Ese es el tiempo que hace de aquello. España vivía un tiempo tumultuoso. Las opiniones de los políticos estaban tan divididas que casi nadie esperaba una solución diplomática de todo aquello. La gente estaba cansada, cansada de que los poderosos camparan a sus anchas mientras ellos no tenían para alimentar a sus familias, la mayoría, de hecho, ni siquiera tenía una opinión totalmente formada en cuanto a la opción política que querían. Entonces tenían democracia, tenían libertad, pero casi todos preferían no opinar de quienes les gobernaban, y dedicarse a ganarse el sustento. Pero las voces del cambio estaban a pie de calle. Había protestas por todos lados, las fuerzas de seguridad se excedían muchas veces en las represalias, y esto solo provocaba aún más violencia de los “indignados”.
Estoy hablando del 18 de julio de 1936, fecha del alzamiento nacional. No estoy hablando del 18 de julio de 2011. Aunque bien podría estar hablando de ello.
Entonces dio comienzo al periodo más dramático de nuestra historia. El momento en que nos encontramos los españoles luchando contra nosotros mismos. La guerra fue cruenta, mortal, dramática. Pero no fue lo peor. Lo peor es el odio, lo peor es la venganza, la ira, los pagos. Lo peor es que durante la guerra, incluso bien terminada ya, la gente viviera con miedo en sus casas porque la disputa con un vecino porque tu perro había hecho sus necesidades cerca de su casa supusiera la muerte. España se convirtió en un campo de batalla, toda España lo era. No solamente las trincheras, ni siquiera hacía falta una sirena para prevenir de los ataques aereos. Toda España estaba amenazada de muerte, y lo peor es que durante esa guerra toda España murió. Aquel día tan funesto de nuestra historia se abrió una herida que aún sangra.
Palacio Ducal en 1936 |
Tanto un bando como el otro sucumbieron a la barbarie. Sabiendo ambos bandos que tenían la razón, se la quitaron con asesinatos en masa, odios infundados y terrorismo ideológico.
En este tiempo en que vivimos, estas fechas son de especial importancia, pues se dice mucho que estamos ante la mayor crisis desde este hecho que ya cumple 75 años. Si releéis el primer párrafo, podréis contemplar que el clima, salvando las evidentes distancias, no es tan diferente. Espero que todos hayamos aprendido algo de estos 75 años de odio. Por el bien de todos nosotros, pongo todas mis esperanzas en que sepamos arrancar la garra de las dos Españas, de los fanatismos políticos, de creer que quién piensa o cree esto o aquello es de tal o cual manera.
Y realmente lo espero, porque veo que todo lo que hemos “construido” desde entonces se hunde, porque veo que la gente está cansada de las actitudes de sus representantes. Porque los indignados que protagonizaron la rebelión de Asturias han vuelto. Porque esta revolución llegará, lo quieran los poderosos o no. La única incógnita es si para entonces habremos aprendido algo del casi millón de muertes, y los 75 años de miseria económica, moral y política que trajo aquel día.
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