sábado, 19 de febrero de 2011

Mene, Mene, Tekel, Uparsin

Los instrumentos más exóticos sonaban, tocados por los más virtuosos de todos los confines del imperio de Beltsasar, Gran Rey de los babilonios, y del mundo. El fastuoso palacio construido por Nabucodonosor el Grande era testigo de una de las mayores fiestas de las que se tenía memoria. Miles eran los invitados de entre los príncipes de todas las regiones del gran imperio que se extendía allá donde la razón daba cabida. Los líderes de cientos de pueblos subyugados por el poder de La Rosa, celebraban en aquel día el formar parte de la corte de Beltsasar, y lo celebraban con los manjares más exquisitos, con la presencia de las doncellas más bellas del imperio, escogidas de entre las más preciosas mujeres de cada nación, con la mejor música, servían el vino en los vasos de oro y de plata que Nabucodonosor mandó expoliar del templo de Jerusalén. Incluso habían traído para que les acompañasen a los dioses de oro, de plata, de bronce, de madera y de piedra para que fueran testigos de la gloria del rey y para que los príncipes vieran la honra que los mismos dioses habían dado al emperador.

Era una fiesta en las que estás obligado a divertirte. Los terciopelos más exquisitos, las mejores sedas, las joyas más caras, los mejores licores, todo era poco para la celebración del Gran Rey. Hinchado de sí mismo, el propio Beltsasar bebía y bailaba sin parar, luciendo en cada salto y en cada caída, producto del vino, su enorme barriga y su poca vergüenza.

Hubo un momento, en pleno éxtasis alcohólico, satírico y sexual, en que uno de los sirvientes tuvo la mala suerte de estar en la trayectoria del rey en plena espectacular caída etílica. El gordo emperador, reunió toda la dignidad que le quedaba, pese a la aparatosidad de la caída, y en pleno ataque de risas de los asistentes, mandó matar al sirviente, había derramado un poco de vino sobre la preciosa seda del traje real. El pobre sirviente egipcio falleció al momento desangrado al haberle cortado las manos un guardia también borracho. Su sangre sirvió de manjar líquido para el rey y su familia.

En una de las estancias del palacio, un grupo de siervos reales procedentes de la conquistada Israel, intentaban mantener una conversación normal, tratando de permanecer ajenos a la brutalidad y al ansia de exceso que reinaba en el gran comedor que acogía aquella debacle. Los judíos, liderados por Daniel, habían sido raptados cuando eran niños, castrados para que el rey pudiera confiar plenamente en ellos, y puestos entre la servidumbre real. Daniel, había demostrado sobradamente al padre de Beltsasar, Nabucodonosor, en numerosas ocasiones, que era alguien en quien se podía confiar y que el mismo Dios de los cielos estaba con él. De hecho, Daniel fue de gran influencia sobre el padre del rey y éste le llegó a amar como a un hijo. Pero a su muerte, el joven Beltsasar solamente supo entregarse a la lujuria y al exceso. Pensaba que el imperio que regía existía para satisfacer su barriga, y así actuaba.

De repente, un silencio sepulcral llenó el palacio. Los ancianos hebreos dejaron de hablar y pusieron toda su atención en qué había ocurrido para justificar aquel cambio en los invitados a la fiesta. Instantes antes, el griterío era ensordecedor. Y ahora, hasta la música había enmudecido.

Por el pasillo se oyeron voces de un hombre que llamaba a gritos y con un tono bastante impaciente a los magos, a los caldeos y a los adivinos. Los jóvenes se miraron. Algo iba mal. Lo podían sentir en el ambiente.

En muchas otras ocasiones, cuando las cosas se ponían feas,había habido algo que les había venido realmente bien, y no solamente para calmar los nervios. Habían orado. Habían pedido ayuda al dios de sus padres. Sabían que les escuchaba, que en todo momento estaba preparado para ayudarlos. Así que se arrodillaron y, guiados por Daniel, comenzaron a alabar a Adonai y a pedirle que les ayudara en aquella hora, sin duda, siniestra.

Una hora después, un guarda abrió toscamente la puerta de la sala donde estaban los israelitas. El rey hacía llamar a Daniel por consejo de la reina. Daniel miró con nerviosismo a sus amigos. Probablemente, aquella era la última vez que los veía. Una llamada directa del rey significaba que o le impresionabas en sobremanera o él mismo bebería tu sangre. Y eso solía pasar en circunstancias normales, en aquel momento el rey estaba completamente borracho, y eso solo incrementaba las posibilidades de una muerte dolorosa. Pero Daniel sabía que su vida no dependía únicamente de los caprichos del emperador, por mucho poder que tuviese. Daniel confiaba en el dios que le había liberado en otras ocasiones durante tantos años en que había servido en tierra extranjera, sabía que sin su aprobación Beltsasar no le rozaría un pelo. Así que irguió la cabeza y siguió al guardia en dirección al comedor donde se celebraba el banquete.

El olor a perfumes caros, mezclados con alcohol, sudor y sangre inundaron las fosas nasales del anciano sirviente. Realmente aquello era vomitivo y Daniel seguía sin comprender en qué medida este tipo de celebraciones eran tan famosas y apreciadas por todo el imperio. Para él, aquello simplemente era repugnante.

Al cruzar las cortinas de seda negra que flanqueaban la entrada, lo primero que vio fue que todos los invitados estaban apiñados contra una pared del gran comedor, en el medio estaban el rey y su mujer. A su alrededor, yacían los cadáveres de los magos, los caldeos y los adivinos. La sangre regaba todo alrededor. Juntos, todos miraban fijamente a la otra pared. Daniel miró y vio sobre los adoquines con escenas de guerra de Nabucodonosor que adornaban la pared practicada una gran inscripción.

“Supongo que serás Daniel, de los que fueron traídos cautivos de Judea por mi padre. Jamás te ví, pero tengo entendido que mi padre te tenía en gran estima. “ El rey, con una clara palidez, era obvio que lo estaba pasando realmente mal. Se le veía francamente asustado por la inscripción, a lo que había que sumar que se encontraba en un estado de embriaguez bastante importante. “He oído de labios de mi mujer que el espíritu de los dioses santos descansa en ti, y que mi padre halló en ti entendimiento, sabiduría y luz. Y ahora, en medio de nuestra celebración, una gran mano ha aparecido con un gran destello y ha escrito esa inscripción en la pared. Llamé a mis adivinadores, magos y caldeos y ninguno supo de donde venía o qué quería decir. Así que te ofrezco lo mismo que les ofrecí a ellos. Si eres capaz de averiguar qué pone en la inscripción, así como de interpretarla, pondré un collar de oro en tu cuello y una capa púrpura sobre tus hombros, y tú serás señor del reino, después de mi reina y de mí mismo. Si no eres capaz de satisfacerme, entonces de nada me vales y tu cuerpo yacerá como el de los falsos videntes y astrólogos que acaban de morir.”

Daniel era consciente de la amenaza que pesaba sobre su cabeza, así que se dio la vuelta y contempló la escritura que había en la pared. Mientras miraba la pared, pidió con todas sus fuerzas a su dios que lo ayudara en aquella ocasión como había hecho en las anteriores. Francamente, Daniel estaba aterrado, pero debía permanecer entero delante del rey. La amenaza era tan real que sus pies estaban encharcados de la sangre de sus predecesores.

“Tus dones sean para ti, y da las recompensas a otros. Leeré la escritura al rey, y le daré la interpretación.” Daniel no podía creer que esas palabras estuvieran saliendo de su boca, estaba claro que Yahweh había decidido escuchar su plegaria, era como si no fuera dueño de sus labios. “El Dios Altísimo, oh rey, le dio a tu padre la gloria, la honra y el poder sobre todo el mundo. Tenía la autoridad de quitarle la vida a quién quería y dársela a quién le placía. Pero su corazón se enorgulleció y olvidó quién le entregó todo, pensó que el mundo le pertenecía para servirle y mi dios le quitó la capacidad de razonar. Estuvo conviviendo con los animales como un vulgar asno y privado de su reino hasta que supo reconocer que si algo tenía era porque Dios mismo se lo había entregado, y que quién realmente pone y quita a placer es él mismo y no un rey. Y tú, su hijo, Beltsasar, jamás has bajado la mirada de tu propia barbilla. Piensas que tienes poder de quitar la vida a tu voluntad, piensas que no ocurrirá nada por usar los vasos del templo de Dios para beber vino y emborracharte junto a tus concubinas y prostitutas. No aprecias la vida de tus propios sirvientes y rindes culto a muñecos de oro, de plata y de madera. Mientras, al dios que te dio la vida y que te mantiene, el dios en cuya mano están todos los caminos, le desprecias. Él mismo envió esa mano que rubricó tu final en la celebración de tu desgracia. Y los trazos que ves en la pared se leen como: MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN.

El significado de Mene es: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin. El significado de Tekel es: Has sido pesado en balanza, y hallado falto. Y el significado de PERES es: Tu reino ha sido roto, y ha sido dado a los medos y a los persas.

Espero haber satisfecho las expectativas de mi rey, pues todo lo que me ha pedido, se lo he revelado.”

El rey miraba pálido, con los ojos y la boca abiertos hasta extremos casi grotescos y con problemas para sostenerse en pie. En lo más profundo de su corazón, sabía que las palabras de Daniel eran completamente ciertas, y de negarlas y asesinar a aquel hombre, solo acrecentaría la furia de su dios. Así que cumplió su palabra para sorpresa de todos los presentes, mandó traer el manto púrpura y el collar que Daniel había rechazado y le obligó a vestirse con ello. Daniel no se negó con demasiado ahínco, después de todo, sabía que no pertenecería por mucho más tiempo a aquel rey.

En medio de la ceremonia, se desató la alarma en la ciudad. Las trompetas comenzaron a sonar por todas las torres de la muralla. Los medas atacaban con un enorme ejército. Beltsasar, en cuanto escuchó el ruido de las trompetas, se apresuró a la cámara especial donde guardaba la Rosa. Cuando abrió la puerta, vio a Darío, rey de Media con el poderoso objeto. En ese momento, Beltsasar, mirando fijamente a su adversario, fue completamente consciente de su derrota. Rápidamente, trató de darse la vuelta y huir corriendo aprovechando los pasadizos secretos de su padre. Una flecha acabó con su huida acertando en pleno corazón.

Caía Babilonia, se levantaba Persia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

He estado revisando todas tus entradas y está claro que has ido madurando con el tiempo, lo que te ha hecho agudizar tu sentido crítico para abrirnos los ojos a los que vamos por detrás de ti en este camino que es la vida.

Me encanta la forma en que alternas "rayadas" y leyendas o historias míticas. Pienso que no difieren mucho las unas de las otras.

Gracias por hacernos pensar y reflexionar hermano. Un abrazo pepi.

El Tío Poe dijo...

¡Muchas gracias tío! Me alegra mucho que te guste lo que hago. Espero que realmente os ayude, esa es mi intención.
Un abrazo y muchas gracias a todos aquellos que me han acompañado durante tanto tiempo en este camino, entre los cuales, por supuesto, estás tu también.

Dal Wehawax dijo...

Tío Poe, ¿cuántos Belsasares hay hoy?
En verdad, te digo, que muchos.¿Quien hará caso a la palabra de Yahweh? Pronto todos nos vamos a enfrentar a ese dilema. Saludos y un estupendo relato ampliado por tu imaginación.

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