Hace un par de meses, más o menos, estaba en la reunión de oración de mi iglesia en Béjar.
Una de las cosas que hacemos en estas reuniones, como su propio nombre indica,
es orar, rezar, hablar con Dios.
Puede parecer algo extraño o incluso algo tonto, pero la
verdad es que el hecho es ese, nos reunimos para hablar con Dios. Le damos
gracias por todo lo que nos da y nos ayuda, le pedimos que nos ayude a ser más
como Él quiere que seamos, le adoramos desde lo más profundo de nuestro corazón
y, claro, le pedimos cosas.
Estamos más o menos acostumbrados a escuchar de gente que
ora, que reza, así que no nos parece algo tan extraordinario. Pero a poco que
nos paremos a recapacitar, lo cierto es que no debería ser algo tan vulgar o
normal. La idea de Dios, la verdad, es que es algo demasiado enorme como para
que nos quepa en la cabeza, la idea de un ser que haya creado todo lo que
existe solo con la fuerza de su palabra, de alguien que sostenga todo con la
potencia de su voluntad, de alguien que es soberano sobre todo, absolutamente
todopoderoso, omnisciente, omnipresente. Que alguien tan sumamente grande,
perfecto, sublime, se interese por lo que le estamos contando, ciertamente es
algo sin parangón en todo el universo, es un hecho increíble, totalmente
inabarcable. Para nada es algo vulgar o que deba ser subestimado.
Pues bien, allí estaba yo en esta reunión de oración cuando
escuche que se hablaba de un problema que habíamos tenido hacía un tiempo y
que, casi milagrosamente, se había solucionado.
El caso es que la Iglesia Evangélica
de Béjar, la iglesia a la que asisto, está situada en el sótano de un edificio
de pisos. No conozco exactamente la situación pero el caso es que desde este
edificio se hizo una pequeña reforma que resultó en que iba a pasar un gran
tubo justamente por encima de la puerta de entrada principal de nuestro local. El
tubo no era un problema en sí mismo, hasta lo podríamos haber pintado con
flores para que fuera una obra de arte. El problema era su uso.
Digamos finamente que las caquitas de
todos los habitantes del bloque de pisos iban a pasar por encima de
nuestra puerta, con el consiguiente problema fétido y que, con los cambios de
temperatura, sobre todo en verano, era más que probable que aquello oliese aún
más y que gotease alguna que otra sustancia indeseada. La verdad es que era un
problema grave. Se tuvo varias reuniones con la comunidad de vecinos, se planteó
el problema en el Ayuntamiento y no se vio ninguna solución viable. Los vecinos
seguían con su intención de que ese tubo pasase encima de nuestras cabezas con
su impío cargamento, el Ayuntamiento se lavó las manos de todo aquello y la
cosa pintaba muy mal. Así que nos propusimos hacer uso de esta brutal
herramienta que nos ha sido regalada, oramos. Le pedimos a Dios que nos ayudase.
La verdad es que sin gestiones por nuestra parte, casi por arte de magia,
quitaron el tubo y buscaron otro lugar por donde deshacerse de sus caquitas.
Y hubo algo que me desconcentró enormemente ese día mientras
hablaban de la manera en que todo esto se había solucionado. Hubo una idea que
me abordó. ¿Es cierto que hemos hablado
con el Rey de reyes, con el Creador, con el Señor del Universo, y le hemos
pedido por un tubo de mierda?
Me impactó en gran manera, y pensé en si eso podría haber
sido una especie de sacrilegio o de falta de respeto hacia el Dios Santo. ¿Cómo
habremos podido tener esa desconsideración? Por un momento me sentí turbado
acerca de este tema.
Y de la misma manera, me pasa muchas veces. No me suelo
preocupar acerca de tubos de mierda como norma, y mucho menos pedirle a Dios
por ellos. Pero muchas veces, me descubro a mí mismo pidiéndole a Dios por
cosas tan bajas, tan pequeñas... En sí, podría pensar que cualquier cosa mía, por
importante que me parezca es pequeña para Dios. ¿Cómo le va a importar lo más mínimo a
Dios cualquier cosa que me interese a mí? Yo soy alguien pequeño, imperfecto…
no es posible que esas nimiedades le interesen lo más mínimo al Gran Creador.
Pero entonces recapacité. En ese momento no estábamos
pidiendo a Dios que solucionase nuestro pequeño problema con ese tubo del mal,
no. Estábamos celebrando que ya lo había solucionado.
¿Era posible?
Dios, el gran Ser Superior, el Soberano Supremo había
escuchado a seres imperfectos como nosotros, y no solamente eso, sino que había
solucionado nuestro problema con el tubo de mierda. ¿Será que Dios está interesado en lo
que nosotros le pidiéramos, aunque nos parezcan cosas pequeñas,
insignificantes y malolientes?
Puede parecer algo tonto o que estaba claro desde un
principio, pero aquella revelación me impactó, me llevó a caer aún más rendido
a este Dios, este que siendo tan inmenso, tan increíble, tan sublime, se
preocupa de nuestros pequeños y malolientes tubos de mierda. Sinceramente, es
algo que me deja sin palabras.
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