El gran pozo había sido su hogar desde siempre.
Era grande, de robustas piedras. En verano siempre había
agua de sobra para nadar y para refrescarse, en invierno tenía muchas ramitas y
hojas en las que refugiarse del frío. Lucas, una rana, siempre había sido muy
feliz viviendo en aquel pozo. Allí vivían también sus hermanas, había comida
suficiente para todas. Allí estaba todo su mundo, no necesitaba nada de afuera.
De hecho, nada de afuera existía, literalmente.
Pero todo cambió el día que llegó una nueva rana al pozo. Una
ranita un poco más pequeña que ella y sus hermanas, pero de unos colores mucho
más vivos. Cuando saltó desde el borde del pozo hacia abajo, todas las ranas
autóctonas le hicieron un corro y la observaron detenidamente. No conocían a
ninguna otra rana que no fuera de la familia, que no fuera una de aquellas con
quienes habían convivido desde que tenían uso de razón.
- ¡Hola rana!- Lucas estaba muy ilusionada, aunque un poco
recelosa. - ¿Quién eres? ¿Eres una rana como nosotras?
- ¡Hola amigas!- El acento de su nueva amiga era muy
extraño. Se notaba que venía desde lejos. – Sí que soy una rana, como vosotras,
aunque soy un poco diferente, soy una rana también. Me llamo Miguel. ¿Vosotras
cómo os llamáis?
Todas las ranas se fueron presentando. Estaban muy contentas
de haber conocido a una amiguita nueva. Juntas se dieron un chapuzón en las
aguas del pozo, siempre tan verdes y tan llenas de vida, exactamente como a
ellas les gustaba.
Pero Lucas seguía preguntándose cosas acerca de aquella
ranita de colores. No conocía nada que saliera de aquel pozo, y de hecho, hasta
ese momento, ni siquiera se había preguntado qué habría más allá de la redonda
boca de piedra que era su mundo. Ni se había planteado la idea de que más allá,
por ese agujero por el que entraba la luz y el calor en verano y el frío viento
en invierno, si por ese lugar por donde podía ver las estrellas las noches
despejadas y caían los copos de nieve cuando el cielo se ponía naranja, pudiera
haber más lugares donde vivieran otras ranas como ella y sus hermanas. Así que,
cuando ya todas sus hermanas descansaban, se acercó a su nueva amiguita de
colores.
- Miguel, me gustaría preguntarte algo. ¿Cómo se llama el
sitio de donde tú vienes?
- Pues yo vengo de un lugar que se llama mar.
- ¿Y ese sitio llamado mar es grande?
- ¡Oh!, ¡Sí que es grande el mar! Más que grande, ¡es
inmenso!
Lucas se quedó pensando durante un momento. Sí que debía de
ser grande ese pozo llamado mar. - ¿Es tan grande como mi pozo?
A Miguel se le escapó una risotada. - ¿Cómo puedes comparar
tu pozo con el mar?
- ¿Por qué? ¿Es mucho más pequeño que mi pozo?
- Es muchísimo más grande que tu pozo. No tiene nada que
ver. ¡Te he dicho que es inmenso!
- No puede ser que sea más grande que mi pozo. – La rana
Lucas se puso roja de ira.- ¡No puede haber nada que sea más grande que mi
pozo! ¡Ahora mismo te vas a ir de aquí, por mentirosa!
1 comentario:
Me gusta este tipo de relatos.Parecen escritos al azar,y sin embargo,tiene su moraleja.Pero es abierta,no hay un guión que diga qué ha de aprender cada uno,ya que eso sólo depende de uno mismo.En mi caso,nada hay más grande que el hogar propio,y si lo insultan,es una falta a nuestras raíces.Gracias por recordármelo.
Un abrazo!!
Publicar un comentario