Hace tiempo planteé una definición de “religión” que sigo
manteniendo a día de hoy. La religión es el intento del hombre de acercarse a Dios. Así se podrían resumir todas y
cada una de las religiones que hay en el mundo. En esencia son todas la misma.
Hay algunos cambios en cuanto a algunas cuestiones, como por ejemplo, unas se
basan en unos escritos y otras en otros, algunos toman como base la Biblia, otros el Corán, el
Talmud, el Libro del Mormón, el Rig Veda o el Tipitaka son algunos de ellos. Otros
ni siquiera se basan en ningún libro. Otros creen que llegarán a trascender, a
convertirse en dioses, otros afirman que todos somos dios, o que dios está en
todas partes, o que todo es dios, otros dicen que no hay dios, y solo hay una fuerza
que mantiene todo. Todo esto son detalles, detalles más o menos importantes,
pero la base de esta religión universal es la misma, que debemos hacer algo
para obtener algo. Ahí está la clave de todo. En llegar a ser lo
suficientemente buenos, o santos, o a saber suficiente, o a ser lo
suficientemente “algo”. Si lo logramos, tendremos algo mejor, ya sea Nirvana,
ir al cielo, convertirnos en dioses en otros planetas, o ser uno con la Madre Tierra. Los artificios y los detalles no cambian la
base de la religión, el hacer algo para obtener algo.
En este sentido, la Biblia nos enseña otro concepto de religión, aunque en su nombre se hayan levantado muchas "religiones" con el mismo planteamiento que comentaba antes. Muchos
pueden pensar que el cristianismo se trata de otra religión más, que si se le quita el cascarón
que estoy eliminando en el resto de las religiones, llegamos a un “más de lo mismo”.
Nada más lejos de la realidad. No al menos si nos referimos al cristianismo que
propone la Biblia,
no al que se ha tergiversado en innumerables ocasiones por parte de unos y de
otros.
La Biblia
no nos presenta nada parecido a lo que decía antes y que se resumía en “hacer
algo para obtener algo”. La Biblia
no nos enseña que el premio final, sea cual sea, se vaya a ganar mediante una
serie de artificios o buenas acciones. La Biblia parte de la base de que este método de
buscar nuestro propio bien mediante una serie de procesos, estén como estén
orquestados, resultará en fracaso absoluto. Parte de la base de nuestra
incompetencia para agradar a Dios, para llegar a la meta solos. Parte de la
base de nuestra incapacidad de conocerle, de entenderle. Parte de la base de
nuestra imposibilidad de llevarnos bien entre nosotros, de tener paz con
nuestros semejantes. Parte de la base de que no podemos, no sabemos y no
queremos hacer las cosas a derechas. Parte de la base de nuestrajusta y merecida condena.
Y esta es una buena base desde donde partir. Porque
solamente podremos reaccionar ante la realidad si la conocemos. Si dormimos plácidamente
y no nos damos cuenta que nuestra casa se está quemando, jamás reaccionaremos a
tiempo para salvar nuestro hogar o nuestra propia vida de las llamas. Y este caso es de
extrema urgencia, no podemos quedarnos sin hacer nada ni tomar partido en algo
que conlleva nuestra vida o nuestra muerte eternas.
Pero esta base, aunque sea más real que otras, no lleva a
ningún sitio por sí sola. Por mucho que yo sepa que soy un drogadicto, aunque
sea un buen punto de partida el reconocer esta verdad, no me llevará por sí solo a cambiar mi modo de vivir ni
a salir de la droga. Necesito ayuda. Pero no me vale la ayuda de otro drogadicto.
Esto solo me servirá para caer más aún los dos en nuestro mal. Necesito ayuda
de alguien que no tenga ese problema, de alguien que no me lleve a pasear por
los sitios donde se vende eso que me atormenta, que no me hable de lo bien que
sienta cuando vas puesto. Necesito ayuda externa. Pero, en el caso que nos
ocupa, ¿quién va a ayudar a una persona que quiera salir de su situación
terrible en la que se encuentra en relación a Dios? Tiene que ser alguien
perfecto, alguien que no tenga el problema del pecado, ni que tenga el problema
de no conocer a Dios, alguien lo suficientemente humano para entenderme y
acercarse a mí, y lo suficientemente divino para superar los obstáculos que yo
y todos los demás tenemos delante.
La respuesta a esta incógnita es Jesús, el Cristo. Un
humano, cumplidor de toda la ley, santo, bueno, perfecto. Humano enteramente
para poder confiar en él, para que me entienda, para que sea justo que cargue
con mi maldad. Dios completamente, para que tenga el poder de perdonar pecados,
para que tenga el poder que me lleve a salvar los obstáculos que tengo delante
y que me impiden el acceso a Él. Perfecto en todos sus caminos para que su
sacrificio en mi lugar sea aceptado, sea sencillamente impoluto. Alguien que, a
pesar de ser humano perfecto, haya demostrado no venir de parte de Dios, sino
serlo él mismo. Jesús es la clave de la ecuación. Es el elemento que da la
vuelta a la religión. Ya no tenemos que hacer nada para obtener la paz con
Dios, para llegar a la meta de una pieza. Ya no tenemos que dar nuestra vida
para acallar nuestras conciencias. Porque ya está pagado, porque todo lo que se
podía hacer ya está hecho. Porque el Creador del cielo y de la tierra se hizo
hombre para buscar lo que se había perdido, sabiendo de sobra como sabía que no
había otra esperanza para el ser humano, que por mucho que nos esforzásemos,
jamás llegaríamos a la medida que se espera de nosotros.
Así que aquí tenemos otra religión, una instaurada no por
libros sagrados en sí mismos, ni por hombres que buscan el bien supremo, una
religión que no se basa en el “hacer para obtener”. Aquí tenemos una religión,
en la que el hombre no se acercó a Dios, sino que fue Dios el que se acercó al
hombre para ofrecerle salvación de una manera gratuita. Dios le dio la vuelta a
la religión y lo hizo todo. Absolutamente todo.
Así que, en esencia, existen dos religiones en el mundo. Una
creada por los hombres y que se basa en el “hacer para obtener”. Y otra creada
por Dios mismo, con la impronta de su sangre y la evidencia de su resurrección
que está basada en el “ya está pagado”.
Ahora llega cuando cada persona decide qué hacer con su
vida, qué senda elegir, qué religión seguir, a quién hacer caso, a Dios o a los
hombres.
"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe."
Carta de San Pablo a los Efesios, capítulo 2, versículos 8 y 9.
No hay comentarios:
Publicar un comentario