5 meses habían pasado ya desde entonces. David viajaba en un
vuelo entre Madrid y Atlanta cuando su avión fue alcanzado por una terrible
tormenta que derribó la aeronave. Solamente él había sobrevivido al terrible
accidente, o al menos no había encontrado ningún superviviente más. David había visto ese
caso en la televisión en películas como “El naufrago” o en series como “Perdidos”.
Pero no tenía ni idea de cómo sobrevivir. Fue difícil, sobre todo al principio.
Pero al cabo del tiempo, mientras sorteaba los peligros y cada día era una
lucha por sobrevivir, todo había comenzado a ser un poco más fácil.
David creía en Dios, y aunque alguna vez se había cabreado
pensando que todo aquello no se lo merecía, poco a poco había aprendido a ver
el cuidado de Dios aún en medio de aquella dramática situación. La prueba era
que seguía vivo, que ya sabía cómo obtener comida de la isla y del mar, que se
había construido una cabaña para refugiarse de la lluvia y del frío. Poco a
poco había aprendido a llevar una vida mejor. Aunque él quería llegar a casa,
naturalmente, y por eso pedía a Dios cada día, la verdad es que no estaba tan
mal.
Ya se acercaban los meses de frío, allá por noviembre, y
David había tomado la costumbre de dejar una pequeña hoguera encendida en su
cabaña para mantener el calor como pudiera en la estancia, luchando así contra
el rigor de los temporales que asolaban la pequeña isla. Y así fue como lo dejó
mientras hacía la ronda a la isla
matutina en busca de algún alimento que llevarse a la boca cuando volviera a su
“hogar”.
Recogía bayas silvestres del campo, que metía en una mochila
que le había llegado hacía ya dos meses con la marea una mañana, cuando vio al
otro lado de la isla, en el lugar donde estaba su cabaña, que se levantaba una
columna de humo negro. A David se le cayó la mochila. Sin pensar más, echó a
correr hacia el lugar. Tardó como media hora en llegar al sitio donde había
estado su cabaña, que con tanto esfuerzo había levantado.
Aún ardía el amasijo de leños en que se había convertido. Ya
no parecía para nada la cabaña que había sido. Las paredes habían cedido ante
el peso del tejado en llamas, ahora solamente era una gran hoguera sin forma
definida. El fuego lo devoraba todo. Todas las herramientas que había salvado
ardían, ahora no tenía nada. 5 meses trabajando para conseguir llevar una vida
más o menos normal en aquel lugar habían ardido en apenas media hora. Era como
una pesadilla.
David cayó al suelo de rodillas, se llevó las manos al pelo
mientras negaba con la cabeza y se abrían las cascadas de sus ojos. No tenía
fuerzas para hacer otra cosa que no fuera llorar, lamentarse,
quejarse. David no había dejado de orar, de pensar en Dios, de agradecerle aún
en medio de esa situación tan tremenda en la que se encontraba. ¿Cómo es posible que Dios sea tan cruel que
me deje quedarme así, una vez más, una vez que ya estaba algo mejor? No
encontraba respuestas en sus lamentos. ¿Es
que Dios se ha olvidado de mí?, o ¿es que Dios me odia? ¿Cómo Dios puede
permitir que la gente que le sirve y que le ama sufra? ¿Por qué permite Dios
que la gente buena sufra? Si este es mi Dios, si así es como me cuidas,
prefiero que pases de mí.
Y fue así, con el dolor que le devoraba el alma, con la
amargura que le quebrantaba el corazón, que se quedó dormido. Turbulentos
sueños le quebraron el alma durante toda la noche.
Y cuando se despertó con el alba, en esos momentos en que la
luz difumina toda la oscuridad, vio un gran barco en el horizonte, junto a
su isla. Extrañado, levantó la vista mientras se levantaba, no podía creérselo.
Según seponía de pie, vio en la playa una pequeña balsa roja, y junto a ella, un
hombre que andaba hacia donde él estaba. Ilusionado, corrió hasta él gritando
de felicidad.
- ¡Estoy aquí!, ¡gracias a Dios, me habéis encontrado! – Su corazón
bullía alegría, avanzaba a saltos hacia el hombre sonriente.- ¿Cómo me habéis
encontrado?
- Fue la hoguera, el fuego que hiciste para avisarnos nos
dijo donde estabas.
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