jueves, 9 de febrero de 2012

Las Cruzadas I: Vergüenza


Durante mucho tiempo se ha tratado de la vergüenza del cristianismo. Cualquiera que afirme ser cristiano genuino hoy en día debe enfrentarse a las acusaciones de la gente en referencia a este periodo histórico. Y lo único que podemos hacer es bajar la cabeza y afirmar que no siempre la gente es buena, sino todo lo contrario, y que errores los hay hasta en las mejores familias. Estoy hablando de aquel momento en la historia de Europa en que, con el solo afán de matar, destruir y violar, cegados con la venda negra de la religión fanática, nos lanzamos al noble arte de “matar moros”. Sí amigos, me estoy refiriendo a Las Cruzadas.

Y es que parece ser que en nuestra mentalidad “políticamente correcta” del siglo XXI, nos vemos con la capacidad de juzgar la historia desde nuestro prisma, sabiendo que es el más correcto y el más auténtico de todas las eras, desde luego, mucho más correcto y más acertado del de principios del pasado milenio, un periodo precientífico en el que la barbarie imperaba a sus anchas y las ideas primitivas y trasnochadas eran esgrimidas por sacerdotes malvados ávidos de infectar las pobres mentes de la plebe y manejarlos a su gusto.

Pero me gustaría tratar de “des-demonizar” este truculento periodo de la historia. O por lo menos, comenzar ofreciendo otra panorámica a las razones que llevaron a los reinos cristianos de Europa a unirse para llevar la guerra a Tierra Santa.

Quiero comenzar aclarando que para nada estoy a favor de la matanza de inocentes, que lo que ocurrió entones estuvo mal y que no estoy tratando de justificar las violaciones, asesinatos, robos, atropellos e injusticias que se cometieron, como se cometen en todas las guerras, a todas luces injustificables.

El Islam comenzó a expandirse de manera vertiginosa a partir de mediados del siglo VII desde la península arábiga, aplastando grandes propiedades de lo que entonces era el Imperio Bizantino, incluyendo Palestina, hasta que fueron parados en lo que hoy en día es Turquía, no sin grandes sacrificios y esfuerzos. Por el Este llegaron hasta lo que hoy en día es la India y por el Oeste subyugaron sin problemas el norte de África, penetrando en la Península Ibérica y llegando hasta el corazón de Francia, donde fueron frenados en la batalla de Poitiers. En apenas un siglo habían formado un imperio que llegaba desde La India hasta el fin del mundo por el occidente, una expansión imperialista que apenas encontró escollos en los reinos conquistados.

Desde este momento y hasta finales del siglo XI, 300 años después, no hubo respuesta alguna de la cristiandad ante los ataques musulmanes. Habían arruinado su gobierno mediterráneo, habían conquistado buena parte de sus tierras, habían subyugado sus lugares santos, estaban constantemente atacándolos por tierra y por mar. Y en estos 3 siglos la única respuesta de los cristianos fue la de defenderse con lo que pudieron.

Se denuncia la crueldad con que los cruzados saquearon y arrasaron con las poblaciones que iban conquistando a su paso. Pero lo cierto es que según las normas bélicas de la época, no cometieron nada atroz. Así era siempre. Se tenía benevolencia con las poblaciones que se sometían sin resistirse, se era duro con los que se resistían. No era nada nuevo. Los cruzados no fueron santos misericordiosos, desde luego no fueron lo que debían ser, pero lo que está claro es que no hicieron nada novedoso y que, desde luego, no usaron de más crueldad de la que usaron los musulmanes cuando conquistaron esas mismas tierras siglos atrás.

Los cruzados acudieron en masa azuzados por varias razones, la rapiña y el ansia de títulos fueron algunas de ellas, pero otra razón no es otra que la influencia del mismo Islam en la cultura de la Europa cristiana. Los musulmanes llaman a sus fieles a la Guerra Santa, la Yihad para conquistar más tierras y para luchar contra los infieles. Según su visión, cualquiera que muera en esta guerra, tiene asegurado el paso al paraíso, haya hecho lo que haya hecho, y no a un paraíso normal, a uno diseñado especialmente para ellos. Pues bien, este concepto fue exactamente el que usó el papa para que más gente se animara a la conquista. Prometió un perdón automático y la entrada directa al Cielo para aquellos que muriesen en esta Yihad cristiana.

Los cruzados no fueron unos benditos que fueron a cumplir con su sagrado deber de reconquistar esas tierras de los infieles musulmanes. No fueron unos santos, ni hicieron lo que debían hacer como lo debían hacer. Pero ciertamente no es justa la manera en que la historia les trata. No hicieron lo bueno, pero hicieron lo que ellos consideraron lógico. Respondieron al ataque con otro ataque, exactamente de la misma forma que se solía hacer en su época. Que no era la manera adecuada, estamos de acuerdo, pero esa era la manera que ellos conocían.

La mayor vergüenza del cristianismo de la Edad Media no fue que en un momento, o varios, decidieron ir a conquistar esta tierra o la otra cayese quien cayese. La mayor vergüenza de la Iglesia, no solamente de la Edad Media, sino de todos los tiempos, es el negarse a vivir conforme a lo que su Señor le ordena, el buscar su bien y su lógica por encima de la voluntad del Creador, bien descrita en la Biblia. La mayor vergüenza de todos los cristianos es la de olvidarnos de donde hemos salido y quién es nuestro salvador.

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