No nos
hundamos en el valle de la desesperación. Aun así, aunque vemos delante las
dificultades de hoy y mañana, amigos míos, os digo hoy: todavía tengo un sueño.
Es un sueño profundamente enraizado en el sueño americano.
Tengo un
sueño: que un día esta nación se pondrá en pie y realizará el verdadero
significado de su credo: “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí
mismas: que todos los hombres han sido creados iguales”.
Tengo un
sueño: que un día sobre las colinas rojas de Georgia los hijos de quienes
fueron esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán
capaces de sentarse juntos en la mesa de la fraternidad.
Tengo un
sueño: que un día incluso el estado de Mississippi, un estado sofocante por el
calor de la injusticia, sofocante por el calor de la opresión, se transformará
en un oasis de libertad y justicia.
Tengo un
sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán
juzgados por el color de su piel sino por su reputación.
Tengo un
sueño hoy.
Tengo un
sueño: que un día allá abajo en Alabama, con sus racistas despiadados, con su
gobernador que tiene los labios goteando con las palabras de interposición y
anulación, que un día, justo allí en Alabama niños negros y niñas negras podrán
darse la mano con niños blancos y niñas blancas, como hermanas y hermanos.
Tengo un
sueño hoy.
Tengo un
sueño: que un día todo valle será alzado y toda colina y montaña será bajada,
los lugares escarpados se harán llanos y los lugares tortuosos se enderezarán y
la gloria del Señor se mostrará y toda la carne juntamente la verá.
Ésta es
nuestra esperanza. Ésta es la fe con la que yo vuelvo al Sur. Con esta fe
seremos capaces de cortar de la montaña de desesperación una piedra de
esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las chirriantes
disonancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta
fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir
a la cárcel juntos, de ponernos de pie juntos por la libertad, sabiendo que un
día seremos libres.
Éste será
el día, éste será el día en el que todos los hijos de Dios podrán cantar con un
nuevo significado “Tierra mía, es a ti, dulce tierra de libertad, a ti te
canto. Tierra donde mi padre ha muerto, tierra del orgullo del peregrino, desde
cada ladera suene la libertad”.
Y si
América va a ser una gran nación, esto tiene que llegar a ser verdad. Y así,
suene la libertad desde las prodigiosas cumbres de las colinas de New
Hampshire. Suene la libertad desde las enormes montañas de Nueva York. Suene la
libertad desde los elevados Alleghenies de Pennsylvania.
Suene la
libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve de Colorado. Suene la libertad
desde las curvas vertientes de California.
Pero no
sólo eso; suene la libertad desde la
Montaña de Piedra de Georgia.
Suene la
libertad desde el Monte Lookout de Tennessee.
Suene la
libertad desde cada colina y cada topera de Mississippi, desde cada ladera.
Suene la
libertad. Y cuando esto ocurra y cuando permitamos que la libertad suene,
cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y
cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los
hijos de Dios, hombres blancos y hombres negros, judíos y gentiles,
protestantes y católicos, serán capaces de juntar las manos y cantar con las
palabras del viejo espiritual negro: “¡Al fin libres! ¡Al fin libres! ¡Gracias
a Dios Todopoderoso, somos al fin libres!”
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