viernes, 3 de febrero de 2012

El dinero III: Feudalismo


En la última entrega de la serie del dinero, nos quedamos a mediados del siglo XX, cuando para mantener estable el precio del dinero, se decidió que solamente el dólar fuera convertible en oro, y el resto de las monedas, en dólares. Pero para llegar hasta ese punto, tuvieron que pasar muchas cosas, y muchas de las cuales no fueron tan sencillas y simples como explicaba, pues miles de años dan para mucho. Hoy me gustaría contaros una excepción a esta progresión, por la que, teóricamente, tendríamos que siempre ir hacia algo nuevo sin “involucionar”. Pero no es una excepción cualquiera, es una excepción que se extendió por toda Europa y se alargó durante siglos.

La economía florecía por la cuenca mediterránea durante siglos, mediante un comercio boyante impulsado por la paz y la protección reinante en el “gran lago romano”, los grandes puertos y la inmensa red de calzadas construidas con los impuestos de millones de almas, unido a la facilidad logística que supone un sistema monetario unificado y la tremenda ventaja de tener únicamente dos lenguas para todo el imperio, hicieron que lugares tan lejanos como Gran Bretaña y Jerusalén estuvieran tan unidas como hoy lo están París y Madrid. En estas condiciones, y siempre bajo el amparo imperial, la economía para los comerciantes solamente podía ir a mejor.

Pero esta situación ideal, casi utópica, no podía durar eternamente. Al igual que los vándalos, de los que hablábamos el otro día, otros muchos pueblos germánicos atravesaron las fronteras del imperio e invadieron toda la zona occidental. Así, con los vándalos en el norte de África, los visigodos en Hispania, los lombardos en la península Itálica, los francos en la Galia y los anglos y los sajones en las islas británicas, entre otros, se fue apagando la Pax Romana, florecieron los piratas, los asaltadores, la situación idílica terminó y el comercio fue reduciéndose.

Pero el fin definitivo llegó con el avance árabe. Empezaron asolando el imperio bizantino, pero pronto se expandieron por África, desembarcaron en el reino visigodo de Toledo y llegaron hasta el mismo corazón de la Galia donde por fin, fueron detenidos.

A resultas de esto, el comercio tuvo que replegarse. El Mar Mediterráneo, tan seguro y afable antaño, se había convertido en un nido de víboras. Así, la economía se vio forzada a localizarse y que cada zona sobreviviese con sus propios recursos. De esta manera, en la época carolingia, era complicado encontrar monedas, tan abundantes unos siglos atrás.

En estas circunstancias, la tierra valía mucho más que el dinero por eso, llegó a ser la principal moneda de cambio. Los grandes señores ya no querían grandes riquezas, sino extensiones de tierras cuanto más grandes y fértiles, mejor. Cuando los reyes querían pagar a un siervo, no le daban honores ni riquezas, le pagaban con tierras. De esta manera, las grandes extensiones que pertenecían a los grandes señores, poco a poco fueron dividiéndose en porciones de tierra más pequeñas por diferentes pagos a los súbditos que, a cambio, les debían lealtad y honor. Y así nació el feudalismo.

Pero este sistema tenía un gran problema, y es que las tierras son un bien tangible, explotable e innegable, pero la lealtad y el honor son bienes, digamos, efímeros. Así, el poder real e imperial fue desvaneciéndose entre los diferentes nobles, en detrimento de los reyes o emperadores, y pronto se convirtieron los propios nobles en personajes mucho más influyentes e importantes que incluso algunos reyes a los que supuestamente debían lealtad. Esto provocó que se sucedieran las guerras y las confrontaciones entre diferentes nobles del mismo estado, debilitando la cristiandad y postergando tanto tiempo la reacción lógica ante los avances imperialistas de los musulmanes, las cruzadas.

1 comentario:

Ricardette dijo...

Genial lección histórica.Receta para aquello que crean tener una nación impermeable a los cambios del tiempo.

Gran trabajo

Un abrazo hermano!!

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