Vivimos en una sociedad avanzada, plural, racional y adaptada a nuestras necesidades. Que nos apoya para que saquemos lo mejor de nosotros mismos sin reprimir nuestra conducta, nuestras creencias o nuestros intereses.
Esa es la idea que se supone que debemos tener de nuestra civilización. Somos un pueblo adulto que ha sabido adaptarse al ritmo de los tiempos y que ha madurado, aprendiendo de nuestros errores. Una sociedad que apoya nuestras individualidades sin rechazar nuestra pertenencia a grupos.
Pero eso es solamente la teoría, al menos en mi opinión, nuestra sociedad no es ni mucho menos lo que debería ser. Y considero que nuestro principal problema es que no somos tan adultos como pensamos. Vivimos en una sociedad que cada vez es más adolescente.
Personalmente considero madurar como el proceso en que vamos tomando cada vez más responsabilidades, en que vamos siendo más conscientes que nuestros actos traen consecuencias y que, por una parte, tenemos que actuar conociendo y previendo esas consecuencias y por otra parte, tenemos que afrontar y dar la cara ante esas consecuencias.
Responsabilidad, según la R.A.E., es la capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente.
Y este es nuestro problema en la sociedad en que vivimos. Nos hemos especializado en que no tengamos que reconocer y mucho menos aceptar las consecuencias de los hechos que libremente realizamos. Nos negamos a madurar, nos negamos a ver que nuestros actos pueden hacer daño a lo que nos rodea.
Y me gustaría poner un ejemplo para este hecho. Según he estado leyendo, cada año aumentan el número de abortos un 10%, lo que significa que en los últimos 10 años, se han duplicado el número de abortos anuales. Esto significa que cada año, hay 100000 interrupciones voluntarias del embarazo, según datos del 2008, lo que significa que si ha seguido creciendo, ya rondaremos los 120000. No quiero entrar en el eterno debate de si es una buena noticia o una mala noticia, quienes me conocen saben que personalmente no me hace mucha gracia el asesinato masivo de bebés no-natos bajo la responsabilidad y consentimiento de sus padres, pero ese será un debate para otra ocasión. El caso que nos ocupa es que hemos puesto todos los medios a nuestro alcance para no tener que afrontar las consecuencias de nuestros actos. El hecho es que es algo completamente normal, lícito e incluso sano (a ojos de nuestra sociedad) el tener sexo con quién nos parezca oportuno en el momento que nos venga bien, y, aunque todos sabemos que para estos casos ya hemos inventado otro método para eludir responsabilidades (método que en absoluto critico o considero dañino) llamado preservativo, siempre podemos argumentar que en ese momento no lo usamos apelando a la excusa del “calentón”. Y aún dentro de nuestra evidente irresponsabilidad, no tenemos que aceptar las consecuencias lógicas de nuestros actos, para eso mismo hemos inventado otro mecanismo para eludirlas, un método que pondrá fin al problema que nosotros mismos nos hemos creado. Asunto resuelto, no tengo que pagar las consecuencias de mis actos.
Y como este, podemos ahondar en nuestra civilización aparentemente madura, para contemplar cómo está favoreciendo nuestra eterna adolescencia. La idea está muy clara, no tenemos porqué responsabilizarnos por las consecuencias de nuestros actos, ya hemos inventado una serie de mecanismos que sirven para eludirlas, mecanismos aceptados por todos y todas, de un uso completamente normalizado y que a nadie le parecen extraños.
Si nos casamos, jurando incluso en muchas ocasiones ante los ojos de Dios y vemos que la cosa no funciona, o que hemos cometido un tremendo error, o una cadena de ellos, no ocurre absolutamente nada, hemos inventado algo precioso llamado divorcio que pondrá fin a nuestra responsabilidad, ahora incluso nos podemos divorciar por internet, prueba del avance de estos mecanismos adolescizantes.
Pero claro, el problema de todo esto, es que, como consecuencia de no vivir las consecuencias de nuestros actos, estamos empezando a difuminar la naturaleza de estos, es decir, que al no ver que lo que yo haga puede perjudicarme, comienzo a pensar que realmente no es tan malo como podía pensarse, y no solo eso, sino que puede llegar a ser algo positivo. Solamente me trae buenas sensaciones sin pedirme nada a cambio, pase lo que pase por el camino. Estamos comenzando a llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno, y esta maquinaria sigue en funcionamiento, incitándonos a no madurar y avanzando a velocidades vertiginosas.
Yo no sé hasta qué punto llegaremos o cómo mejorará el uso de estas herramientas, pero la verdad es que me da un poco de miedo, no por los hechos en sí o las consecuencias físicas que pueden traer, que ya son bastante devastadoras, sino por el impacto que tienen en nosotros y más aún el que tendrá en las futuras generaciones. Generaciones que crecerán sabiendo a ciencia cierta que hagan lo que hagan, siempre saldrán beneficiados.
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