Había una vez, en un reino muy lejano, hace varios miles de años, un anciano, un maestro muy respetado por todos a su alrededor. Este maestro, considerado por todos como el más sabio de cuantos hollaban la tierra, siempre tenía un ejército de discípulos buscando hallar y guardar en sus corazones y en sus mentes cuanta inteligencia y sabiduría pudieran recoger de las palabras de aquel vetusto hombre.
El caso es que en una ocasión, estando el anciano en su casa descansando de sus largos años, llamó un joven aprendiz a la desgastada puerta. Con dificultad, el viejo sabio se levantó y abrió la puerta al muchacho.
- Maestro, hay algo que debo decirle- dijo el chico entre jadeos, había venido corriendo desde la plaza. - Me he enterado de algo que van diciendo sobre usted que le tengo que contar.
- Espere un momento, joven. Antes de contarme nada, ¿esta información que me va a contar ha pasado la prueba de las tres rejas? - Preguntó con toda tranquilidad el anciano.
- ¿Las tres rejas? - El chico no se había terminado de acostumbrar a las preguntas tan extrañas que siempre hacía su maestro. - ¿A qué te refieres con la prueba de las tres rejas?.
- La primera reja – el viejo levantó el dedo índice de su huesuda mano derecha para dar más énfasis a lo que iba a decir. - es la de la verdad. ¿Es esto que me va a contar completamente cierto?, ¿está seguro de que no me va a decir una mentira o una medio verdad?.
- Bueno, pues la verdad es que no estoy del todo seguro. - El chico cambió levemente su semblante, no estaba tan seguro de lo que iba a decir como lo estaba hacía tan solo un momento. - Lo cierto es que es algo que escuché a unos vecinos que comentaban entre ellos. Pero el caso es que...
- La segunda reja – continuó, interrumpiendo intencionadamente a su discípulo, mientras unía el dedo corazón al huesudo índice. - es la de la de la bondad. ¿Acaso esto que va a contarme es bueno para alguien?, ¿será alguien más feliz a causa de la noticia que me vas a dar?.
El semblante del chico aún cambió más. Ante la luz de esta nueva reja, ya estaba casi completamente convencido de que es probable que no fuera conveniente contar esto. - Pues, a decir verdad, no es bueno para nadie. Podría afirmar que es todo lo contrario.
- Y la tercera reja es la de la necesidad. - El viejo unió el delgado anular - ¿Es absolutamente imprescindible que me diga esto?, esto que tanto le inquieta y que piensa que debo saber, ¿podría seguir adelante sin conocerlo?.
El chaval terminó de bajar los ojos al suelo, ahora realmente estaba avergonzado. - Lo cierto es que, pensándolo bien, no es necesario para nada. Si no le lo contara, nada cambiaría en su vida.
- Bien, mi joven amigo. - El sabio hombre levantaba ahora sus tres largos dedos interponiéndolos en el campo de visión del chico, a modo de rejas. - Si esto que me vas a contar no estás seguro de si es cierto, no es algo bueno para nadie y tampoco es necesario, mi apreciado aprendiz, considero más sabio que lo enterremos en el olvido.
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