están pensado y tomando decisiones cada día, realmente están siendo marionetas de quienes desean que tengan un sudor más rico. Es curioso cómo los hombres y las mujeres, realmente somos producto de los deseos de un ser microscópico, realmente somos ellos sin saberlo.

Y el jefe de los Golquis, aquel que nos ordena qué debemos hacer, desconoce la identidad de los otros jefes, de hecho, desconoce completamente a otros golquis que no sean los de su tribu en el humano donde viven. Realmente nuestra civilización es la civilización de los golquis, jefes de tribus que controlan a hombres y mujeres para relacionarse con otros sabiendo que son dominados por otros jefes de tribus, a los cuales ni siquiera conocen.

Pero lo cierto es que los golquis, aunque se pueda pensar que tienen todo para ser felices, son muy desdichados. Sus grandes caras sonrientes solo ocultan la amargura de su corazón, pero nunca pueden dejarse ver como realmente son, criaturas solitarias y tristes que gastan sus vidas en alimentarse y pasear, que dominan a unos seres enormes que no llegan a verlos y mucho menos a comprenderlos. Los humanos jamás sabrán de su existencia, jamás podrán apreciarlos. Pero lo peor de todo es su aparente felicidad. Así como ningún jefe golqui sabe quién es el que controla a los otros hombres con los que interactúa su marioneta, ningún golqui sabe que tan triste como él es, así son sus compañeros. Pero todos los golquis deben seguir siendo felices, no pueden expresar lo que realmente sienten porque en su idioma no existen palabras para hacerlo. Todos tienen miedo a que si dicen lo desgraciados que son, el resto los desprecien por no saber ser felices, por no saber ser golquis.

Estos seres tan minúsculos y graciosos, que no solamente viven en nosotros, sino que además se aprovechan de nuestras pieles, cera o sudor, están siempre tan tristes que su sonrisa de felicidad realmente es una mueca, una máscara que se ponen para no enfrentarse a su realidad, que cuanto más felices quieren aparentar, más triste está su corazón.

1 comentario:

Ricardette dijo...

es que es tan genial...enhorabuena hermano,sigues superándote!!

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